Se quedaron conmocionados. De repente todo era muerte a su alrededor. No sólo Mireille, también Laura y Andrea habían perdido la vida, pero ¿por qué?
– ¿Cómo murieron? -preguntó Hans Wein intentando no perder la compostura, aunque estaba profundamente afectado.
– Degolladas. Les rebanaron la garganta. Lo siento -dijo el inspector de la policía belga.
– ¡Dios mío! -exclamó Panetta.
– Puede que intentaran defenderse, incluso que una de ellas intentara huir, pero el asesino… El asesino actuó como un profesional.
– ¿Un profesional de qué? -preguntó nervioso Hans Wein.
– Los rateros no actúan de esa forma, señor -respondió azorado el inspector.
Diana contó que Andrea la había llamado para que se uniera a Laura y ella para jugar a squash y luego cenar juntas, pero que no fue, porque había quedado con otra amiga para ir al cine.
– ¡Si hubiese ido estaría muerta! -gritó asustada.
– ¿Han detenido a alguien? -preguntó Panetta vivamente impresionado.
– Aún no. Me gustaría saber si ustedes pueden imaginar algún móvil para asesinar a estas dos señoras; no sé, algo relacionado con su vida personal o con su trabajo… -El inspector dejó la pregunta en el aire.
– ¿No podría ser un delincuente común que intentara robarles? -preguntó a su vez Matthew Lucas.
– No, no, señor, tenían los billeteros en el bolso y todas las tarjetas de crédito. Hemos hecho comprobaciones con los bancos y… en fin, nadie ha intentado sacar dinero de sus cuentas. Lo más sorprendente es que no hemos encontrado ninguna huella, nada que nos dé una pista sobre el asesino o asesinos. Díganme, ¿alguien podía tener interés en matarlas?
Hans Wein se irguió, incómodo ante la pregunta.
– No, inspector, eran dos funcionarias ejemplares, personas de toda confianza y con mucha responsabilidad.
– Siento hacerles estas preguntas, pero detrás de todo asesinato hay un móvil, y mi deber es encontrarlo para intentar detener al asesino.
– Lo entiendo, inspector, haga su trabajo. Pero comprenda nuestro estupor y nuestra pena, eran personas muy queridas por todos nosotros. Laura White era mi asistente personal; en cuanto a Andrea Villasante, sin ella este departamento no habría podido funcionar…
»Pero ¿qué está pasando? -preguntó en voz alta Hans Wein cuando se marchó el inspector-. Todo esto es una locura.
Cuando Diana Parker se tranquilizó pudo dar más detalles de su última conversación con Andrea Villasante.
Andrea se había ido de vacaciones y Laura también, pero al parecer las dos regresaron antes de tiempo. Andrea me dijo que la acababa de llamar Laura, que necesitaban quemar adrenalina e iban a jugar un partido, que si me quería unir a ellas…
– Hans, una de ellas era la informante… -afirmó Panetta.
– ¿La informante de quién? ¿De qué hablas?
– Te dije que creía que teníamos una fuga de información, que no era normal que Karakoz se hubiese vuelto tan cuidadoso. En realidad, hasta que Mireille no se infiltró en el castillo anduvimos a ciegas. Fue ella la que nos confirmó la alianza del condecon el Círculo. Laura o Andrea trabajaban, bien para Karakoz, bien para el Círculo.
– ¡Te has vuelto loco! ¡Sabes que Seguridad hizo comprobaciones con todo el personal del departamento! Pero además las conocía bien a las dos, eran mujeres excepcionales, entregadas a su trabajo, incapaces de una barbaridad así.
– Una de las dos filtraba la información -insistió Panetta.
– ¿Y por qué las mataron?
– No lo sé, acaso porque el que informaba temía ser descubierto, o porque había dejado de confiar en ella, o por alguna otra causa. En Roma no se cometió el atentado que nos anunció Mireille, y los españoles tienen a dos terroristas del Círculo que tarde o temprano dirán algo.
– A lo mejor Mireille Béziers se equivocó y nunca estuvo previsto un atentado en Roma. En cuanto a los dos terroristas detenidos en España, son dos desgraciados, carne de cañón; uno fue un ratero al que adoctrinaron en la cárcel y el otro un estudiante, un universitario, hijo de una familia bien integrada de Granada. El tal Mohamed Amir está casado con la hermana de un influyente imam de Frankfurt. Por cierto, a su hermana la asesinaron el mismo día, al parecer fue un asesinato de honor. La chica se había occidentalizado, era feminista y plantaba cara a los islamistas radicales. La asesinó un primo para lavar el honor de la familia. No, esos dos no van a decir mucho más de lo que han contado. He hablado con el inspector García y no espera que canten más.
– Yo también he hablado con el inspector. Para los españoles no hay duda de que los dos terroristas pertenecen al Círculo, lo mismo que el tal Hakim que se voló en Jerusalén. Y tienen un problema con ese pueblo, Caños Blancos, de donde Hakim era alcalde. Puede que sea una base del Círculo, pero tienen que andarse con cuidado para que los periódicos no les acusen de xenófobos -remachó Matthew Lucas.
– Hans, insisto en que tomes en consideración lo que te he dicho -intervino de nuevo Panetta.
– ¡No permitiré que manches el buen nombre de Laura y Andrea!
– ¡Lo que quieres es evitar que este departamento sea puesto en cuarentena por un problema de seguridad! -afirmó Panetta.
– Tu teoría es sólo eso, teoría. Te ordeno que respetes a los muertos. No manches el buen nombre de dos mujeres inocentes. Para mí está claro lo que pasó: las asesinó un delincuente, quizá intentó robarles y se resistieron, y el delincuente no pudo perpetrar el delito porque en ese momento llegó alguien, no sé bien… Pero sí sé que no voy a lanzar mierda sobre su memoria ni sobre este departamento.
– Yo también las apreciaba, Hans, pero me gustaría saber cuál de ellas lo hizo y por qué.
47
El padre Aguirre oficiaba el funeral por Mireille Béziers. Lorenzo Panetta le había pedido que acudiera a Bruselas para dirigir la ceremonia. El día anterior se había celebrado otro funeral por Andrea Villasante y Laura White, antes de que los féretros con sus restos fueran enviados a sus respectivos países, España e Inglaterra. Pero Mireille Béziers estaba teniendo un funeral de especial solemnidad. La muchacha era hija de un embajador; sobrina de un general de la OTAN; la red de amigos de su familia llegaba hasta las más altas esferas.
El viejo jesuita había llegado acompañado del sacerdote joven, Ovidio Sagardía.
Las mujeres del departamento lloraban y los hombres a duras penas lograban contener las lágrimas. Todos tenían un sentimiento de culpa respecto a Mireille Béziers, una heroína, decía el padre Aguirre, una mujer que no había dudado en poner en peligro su vida para evitar que se derramara sangre inocente. Una mujer valiente, generosa, una gran mujer.
Hans Wein escuchaba con los ojos clavados en el suelo las palabras del padre Aguirre.
Mireille había muerto en acto de servicio, mientras que Laura White y Andrea Villasante habían sido asesinadas por no se sabía quién, aunque oficialmente se dijo que se trataba de un delincuente común que había intentado robarles cuando regresaban de jugar un partido de squash.
A Hans Wein le daban el pésame por la muerte de aquellas tres mujeres que habían trabajado en su departamento; pero las miradas de Lorenzo Panetta le hacían sentirse un miserable. Sí, sentía la pérdida de Laura y de Andrea, pero nunca había soportado a Mireille Béziers, que se había convertido en una heroína, y todos le felicitaban por haber tenido en su departamento a aquella intrépida mujer.
Aguardó hasta que se marcharon todos los asistentes al funeral. Quería hablar con Lorenzo Panetta, pero éste se había adentrado en la sacristía en busca del padre Aguirre y de Ovidio Sagardía. Allí le encontró junto a Matthew Lucas.
– Quería despedirme. Sé que te vas mañana -acertó a decir Wein.
– Sí, me marcho; te he dejado un memorando con todas las conclusiones del caso. Espero que te sea de alguna utilidad -replicó Panetta.
– Ya lo he leído, gracias.
– ¿Ya lo has leído?
– Sí… bueno, me cuesta compartir alguna de las cosas que dices.
El padre Aguirre, Ovidio y Matthew les observaban incómodos en silencio. Los dos sacerdotes ya se habían cambiado y vestían traje con alzacuellos.
– Yo coincido con la tesis de Lorenzo -intervino Matthew.
– Sí, ya lo supongo.
– Hans, los datos son incontestables: el conde d'Amis quería vengarse de la Iglesia, destruyendo lo más preciado para los cristianos: la Cruz, los restos del Lignum Crucis.
– ¿Y qué me dices del atentado de Estambul? Que yo sepa, los islamistas no hicieron nada a los cátaros.
– Sí, tenemos lagunas, nos faltan eslabones. Seguimos sin saber quién es el señor Brown; puede que él sea el eslabón, la conexión entre el atentado de Estambul y los de Santo Toribio y Jerusalén. Lo he discutido mucho con el padre Aguirre; él cree que alguien dirigía a Raymond, alguien que quería provocar un enfrentamiento entre el islam y la Iglesia, además de con Occidente. En realidad, Mireille me lo dijo cuando me habló del tal señor Brown.
– ¿Con qué objeto? -preguntó Hans Wein mirando al padre Aguirre.
– Señor Wein, hay gente que se beneficiaría de ese enfrentamiento. Gente para la que el mundo y los seres humanos son sólo una oportunidad de negocio. Si se hubiesen destruido las reliquias del Profeta, los islamistas radicales habrían salido a la calle y provocado un baño de sangre en todo el mundo. La destrucción de los trozos de la Vera Cruz que se conservan en Santo Toribio, en Jerusalén y en la basílica de la Santa Cruz, habría indignado a mucha gente. Alguien estaba buscando que saltara la chispa; querían provocar una guerra de religiones y han estado a punto de conseguirlo. Supongo que de ese enfrentamiento alguien habría hecho negocio.
– Hans, tú mismo barajaste esa posibilidad, dijiste que detrás de todo esto podía haber «negocios» -aseveró Lorenzo Panetta-. El conde d'Amis se alió con el Círculo para conseguir su objetivo, financió las operaciones, consiguió las armas a través de Karakoz, manipuló a esa pobre chica, Ylena. También debes aceptar que teníamos una fuga de información.
– Sí, llevas meses diciéndolo -admitió Hans Wein.
– Y ese alguien era o Laura White o Andrea Villasante -sentenció Panetta.