— Si tú lo dices… —La señora Sanderholt sonrió en absoluto convencida. De pronto abrió mucho los ojos, consternada—. No entiende nada de lo que digo, ¿verdad?
— No sabría qué decirle —repuso Richard—. A veces entiende más de lo que podría suponerse.
Gratch no parecía prestarles la menor atención mientras hablaban. Estaba paralizado y concentrado en el olor o la imagen de algo que no le gustaba. A Richard se le ocurrió entonces que había visto a Gratch gruñir de ese modo en otra ocasión, pero no recordaba dónde ni cuándo. Por mucho que lo intentara, la imagen mental se le escapaba de entre los dedos de la memoria cuando ya casi la tenía. Y cuanto más se esforzaba, más esquivo se mostraba ese recuerdo.
— ¿Gratch? —Richard posó una mano sobre el poderoso brazo del gar—. Gratch, ¿qué pasa?
Inmóvil como una piedra, el gar no reaccionó. A medida que había ido creciendo, el brillo verde en sus ojos se había ido intensificando, pero nunca hasta aquel punto. Los ojos de Gratch brillaban como dos faros. Richard escrutó las sombras de abajo que tan poderosamente atraían al gar, pero no vio nada fuera de lo normal. No había nadie entre las columnas, ni tampoco a lo largo del muro que delimitaba el jardín. Al fin decidió que debía de tratarse de un conejo; a Gratch le encantaban los conejos.
A la luz del amanecer apenas empezaban a entreverse nubes rosa y púrpura por encima del horizonte oriental, mientras que hacia el este tan sólo seguían brillando algunas de las estrellas más luminosas. Junto con la apenas perceptible primera luz llegó una suave brisa excepcionalmente cálida para ser invierno, que alborotó el pelaje de la enorme bestia y abrió la capa negra de mriswith que llevaba Richard.
Cuando estaba en el Viejo Mundo con las Hermanas de la Luz, Richard se había adentrado en el bosque Hagen, donde acechaban los mriswith, unos horribles seres de pesadilla mitad humanos mitad reptiles. Tras luchar contra uno de ellos y matarlo, el joven descubrió los extraordinarios poderes de aquella capa: permitía confundirse con el entorno de manera tan perfecta que, cuando se concentraba, parecía invisible. Asimismo impedía que ninguna persona poseedora del don percibiera su presencia, ni la de un mriswith, claro está. Pero, por alguna razón, el don de Richard lo avisaba de la presencia de los mriswith. Gracias a ello, a esa habilidad de presentir el peligro pese a la capa mágica, Richard había salvado la vida en el bosque Hagen.
Al joven le costaba concentrarse en el gruñido de Gratch dirigido a los conejos ocultos en la oscuridad. Toda la angustia y el insoportable dolor que había sentido al creer que su amada Kahlan había sido ejecutada se esfumó en un solo instante la víspera, al enterarse de que seguía viva. A la alegría sin límites de saber que Kahlan se encontraba a salvo se unió la sensación de euforia por haber pasado la noche a solas con ella en un lugar situado entre los mundos. Su mente estaba exultante esa hermosa mañana, y sonreía sin darse cuenta. Ni siquiera la molesta fijación de Gratch por un simple conejo lograría cambiarle el humor.
No obstante, aquel sonido gutural lo distraía, y era obvio que asustaba a la señora Sanderholt, que permanecía sentada en el borde del escalón, totalmente quieta, agarrando con fuerza el chal de lana.
— Calla, Gratch. Acabas de comerte toda una pata de cordero y media hogaza de pan. Es imposible que vuelvas a tener hambre.
Aunque no apartó los ojos de las sombras, el gar se esforzó a medias por obedecer y el gruñido se convirtió en un gutural sonido sordo.
Una vez más, Richard lanzó un vistazo a la ciudad. Su plan inicial era buscar un caballo y lanzarse al galope para reunirse con Kahlan y su abuelo y viejo amigo, Zedd. Anhelaba ver a Kahlan, y también había echado mucho de menos a Zedd; habían transcurrido tres meses desde la última vez que se habían visto, pero a Richard se le antojaban años. A la luz de todo lo que había descubierto sobre sí mismo, tenía mucho de que hablar con Zedd, que era mago de Primera Orden. Pero entonces la señora Sanderholt había aparecido con la sopa y el pan recién horneado y, de buen humor o malo, lo cierto es que estaba famélico.
La mirada de Richard se alejó de la nívea elegancia del Palacio de las Confesoras para posarse en el impresionante e inmenso Alcázar del Hechicero enclavado en la escarpada ladera de la montaña. Con sus elevados muros de piedra oscura, sus murallas, bastiones, torres, sus pasadizos que conectaban una parte con otra y sus puentes, parecía una siniestra costra surgida de la piedra. Era como si tuviera vida propia y lo mirara desde arriba. En la ciudad nacía un ancho y serpenteante camino que conducía a sus oscuros muros y cruzaba un puente que parecía fino y delicado, aunque sólo se debía a la distancia, tras lo cual pasaba bajo un erizado rastrillo y desaparecía engullido en las oscuras fauces del Alcázar. Seguramente el Alcázar debía de contener miles de estancias. Richard se arrebujó en su capa para protegerse de la fría y pétrea mirada de aquel lugar, y apartó los ojos.
Se encontraban en el palacio, en la ciudad en la que Kahlan había crecido y donde había pasado la mayor parte de su vida hasta el verano pasado, cuando cruzó el Límite hasta la Tierra Occidental en busca de Zedd. Fue allí donde ella y Richard se conocieron.
Y el Alcázar del Hechicero era el lugar en el que Zedd había crecido y había vivido antes de marcharse de la Tierra Central, antes de que Richard naciera. Kahlan le había contado que había pasado mucho tiempo allí, estudiando, y nunca lo había pintado como un lugar siniestro. No obstante, al contemplar su silueta recortada contra la montaña, Richard se estremeció.
Recuperó la sonrisa al imaginarse cómo debía de haber sido Kahlan de pequeña cuando aún estudiaba para ser Confesora y recorría los pasadizos del palacio, o los del Alcázar, o se mezclaba con la gente de la ciudad.
Pero Aydindril había caído bajo la maldición de la Orden Imperial y ya no era una ciudad libre, ya no era donde residía el poder en la Tierra Central.
Zedd había puesto en práctica uno de sus trucos de mago para que todos creyeran que habían asistido a la ejecución de Kahlan, lo cual había permitido que ella huyera de Aydindril. Puesto que todo el mundo la creía muerta, a nadie se le ocurriría perseguirla. La señora Sanderholt conocía a Kahlan desde niña, y se puso loca de alegría cuando Richard le dijo que Kahlan estaba sana y salva.
— ¿Cómo era Kahlan de pequeña? —preguntó Richard, sonriendo.
La mujer miró a la nada y también ella sonrió.
— Fue una niña muy seria, pero también la niña más preciosa que haya conocido en toda mi vida. Luego se convirtió en una mujer hermosa y fuerte. No era solamente una niña tocada por la magia, sino que también destacaba por su carácter.
»A ninguna de las otras Confesoras le sorprendió que se convirtiera en la Madre Confesora y todas se alegraron pues no pretendía dominar sino que buscaba la vía de la conciliación. No obstante, si alguien se le oponía sin razón, descubría que era tan dura como cualquier Madre Confesora del pasado. Nunca conocí a una Confesora que amara tanto a la gente de la Tierra Central. Siempre me sentí muy honrada de conocerla. —La mujer se perdió en sus recuerdos y rió débilmente. No era un sonido tan frágil como el resto de su persona sugería—. Incluso la vez que le di una buena zurra en el trasero porque se había llevado un pato recién asado sin pedir permiso.
Richard sonrió de oreja a oreja al pensar que escucharía una de las travesuras de Kahlan.
— ¿No tenía miedo de castigar a una Confesora, aunque fuese tan pequeña?
— En absoluto —se burló la mujer—. Si la hubiese mimado, su madre me hubiera echado. Debíamos tratarla con respeto, pero también justamente.
— ¿Lloró? —inquirió Richard antes de dar un gran bocado al pan. Estaba delicioso; trigo molido grueso mezclado con algo de melaza.