– ¿Por qué tiene a su padre en la cárcel? -preguntó Ovidio.
– Por un atentado. Formaba parte de un comando que atentó contra una patrulla de la Guardia Civil; murieron tres guardias.
– O sea, que está en la cárcel por matar -sentenció Ovidio sin un ápice de compasión en el tono de voz.
– Ha matado porque cree que este país no es libre, porque cree que es la única manera de que se reconozca que Euskadi tiene derechos. No lo justifico -se apresuró a matizar el padre Mikel-, sólo te explico cómo se perciben las cosas desde aquí.
– Y para conquistar esa libertad acaban con la vida de otros… -empezó a decir Ovidio.
– De otros que representan la opresión -se apresuró a responder el padre Mikel.
– ¿Dónde ponemos el límite? -preguntó Ovidio con dureza.
– ¿El límite? No te entiendo -respondió el padre Mikel con voz alterada.
– Sí, dime, ¿en qué circunstancias podemos justificar matar, torturar, dar una paliza a quien no piensa como nosotros? Digamos que aquí tienen razones, ¿y en Irlanda? Tampoco podemos olvidarnos de los chechenos, ni de los palestinos, incluso Bin Laden tiene razones para declarar el yihad, y…
– ¡No hagas trampas, Ovidio! -dijo enfadado el padre Mikel.
– ¿Trampa? No, eres tú el que te haces trampas a ti mismo. Soy tan vasco como tú, y cuando era niño escuchaba a los mayores hablar de una patria nueva que sería una Arcadia. Pero Arcadia no existe, sólo existimos los hombres y somos iguales, no importa dónde hayamos nacido o dónde vivamos. Hombres con todas las miserias y grandezas que albergamos todos los seres humanos. Cuando pierdes a tu madre, el dolor es el mismo hayas nacido aquí o en la China; cuando alguien te humilla, el dolor de la humillación se te clava en el alma seas vasco o escocés. Si no ganas lo suficiente para mantener a tu familia, la desesperación es igual aquí o en Sebastopol.
– Has estado tanto tiempo fuera que…
– He estado tanto tiempo fuera que he aprendido que la tierra no es nada sin los hombres, que lo que importan son los seres humanos.
El padre Aguirre y el padre Santiago escuchaban en silencio el duelo entre Ovidio y Mikel. Ambos defendían con pasión sus posiciones.
– Yo estoy en contra de la violencia, Ovidio, te lo aseguro, sólo digo que nuestro deber es saber dónde ejercemos nuestro ministerio, entender los sentimientos de la gente. De otra manera no podemos hacer nada por ellos.
– Entonces, comprende el dolor de ese chico apaleado y de su hermana maltratada. ¿Qué tipo de patria nueva se puede construir sobre los cadáveres de quienes no piensan como ellos? ¿Sabes? Me gustaría acompañarte al instituto a ver a esos chicos.
– Pues ven; a lo mejor así ves las cosas de otra manera.
– Lo intentaré, pero no creo que pueda, mañana me marcho.
– ¿Adónde? -quiso saber el padre Mikel.
– Bueno, ya sabéis que estoy terminando un trabajo que tenía pendiente antes de venir aquí, y me está resultando más complicado de lo que pensaba. Tengo que ir a Roma y a Bruselas, supongo que no estaré fuera más de una semana. Lo siento, porque lo que más deseo es la rutina de esta nueva vida, pero tengo el compromiso y la responsabilidad de terminar lo que estaba haciendo.
No le preguntaron más. Siguieron hablando de generalidades hasta que el padre Aguirre les propuso irse a descansar.
12
Lorenzo Panetta recibió a Ovidio Sagardía en el aeropuerto. Llovía intensamente en Bruselas y el viento hacía aún más desagradable la mañana.
Ovidio le había telefoneado desde Roma proponiendo un encuentro para cambiar impresiones. El veterano policía aceptó de inmediato, ansioso por escuchar a ese sacerdote que, según todos los informes, era la «estrella» de la inteligencia vaticana, aunque al parecer había decidido retirarse.
El Centro de Coordinación Antiterrorista estaba situado en un edificio cercano a la sede de la OTAN, y en él trabajaban varios cientos de personas.
Colaboraban de manera permanente con él oficiales de inteligencia de agencias europeas y de otros países. Matthew Lucas era uno de ellos.
A Ovidio le sorprendió la gran cantidad de medios con que contaba el Centro, que orgullosamente le mostraron el jefe, Hans Wein, y el propio Lorenzo Panetta.
Cuando por fin se reunieron en el despacho de Hans Wein, Matthew Lucas y Andrea Villasante se unieron a ellos.
– Díganos, ¿ha llegado a alguna conclusión sobre este asunto? -le preguntó sin rodeos Hans Wein.
– No; con franqueza, no. He examinado las palabras encontradas en los restos de papeles, he hecho con ellas varias composiciones y he pedido un examen grafológico, aunque supongo que ustedes también lo habrán hecho. Es evidente que algunas de esas palabras han sido escritas por manos distintas. No he encontrado una relación posible entre ninguna de ellas, y me sigo preguntando por todas y cada una de las palabras y frases encontradas. Ni juntas ni separadas parecen tener sentido.
– Nosotros tampoco hemos adelantado demasiado -explicó Hans Wein-, estamos igualmente atascados. La única esperanza es que Karakoz nos conduzca a alguno de los jefes del comando, aunque será difícil. Esa gente funciona de manera aislada, no se conocen los unos a los otros, tienen autonomía para decidir dónde y cuándo actúan.
– Pero hay una cabeza pensante -afirmó Lorenzo Panetta-, de eso estoy seguro.
– Pues yo no lo estoy tanto -apuntó Andrea-. Su seguridad se basa precisamente en que no pertenecen a una organización articulada.
– Lo siento, Andrea, en esto discrepo contigo. Creo que hay una o varias cabezas en alguna parte. No digo que no haya células que puedan actuar de manera independiente, pero los grandes atentados tienen una motivación específica, no son fruto del azar.
– Bueno, en algo tenemos que discrepar -respondió ella sonriendo.
– En mi opinión, los terroristas de Frankfurt no tenían intención de convertirse en mártires. Tenían otros planes, posiblemente futuros atentados. La cuestión es que si tiene razón Andrea y estos grupos son independientes unos de otros, se han llevado al otro mundo sus planes, fueran los que fuesen. Si por el contrario tiene razón Lorenzo, entonces otro grupo puede haber recogido el testigo e intentar llevar adelante dichos planes, de los que sólo tenemos esas palabras sacadas de restos de papeles quemados que no sabemos a qué corresponden.
Escucharon atentamente la disertación de Hans Wein, conscientes de la dificultad que planteaba.
– Mañana voy a Belgrado -les informó Ovidio-. Aunque ustedes tengan información precisa, que espero puedan enseñarme, sobre Karakoz, intentaré conseguir alguna cosa más sobre el terreno.
Matthew Lucas le observó de reojo expectante. ¿Qué podía conseguir un sacerdote que no hubieran conseguido ya los servicios de información de los países occidentales, además de los satélites y las antenas de escuchas telefónicas? Ovidio se dio cuenta de la mirada desconfiada del norteamericano.
– ¿Sabe, señor Lucas? Seguramente tiene usted razón para pensar lo que está pensando, pero siempre hay un detalle perdido que nosotros los curas podemos aportar, y a lo mejor ese detalle es importante. O no, ya se verá.
– ¡Por favor, no crea que soy reticente! -se disculpó Matthew Lucas, preocupado por haber resultado tan transparente para aquel jesuita.
– Bien, y ahora me gustaría saber lo que me pueden decir del caso.
Lorenzo Panetta cambió una mirada rápida con Hans Wein y éste, con un gesto casi imperceptible, le indicó que fuera él quien hiciera un resumen de la situación.
– Continuamos teniendo a Karakoz bajo vigilancia, noche y día; curiosamente lleva tres semanas sin moverse de Belgrado. Si no supiéramos quién es, casi podríamos creer que es un comerciante y un anodino padre de familia. Es extremadamente cuidadoso en sus conversaciones telefónicas, se refiere a transacciones comerciales sín especificar la mercancía y sin dar ningún dato relevante. Después de lo de Frankfurt se ha vuelto más cauteloso que antes, como si sospechara que le están vigilando. En cualquier caso no vamos a perderle de vista, porque en algún momento se tendrá que mover. No puede llevar su negocio criminal sentado en sus oficinas de Belgrado o de Podgorica. Ese hombre se pasea por todas las repúblicas sin problemas. Karakoz es nuestra mejor carta para llegar a algún jefe del Círculo.
»En cuanto a las palabras, tampoco nosotros logramos encontrarles sentido. Es imposible saber en qué contexto estaban, si en una carta, en un informe, en un folleto turístico… de manera que podemos equivocarnos y trabajar en la dirección contraria si nos obsesionamos con esas palabras, aunque tampoco desechamos seguir analizándolas.
– ¿Tienen información de que se esté preparando algún otro atentado? -preguntó directamente Ovidio.
– El Círculo ha declarado la guerra a Occidente, de manera que en cualquier momento y en cualquier lugar pueden sorprendernos; pero respondiendo a su pregunta, no tenemos ninguna información precisa. Es como si después de Frankfurt hubieran decidido esperar a que aflojemos las medidas de seguridad. Tanto Interpol, como nosotros, como otras agencias, están sondeando a sus fuentes habituales, pero por ahora no tenemos nada que nos llame la atención. Los malos se habrán escondido en sus guaridas planeando el próximo golpe.
– Supongo que mandarán a alguien a Saint-Pons…
– Sí, desde hace unos días hay gente allí observando, hablando con unos y con otros, pero Saint-Pons-de-Thomières es un apacible pueblo donde ní siquiera es importante el número de inmigrantes; es difícil saber dónde buscar.
– Entonces van a ciegas -sentenció Ovidio.
– Desafortunadamente sí. Por eso no le hemos desanimado sobre su viaje a la antigua Yugoslavia; es difícil que le cuenten algo que no sepamos, pero nunca se sabe.
– Creo que también me daré una vuelta por Saint-Pons.
– Usted verá, lo importante es que sepamos qué va haciendo.
La noche se había adueñado de Bruselas. La mujer andaba con paso ágil sin mirar atrás. Estaba cansada por la intensa jornada de trabajo y ansiosa por llegar a su casa para poder descansar. Cuando entró en el edificio donde estaba situado su diminuto apartamento, eI conserje le entregó un sobre que habían llevado esa misma tarde para ella. Echó un vistazo rápido al remite, dio las gracias al conserje y se apresuró a coger el ascensor.