– No me preocupa mi vida sino el éxito de la operación.
– Vivirás hasta ese día y el mundo entero se asombrará de tu hazaña. Nuestros hermanos te bendecirán.
– No es a mí a quien deben bendecir sino a los hombres que nos saben guiar.
– Y ahora, amigo mío, repasemos el plan. Es una suerte que nuestro hermano Omar tenga una agencia de viajes. Sus órdenes son claras: la mañana del viernes te unirás al grupo de peregrinos con los que llegaste, para ir a los oficios en la iglesia del Santo Sepulcro. Nadie se fijará en ti; ese día habrá cientos de peregrinos de todo el mundo y los guías tienen bien organizada la visita de los grupos. Llevarás puesto el cinturón con los explosivos.
– Pero ¿y los controles?
– ¿Crees que un grupo de peregrinos va a interesar a los soldados israelíes? Ni os mirarán. Sólo tienes que llegar hasta el lugar donde se guarda la reliquia y allí… desde allí irás al Paraíso. El manejo del cinturón es sencillo, sólo tienes que tirar de una anilla.
– Pero la reliquia está muy protegida, ¿crees que la explosión la destruirá?
– No quedará nada; es una pena que no puedas verlo. ¡Ah! Omar me encarga que te diga que estos últimos días debes unirte a alguna de las excursiones del grupo con el que has venido. Cuando regresen de la excursión al Sinaí cruzarán a Jordania, para ir a Petra; debes ir con ellos.
– Lo haré. Pero antes quiero volver a la iglesia del Santo Sepulcro, quiero hacer de nuevo la ruta que deberé recorrer.
– No, no irás. No es conveniente que lo hagas, alguien podría fijarse en ti. Ya hemos ido en tres ocasiones, te sabes el recorrido de memoria.
– Debo ir una vez más…
– No, Hakim, no debemos tentar a la suerte.
– ¿Sabes? Echo de menos mi pueblo.
– ¿Tu pueblo?
– Caños Blancos… nunca he sido más feliz que allí. Desde la carretera uno piensa que las casas están suspendidas sobre los riscos. En primavera huele a azahar y a fruta y el cielo es de color azul intenso y todo el día escuchamos el sonido del agua cuando cae en las fuentes. Creo que es lo más parecido al Paraíso.
Catherine se había empeñado en conducir y él había accedido de mala gana; se sentía más seguro con el chófer que llevaba a su servicio muchos años.
Raymond estaba asombrado por el cambio que parecía estar operándose en Catherine. No es que su hija se mostrara cariñosa con él, pero al menos no estaba tan arisca y en guardia como al principio, e incluso había momentos en que la veía relajada y sonriente.
Él le había enseñado cada rincón del castillo y habían visitado los alrededores, pero la gran visita era la de aquella mañana en que se dirigían a Montségur.
Su hija no dejaba de preguntarle por la fundación Memoria Cátara; parecía tener un repentino interés por el pasado, incluso se confesó entusiasmada por la Crónica de fray Julián, a pesar de que se había mostrado reticente a leerla cuando él le insistió en que era necesario que lo hiciera para que comprendiera la historia familiar.
Pero en ese momento Raymond pensaba en el Facilitador. Le había llamado un par de veces sin recibir respuesta y eso le inquietaba. También había telefoneado al Yugoslavo\para asegurarse de que Ylena hubiera recibido el material tal y como le habían asegurado, pero tampoco tuvo suerte con esa llamada: el teléfono del Yugoslavo no respondía.
– No me escuchas, estás distraído.
– Perdona, ¿qué me decías?
– Te preguntaba por ese profesor que escribió la historia de fray Julián.
– ¿El profesor Arnaud? Bueno, mi padre le contrató porque él era uno de los mejores medievalistas de Francia. Desafortunadamente, la relación con el profesor no fue fácil. Estaba casado con una judía que desapareció un buen día y eso le enloqueció.
– ¿Desapareció? ¿Por qué?
– No lo sé, creo que se fue de viaje y no regresó. Él no aceptó que le abandonara. Se convirtió en un hombre difícil. Mi padre quiso que trabajara junto a un equipo de investigadores y estudiosos no sólo franceses, pero él sólo ponía inconvenientes. Lo único que le interesaba era la crónica de fray Julián.
– ¿Y qué otra cosa debía de interesarle?
– Catherine, ya te he explicado que los cátaros guardaban un secreto, un secreto que aún no ha sido desvelado: el Grial.
– ¡Por favor, eso son cuentos de niños! -respondió ella irritada.
– Eso es lo que tú crees, pero en algún lugar hay un objeto con una fuerza extraordinaria y quien lo posea… en fin, se convertiría en el hombre más poderoso del mundo.
Catherine se rió, pero él no se enfadó. Sabía que era inútil convencer a su hija de que existía tal objeto. También rechazaba la existencia del tesoro cátaro.
– Tú mismo has dicho que el profesor Arnaud era un gran medievalista, y en sus notas a la crónica de fray Julián descarta la existencia del tesoro escondido. El profesor Arnaud deja muy claro que el tesoro no era otro que el dinero y joyas que donaban los credentes a su Iglesia, y que fueron gastando en sus necesidades.
– Hay textos que aseguran lo contrario. El profesor Arnaud era un hombre de gran prestigio, pero no es el único que ha estudiado la historia de los cátaros.
– Pero tu padre le buscó á él.
– Tu abuelo necesitaba alguien cuya autoridad todos respetaran para autentificar el legajo de la Crónica de fray Julián.
Hacía frío y Raymond se estremeció cuando se bajaron del coche. Catherine parecía entusiasmada por la visita y se sorprendió de encontrar a los pies de aquel risco a un grupo de turistas que escuchaban atentos las explicaciones de un guía.
– Montségur significa Monte Seguro y de hecho resistió más de lo que el rey de Francia y el Papa esperaban -decía el guía.
– ¿Vienes? -preguntó Catherine a su padre que andaba lentamente y no parecía demasiado entusiasmado con la idea de subir a la cima de aquel lugar que conocía como la palma de su mano.
– Te acompañaré a hacer parte del recorrido.
A Raymond le gustaba ver a Catherine ir de un lado a otro, estremecerse en el Campo de los Quemados, hacerse una foto junto a la estela conmemorativa en recuerdo de aquellos desgraciados.
Caía una lluvia fina cuando dos horas después Catherine dio por terminada la visita.
– He escuchado que el guía decía que éste no es el verdadero castillo de los cátaros, que en el siglo xiv se edificó la nueva fortaleza.
k -Quedan restos del antiguo castillo: la planta, parte de las murallas labradas en la propia piedra de la montaña.
– No he dejado de pensar en tu antepasada, en doña María.
– Nuestra antepasada, Catherine.
– Comprende que todo esto lo sienta muy lejano a mí, a mi mundo. Esa doña María era todo un carácter.
– Creo que tú lo has heredado -respondió Raymond con una sonrisa.
– ¿Por qué dices eso? Ni siquiera soy creyente y mucho menos una fanática como tu antepasada.
– Pues a mí me parece que tienes tan mal carácter como doña María. El pobre fray Julián vivía atemorizado, y toda la familia giraba alrededor de la buena señora.
– Sí… incluso el templario… pobre hombre, hacerse templario para fastidiar a su madre.
– Fernando… un caballero valiente. En cuanto a hacer lo contrario de lo que esperan nuestros mayores es algo tan viejo como el mundo; tú misma disfrutas llevándome la contraria.
– A ti sí, no coincido en nada contigo, pero con mi madre era diferente. Bastaba con que nos miráramos para saber lo que pensábamos.
Raymond pareció sobresaltarse al escuchar el timbre de llamada del móvil. A Catherine le sorprendía que su padre siempre tuviera tres móviles a mano y no había logrado que le dijera por qué.
– Sí…
Al otro lado de la línea Raymond escuchó la voz del Yugoslavo.
Catherine se separó dos pasos para dejarle hablar con cierta intimidad, pero no lo suficiente como para no escuchar la conversación.
– Entonces ella llegará sin novedad a Estambul. Quiero que me llame en cuanto ella y el resto del equipo hayan llegado…
»Claro que recibirá el dinero acordado, pero quiero saber que llega sin problemas. Sus hombres tienen que garantizar la seguridad de la chica hasta el Viernes Santo, y evitar cualquier incidente… Naturalmente que me aseguraré de que la chica está bien… Le he dicho que recibirán el resto del dinero en los próximos días, y no me amenace con su jefe, no se lo tolero… Limítese a hacer lo que le he dicho, a usted no le concierne saber más de lo que sabe, sólo deben protegerla hasta el Viernes Santo, cuando ese día ella salga del hotel con el resto del equipo, déjenla, su trabajo habrá terminado. Lo que me preocupa es que Ylena se haga con todo el material…
A pesar de que el conde había bajado la voz, había momentos en que parecía alterado y por eso a Catherine le llegaban retazos de la conversación; había encendido un cigarrillo y parecía pensativa cuando Raymond d'Amis cortó la llamada.
– Perdona, los negocios le persiguen a uno incluso hasta esta montaña sagrada.
– ¿Algún problema? -quiso saber ella.
– Ninguno, nada especial, sólo que la gente no trabaja de manera eficaz y hay que repetir las cosas para que se enteren. ¿Regresamos a nuestro castillo?
– Sí, y quiero darte las gracias por traerme; ha merecido la pena.
De vuelta al castillo d'Amis Catherine conducía con la mirada fija en la carretera y parecía distraída. Su padre tampoco tenía demasiadas ganas de hablar. De nuevo el timbre del móvil volvió a alterar el rostro del conde, que se sentía incómodo hablando delante de ella.
– Salim, amigo mío, me alegro de escucharle… ¿Ya está en Roma?, me alegro de que así sea, y ¿cómo va la operación?
»Ya, ya, veo que tiene un excelente humor… y ¿el resto de sus amigos?… Bien, espero que todo salga según lo previsto, y que no haya ningún fallo… Imagino que usted controlará los tres equipos… bueno, no puedo hablar demasiado, voy por la carretera… La segunda entrega del dinero la recibirá antes del Viernes Santo… Sí, ya sé que faltan cuatro días, pero no se preocupe,esas familias no quedarán abandonadas… Espero que me llame el próximo viernes, y si todo sale bien, amigo mío, nos encontraremos en París para celebrarlo.
– Veo que tus negocios no te dejan ni un minuto libre -dijo Catherine cuando su padre hubo guardado el móvil.
– Así es; menos mal que el invento del móvil permite no tener que estar todo el día en el despacho.