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Merissa, arrodillada en el suelo, rebuscó en el arcón hasta sacar su vestido escarlata.

— ¿Por qué, si no, nos habría entregado a ese hombre?

Ulicia enarcó una ceja.

— ¿Entregar? ¿Eso crees? Pues yo creo que es más que eso; creo que el emperador Jagang está actuando por voluntad propia.

Todas las demás se quedaron quietas y la miraron.

— ¿Crees que Jagang ha osado desafiar al Custodio por su propia ambición? —inquirió Nicci.

— Piensa un poco. —Con un dedo, Ulicia dio leves golpes a Nicci a un lado de la cabeza—. El Custodio siempre ha acudido a nosotras cuando entramos en el estado de ensueño pero hoy no lo ha hecho. En vez del Custodio, ha sido Jagang quien se ha presentado. Aun en el caso de que el Custodio quisiera castigarnos obligándonos a servir a Jagang, ¿no creéis que nos lo habría ordenado personalmente? No creo que todo esto sea obra del Custodio, sino que pienso que es únicamente cosa de Jagang.

— ¡Todo esto es culpa de esa maldita Liliana! —exclamó Armina, mientras cogía con rabia su vestido azul de un tono algo más claro que el de Ulicia, pero no menos elegante.

Ulicia esbozó un amago de sonrisa.

— ¿Eso piensas? Liliana era muy ambiciosa. Creo que el Custodio pensaba utilizar esa ambición en su propio beneficio, pero Liliana le falló. —La sonrisa se desvaneció—. Lo que nos ocurre no es culpa de Liliana.

Nicci, que se estaba ajustando el corpiño de su vestido negro con los cordeles, se detuvo.

— Tienes razón. Es culpa del chico.

— ¿Chico? —Ulicia negó lentamente con la cabeza—. Ningún «chico» habría conseguido derrumbar la barrera. Ningún «chico», como tú dices, habría logrado arruinar unos planes que llevábamos años madurando. Todas sabemos qué dicen las profecías de él.

»Nos hallamos en una situación muy comprometida —continuó diciendo, mirando a todas las Hermanas una a una—. Debemos trabajar para recuperar el poder del Custodio en este mundo, o cuando Jagang acabe con nosotras, nos matará e iremos a parar al inframundo, donde ya no podemos ser de ninguna utilidad para el Amo. Si eso ocurre, no tengo la menor duda de que el Custodio nos lo hará pagar muy caro, y que, en comparación, lo que Jagang ha demostrado que puede hacernos nos parecerá la gloria.

Los crujidos y gemidos del barco llenaron el camarote, mientras las Hermanas consideraban las palabras de su líder en silencio. Debían correr a servir a un hombre que las utilizaría y luego se desembarazaría de ellas tranquilamente, sin darles ninguna recompensa. Pero ninguna de ellas podía siquiera considerar la posibilidad de desafiarlo.

— Chico o no chico, él tiene la culpa de todo —declaró Merissa con los músculos de la mandíbula tensos—. Y pensar que lo tuve a mi alcance, que todas lo tuvimos… Debimos acabar con él cuando teníamos oportunidad.

— Liliana quiso hacerlo, quiso arrebatarle su poder, pero fue imprudente y acabó con esa maldita espada clavada en el corazón —repuso Ulicia—. Nosotras tenemos que ser más listas que ella; cuando sea el momento, le arrebataremos su poder y entregaremos su alma al Custodio.

Armina se secó una lágrima del párpado inferior.

— Pero, mientras tanto, tiene que haber alguna manera de no tener que regresar a…

— ¿Cuánto tiempo crees que podemos permanecer despiertas? —le espetó Ulicia—. Más pronto o más tarde tendremos que dormir y entonces ¿qué? Jagang ya nos ha demostrado que tiene el poder suficiente para llegar hasta nosotras estemos donde estemos.

Merissa prosiguió con la tarea de abrocharse los botones del corpiño de su vestido escarlata.

— Haremos lo que tengamos que hacer, de momento, pero eso no significa que no podamos usar nuestro cerebro.

Las cejas de Ulicia formaron una línea continua, lo cual indicaba que estaba pensando. Acto seguido esbozó una irónica sonrisa.

— Quizás el emperador Jagang crea que ya nos tiene donde quería, pero nosotras hemos vivido mucho. Tal vez, si usamos nuestro cerebro y nuestra experiencia, no nos intimidará tanto como cree.

Los ojos de Tovi brillaron llenos de malevolencia.

— Sí —dijo entre dientes—, ciertamente hemos vivido mucho y además hemos aprendido a abatir a algunos jabalíes y arrancarles las entrañas en vivo.

Nicci se alisó las arrugas que se habían formado en la falda de su vestido.

— Una cosa es destripar a un jabalí, pero el emperador Jagang es nuestra penitencia, no el responsable de ella. Tampoco nos servirá de nada descargar nuestra ira sobre Liliana; no era más que una loca demasiado ambiciosa. A quien realmente debemos hacer sufrir es a quien nos ha puesto en la situación en que nos encontramos.

— Sabias palabras, Hermana —la alabó Ulicia.

Merissa se palpó con gesto ausente la herida en el pecho.

— Pienso bañarme en la sangre de ese joven, mientras mira. —Los ojos de la Hermana volvieron a convertirse en ventanas a su oscuro corazón.

Ulicia apretó los puños y asintió con la cabeza.

— Es él, el Buscador, el culpable de que nos encontremos en esta situación. Juro que pagará con su don, su vida y su alma.

2

Richard acababa de llevarse a la boca una cucharada de caliente sopa picante cuando oyó el profundo gruñido preñado de amenaza. Con el entrecejo fruncido miró a Gratch. Bajo los pesados párpados, los ojos del gar brillaban iluminados por un gélido fuego verde, fijos en la penumbra que reinaba entre las columnas situadas a los pies de la amplia escalinata. Al gruñir, el gar retrajo los curtidos labios y dejó al descubierto unos temibles colmillos. Richard se dio cuenta de que aún tenía en la boca la cucharada de sopa y la tragó.

El gutural gruñido del gar fue creciendo en intensidad en lo más profundo de su garganta. Sonaba como la enorme puerta, vieja y mohosa, del calabozo de un castillo que se abría por primera vez después de cientos de años.

Richard lanzó un vistazo a la señora Sanderholt, que miraba con sus ojos castaños muy abiertos. La señora Sanderholt, la jefa de cocina del Palacio de las Confesoras, aún le tenía miedo a Gratch y, por mucho que Richard le insistiera en que el gar era inofensivo, no se lo acababa de creer. Y aquel inquietante gruñido no ayudaba en absoluto.

La mujer había llevado a Richard una hogaza de pan recién hecho y un cuenco de sabrosa sopa picante con la idea de sentarse en los escalones junto a él y hablar de Kahlan. Pero resultó que el gar estaba allí también. A pesar de su miedo, Richard la convenció de que se sentara a su lado.

Al oír el nombre de Kahlan, el gar se mostró vivamente interesado. Gratch llevaba colgado del cuello una cinta con el mechón de pelo de Kahlan que Richard le había dado y el colmillo de dragón. Richard contó a Gratch que Kahlan y él se querían, y que ella deseaba ser amiga suya, tal como lo era Richard. Por ello, el curioso gar se había sentado a escuchar, pero apenas Richard había probado la sopa, y antes de que la señora Sanderholt pudiera empezar, Gratch cambió de humor. El gar miraba con intensidad feroz alguna cosa que Richard no distinguía.

— ¿Por qué razón hace eso? —preguntó la señora Sanderholt en un susurro.

— No lo sé —admitió Richard. En vista de las profundas arrugas que habían aparecido en la frente de la mujer, el joven sonrió animadamente y se encogió de hombros con despreocupación—. Habrá visto un conejo o algo así. Los gars tienen una vista extraordinaria, incluso en la oscuridad, y son excelentes cazadores. —Como aún no parecía tranquila, le aseguró—: No come personas. Gratch nunca haría daño a nadie. No pasa nada, señora Sanderholt, de veras que no.

Richard alzó los ojos hacia el rostro del gar que, cuando gruñía, presentaba un aspecto inquietante.

— Gratch —le susurró—, deja de gruñir. La estás asustando.

— Richard, los gars son bestias peligrosas —dijo la mujer, arrimándose más al joven—. No son mascotas. No se puede confiar en un gar.

— Gratch no es mi mascota sino mi amigo. Lo conozco desde cachorro, desde que apenas me llegaba a la cintura. Es dulce como un gatito.