Выбрать главу

– No pienses en eso. Te fuiste y vives, eso es lo que importa. Debes vivir por ti, por tu madre, por tus abuelos. Seguro que ellos, cuando sufrían en Auschwitz, pensaban en ti y se sentían aliviados sabiendo que estabas a salvo.

David había cambiado. Ahora era un joven seguro de sí mismo, con un ideal por el que luchar.

– Sí, soy sionista, papá, el sionismo no es otra cosa que el retorno a la patria, es lo que debimos hacer hace muchos siglos; silo hubiéramos hecho esto no habría pasado. Por eso hemos creado grupos para defendernos. Los ingleses están contra nosotros, no es que formemos un ejército, papá, porque no tenemos uniformes y apenas armas, pero estamos dispuestos a luchar por nuestra tierra. Los judíos necesitamos una patria. De lo contrario nos volverá a pasar lo de Alemania. ¿Cuántas veces nos han expulsado de los que creíamos nuestros países, de nuestras casas? ¿Cuántos pogromos más tendremos que soportar? No, se acabó, no volveremos a permitir que nos lleven al matadero como ovejas por ser judíos, no volveremos a sentirnos ciudadanos de segunda. Voy a luchar, papá, tengo que hacerlo. Mamá lo habría querido. Tú me lo has contado: se enfrentó a esa cerda de la señora Bruning, por eso le pegaron, por eso le dieron una paliza que acabó con su vida. Si ella estuviera viva pensaría como yo y te animaría a que vinieras con nosotros a Palestina. Continúan llegando inmigrantes a pesar de los ingleses, y parece que se ha formado un comité anglonorteamericano que está estudiando el horrible Libro Blanco que los ingleses impusieron en 1939 restringiendo la inmigración de judíos a Palestina. Los muy cerdos…

– ¡David!

– Papá, ahora los judíos pueden venir y es lo que están haciendo. Me gustaría tanto que estuvieras allí conmigo…

– Tienes razón, David, debes luchar. Para mí sería una impostura ir allí; puedo visitarte, pasar temporadas contigo, pero no me siento capaz de participar en tu sueño de construir un Estado judío. Si tu madre viviera… Es tu sueño, David, yo te apoyo con toda mi alma, hagas lo que hagas, aunque no me guste. Sólo te pido que no olvides algunas de las cosas que te enseñamos tu madre y yo; no te olvides de que no importa cómo se llame a Dios ni de qué manera se le rece. No te vuelvas un fanático, te lo pido por tu madre, ella nunca lo habría sido.

Y entonces su hijo le miró muy serio y se puso a llorar.

– ¿Dios? Yo no creo en Dios, papá, no creo en Dios porque le pedí que me devolviera a mi madre y no lo hizo. Si existiera no habría permitido que murieran seis millones de inocentes en las cámaras de gas. ¿Crees que ellos no le rezaron pidiéndole compasión y piedad? ¿Dónde estaba Él? ¿No ha querido evitar la muerte de los inocentes? ¿No ha podido? ¿Por qué permitió que mataran a mi madre?

– Hijo, no culpes a Dios de lo que ha hecho Hitler.

– Si existe Dios, ha permitido una matanza. Vosotros me disteis una educación laica; por tanto no me hables de Dios ahora. Yo voy a luchar para que nunca más nadie pueda matar judíos impunemente. Voy a luchar para que los judíos tengan un hogar, para que no nos persigan más. Yo no he contado para Él cuando le necesitaba y Él ha dejado de contar para mí, ¿qué más nos puede hacer?

No tuvo respuestas para las preguntas de su hijo, tampoco las tenía para las suyas; ni siquiera sabía por qué le preocupaba Dios. Acaso por las muchas horas de estudio y reflexión sobre los cátaros o la persecución de herejes, la Inquisición y tantas otras barbaridades cometidas por los hombres en su nombre.

Sintió desgarrarse por dentro cuando de nuevo se despidió de David. Su hijo regresaba a Eretz Israel, como él llamaba a Palestina.

Lo único que le fijaba a la tierra, a su propia existencia, era David, de manera que tendría que buscar la manera de que no se rompiera el vínculo.

Ahora añoraba el momento en que se reencontraría con su hijo, en un mes o dos. En cuanto entregara el trabajo sobre fray Julián y la universidad lo presentara como uno de sus documentos de investigación sobre el pasado. También el conde d'Amis aguardaba ansioso el resultado de tantos años de trabajo interrumpido por los avatares de la guerra.

15

Un mes después, cuando estaba a punto de ir a Israel para ver a David, el director del departamento de Historia le convocó con urgencia a su despacho. Allí se sorprendió al encontrar tres sacerdotes junto a su colega.

– Ferdinand, estos caballeros son el padre Nevers, de la nunciatura en Francia, el padre Grillo, de la Secretaría de Estado del Vaticano, y su secretario, Ignacio Aguirre.

– Encantado -dijo dándoles la mano sin entender la razón de su presencia.

– Ellos le explicarán el motivo de su visita y el requerimiento que nos han hecho -explicó el director del departamento.

El padre Nevers y el padre Grillo intercambiaron una mirada rápida en la que decidieron cuál de los dos tomaba la palabra primero. Lo hizo el francés.

– Profesor Arnaud, iré directamente al asunto.

– Sí, si es tan amable -respondió Ferdinand cada vez más extrañado.

– Sabemos que ha estado usted trabajando para el conde d'Amis.

– Siento contradecirle, pero no es exactamente así -le interrumpió-; supongo que el director del departamento les habrá explicado que he llevado a cabo una investigación sobre una crónica escrita por un fraile dominico durante el asedio de Montségur. Esa crónica llegó a mis manos a través del conde d'Amis, que quería que la autentificara. A partir de entonces el conde autorizó a la universidad a que yo trabajara con ese documento, permitiendo que iniciara un trabajo académico cuyo fin era ampliar los conocimientos que tenemos sobre lo que significó la persecución del catarismo y, sobre todo, la configuración de Francia tal y como la conocemos. Eso es lo que he hecho, entre otras cosas, en los últimos años. Mi trabajo ha sido para la universidad, no para un particular. El resultado de ese trabajo ha sido publicado con el sello de la universidad.

– Pero usted ha estado en contacto permanente con el conde d'Amis -aseveró a su vez el padre Grillo en un excelente francés.

– Sí, claro, he tenido que investigar en sus archivos familiares, de manera que he ido con cierta frecuencia al castillo d'Amis, una frecuencia interrumpida por los avatares de la guerra.

– Estos caballeros ya conocen su trabajo publicado por la universidad -terció el director del departamento-, lo que me ha sorprendido gratamente.

– Supongo que a ustedes les molesta que ahora se publique un estudio sobre lo que significó aquella cruzada contra los cátaros, pero les aseguro que mi trabajo es puramente académico, no tengo ninguna intención de hacer daño a la Iglesia por sus errores pasados -afirmó Ferdinand en un tono de voz en el que se vislumbraba cierto enojo.

– Señor Arnaud, no hemos venido a debatir aquellas circunstancias históricas ni el porqué de las acciones de la Iglesia; en estos momentos lo que nos preocupa es el presente, no lo que un estudio académico pueda deducir de lo que sucedió en el siglo XIII -le respondió el representante de la nunciatura, el padre Nevers.

– Bien, pues díganme qué quieren -les conminó Ferdinand.

– En estos años, a pesar de la guerra, grupos de… no sé bien cómo llamarlos, ¿estudiosos? alemanes y también franceses, han excavado la zona de Montségur, buscando… buscando un tesoro, y sabemos que usted los ha dirigido -afirmó el padre Nevers.

– ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¡Yo no he dirigido nada! -protestó Ferdinand.

– Testimonios aseguran que sí lo ha hecho.

– Les explicaré exactamente lo que he realizado y lo que no, pero antes díganme qué sucede, qué quieren…

El padre Grillo carraspeó. Ferdinand le miró de hito en hito. Era un hombre de mediana edad, con el cabello salpicado de canas perfectamente peinado, de tez morena y manos finas y largas. Había en él un toque aristocrático.

– Señor Arnaud, le diremos lo que sucede -dijo el padre Grillo-. Desde hace unos meses nos llegan noticias del trabajo que un grupo de filonazis está realizando en los alrededores de Montségur. Desde 1939 buscan el tesoro de los cátaros, un tesoro que algunos creen que es el Grial.

Ferdinand soltó una carcajada que sorprendió a los tres sacerdotes y al director del departamento, que le miró con enfado.

– ¡Por favor! ¡Supongo que ustedes no se creerán esas historias fantásticas! Señores, tengo libros publicados sobre ese período de la historia de Francia y sobre la persecución de la herejía. En algún capítulo he tratado del tesoro, dejando claro que no eran más que monedas y joyas que fueron sacadas de Montségur para que los supervivientes pudieran continuar con la Iglesia de los Buenos Cristianos. No existe ningún misterio sobre ese tesoro, ninguno. No hay Grial, no existe el Grial, ustedes no deberían leer libros esotéricos o los de aquel nazi, Otto Rahn, muy brillante por cierto. Soy historiador, no fabulador, de manera que no encontrarán ningún escrito mío que avale la absurda teoría del Grial.

– Entonces, ¿cuál ha sido su relación con esos grupos de trabajo? -preguntó el director del departamento de Historia.

– Usted lo sabe muy bien -respondió airado Ferdinandporque se lo he explicado en más de una ocasión. El conde d'Amis, efectivamente, tenía grupos de chicos excavando la zona; los dirigía algún que otro profesor de universidades alemanas, que influidos por las historias de Rahn, estaban seguros de encontrar el tesoro de los cátaros. Esos grupos aparecían y desaparecían; lo único que el conde me pidió en alguna ocasión era que yo examinara los papeles de sus conclusiones y trabajos, y siempre respondí lo mismo: que eran conclusiones falsas, absurdas, que allí no había ningún tesoro y que el Grial no existía, aunque nunca me dijeron directamente que lo buscaran. Era el pequeño tributo que tenía que pagar para que nos permitiera investigar en sus archivos. Sí, eran filonazis como ustedes dicen -y miró a los sacerdotes-; en realidad no eran distintos de tantos franceses que colaboraron con Alemania. La verdad es que nunca les presté mucha atención. No me gustaban; como tampoco me gustaba el conde. Mi único objetivo era investigar, ahondar en la historia de fray Julián. Ahí está mi trabajo; si lo han leído no pueden tener dudas al respecto.

– Querríamos que usted nos contara todo lo que recuerda de esos grupos, de lo que realmente buscaba el conde -insistió el padre Nevers.

– Ya se lo he dicho: buscaban el tesoro de los cátaros. Ustedes saben que hubo un pintoresco escritor, Napoleon Peyrat, pastor de la Iglesia Reformada, que escribió La historia de los albigenses; en realidad él reescribió la historia con mitos, leyendas, cuentos de niños… en fin, hay que reconocerle que era un buen narrador, lo mismo que lo ha sido Otto Rahn. Las fábulas de Peyrat dieron lugar a que se pusiera de moda todo lo provenzal y que algunos hayan sustentando estrafalarias ideas nacionalistas sobre el Languedoc perdido. Otros personajes, menores, esotéricos y ocultistas, han desarrollado otras historias sobre los cátaros y el Languedoc; otro escritor, Maurice Magret, ha contribuido mucho a esa moda. Dedicaba un capítulo alucinante a los cátaros en su obra Los nuevos magos. Antes de la guerra tenía muchísimos seguidores, sin ir más lejos al propio Otto Rahn.