Mohamed se levantó de un salto y salió furioso de la sala. No quería discutir con su madre. ¡Qué sabía ella! Era una mujer ignorante que a duras penas había aprendido a leer y escribir. Nada de lo que dijera tenía valor porque ella no comprendía lo que sucedía alrededor. Era una buena mujer, nada más.
16
Por la mañana, cuando Laila salía de su casa, se sorprendió al encontrar a Alí que en ese momento se disponía a llamar.
– Buenos días.
– ¿Está tu hermano?
– Sí, pero no sé si se ha levantado; espera que llamo a mi madre.
Laila volvió a entrar con paso rápido buscando a su madre en la cocina.
– Ali está en la puerta. Viene a buscar a Mohamed.
– ¿A estas horas?
– Sí, avísale.
– No me gusta…
– A mí tampoco, madre, pero no podemos hacer nada. Mi hermano es un hombre y es él quien debe decidir su destino.
– No, aún no es un hombre, es un niño.
La mujer miró a su hija con preocupación y luego salió de la cocina para avisar a su hijo. La angustia le atenazaba la boca del estómago.
Ali aguardaba a Mohamed en la sala. Estaba nervioso por la tardanza de su amigo. Las instrucciones de Omar eran precisas y no admitían demora. Cuando por fin apareció Mohamed, le conminó a seguirle sin más explicaciones.
– Me has hecho esperar -le reprochó.
– Estaba dormido, pero me he dado prisa, apenas he estado un minuto en la ducha, y ni siquiera he tomado café.
Bajaron con paso rápido por las angostas callejuelas del Albaicín; a pesar de la insistencia de Mohamed para que Ali le dijera dónde iban, éste guardaba silencio.
Ya en el centro de Granada, Ali le condujo por la ribera del río, mientras miraba continuamente hacia atrás.
– Pero ¿qué miras? -le preguntó Mohamed, irritado.
No hubo respuesta porque en ese momento un coche todo-terreno se paró junto a ellos y Ali empujó a su amigo al interior. Al volante iba un hombre de mediana edad, de cabello negro y bigote recortado que ni siquiera les saludó. Ali tampoco dijo nada, de manera que Mohamed decidió hacer lo mismo.
Dejaron atrás la ciudad dirigiéndose a la autopista que conecta Granada con la costa. El hombre conducía con pericia y rapidez. No habían pasado dos horas cuando llegaron a la verja de una finca, que se abrió y dio paso a un camino de tierra al final del cual se veía un inmenso chalet de arquitectura moderna.
Dos hombres se acercaron al coche esperando que bajaran los visitantes. Uno de ellos abrazó a Ali con afecto; luego les condujo al interior de la casa.
La sala era grande, con una mesa baja en el centro, alrededor de la cual se hallaban dispuestos tres divanes y varias sillas.
– Esperad aquí -les dijo el hombre.
Ali y Mohamed se quedaron en pie, sin atreverse a tomar asiento.
– ¿Ésta es la casa de Omar? -preguntó Mohamed con apenas un hilo de voz.
– Así es, es mi casa.
Mohamed se sobresaltó. No había visto entrar al hombre que acababa de responderle y ni siquiera sabía cómo había podido escucharle.
– Bienvenido seas, Mohamed, que Alá esté contigo.
– Gracias -respondió azorado.
– Te has retrasado, Ali -dijo Omar con tono de reproche. Ali no intentó justificarse sino que bajó los ojos avergonzado.
– Bueno, supongo que no habéis podido llegar antes. Bien, sentaos, no tengo mucho tiempo.
Los dos jóvenes obedecieron a aquel hombre de edad indefinida: lo mismo podía tener cuarenta que cincuenta años. Alto, con porte señorial, el cabello negro salpicado de canas y los ojos más negros que la noche.
Se le notaba que estaba acostumbrado a mandar sin que nadie le llevara la contraria.
Una mujer ya anciana, con chilaba y el hiyab cubriéndole el cabello, entró en la sala con una bandeja en la que había tres tazas de café y un plato de dulces.
Ornar esperó a que la anciana volviera a salir para continuar hablando.
– Quiero que forméis parte de un grupo para llevar a cabo una misión que dará el golpe definitivo a los infieles. Después de ella nos pedirán clemencia y el poder del mundo estará para siempre en manos de los creyentes. Tu primo Yusuf se iba a encargar de ejecutar esta misión. ¿Te habló de ella?
– No -afirmó Mohamed-, Yusuf era discreto; pero yo sabía que se traía algo entre manos. Se pasaba el día estudiando papeles, alguna vez le llamaban por teléfono y evitaba que escucháramos la conversación. Se iba de viaje sin decir adónde… pero nunca dijo nada, ni a mí ni al resto del comando.
– Yusut contaba con toda mi confianza y con la de Hasan. Bien, ahora seréis vosotros quienes llevaréis adelante la misión. No será fácil, y en caso de que os detengan deberéis sacrificar vuestra vida para no hablar; los hombres que van a participar junto a vosotros ya se han comprometido a ello.
Ali y Mohamed juraron a Omar que estaban dispuestos a entregar su vida, y que para ellos no habría mayor alegría que encontrarse con Alá en el Paraíso.
– Si caéis en manos de los infieles es mejor que os quitéis la vida por vuestra propia mano, porque si salís indemnes os la quitaremos nosotros y no habrá honor para vosotros ni para vuestras familias. Deberéis llevar una pastilla permanentemente.
– ¿Una pastilla? -preguntó sorprendido Mohamed.
– Sí, una pastilla. El último recurso, por si no podéis morir luchando como guerreros.
– En Frankfurt teníamos cinturones cargados de explosivos para hacernos volar en caso de que la policía intentara detenernos. Eso es lo que Yusuf y los compañeros hicieron, lo que yo debía haber hecho si mi primo no me hubiera ordenado destruir los papeles.
– No te disculpes más por no haber muerto en Frankfurt. Alá había dispuesto que debías vivir. Puede que mueras en esta misión o puede que no. Los cinturones de explosivos son una posibilidad que siempre tenemos a mano, pero esta misión es especial. Habrá momentos en que actuaréis al descubierto, momentos peligrosos en los que no podréis ir con los cinturones de explosivos. Sé que morir con una pastilla os puede parecer poco heroico, pero no podemos correr riesgos.
Mohamed y Ali asintieron sin ocultar su decepción. Los valientes, pensaban, no mueren con una pastilla, pero no podían contradecir a Omar, que sabía más que ellos.
– Ahora os contaré los pormenores de la misión. Escuchad. Durante dos horas largas les explicó lo que esperaba de ellos. Mohamed y Ali atendían extasiados.
– Les golpearemos donde más les duele: en tres de sus santuarios más venerables. Se trata de destruir la más sagrada de las reliquias de los cristianos: la cruz donde dicen que Jesucristo fue crucificado. Existen cientos de pedazos de esa cruz. Nosotros destruiremos el santuario donde se encuentra el trozo más grande del madero, en Santo Toribio, en Cantabria. Santo Toribio es uno de esos lugares en que los cristianos celebran el Año Santo. Sólo Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela comparten ese privilegio. Y nosotros tenemos la suerte de que éste sea Año Santo allí, de manera que habrá miles de peregrinos de todo el mundo adorando ese trozo de madera. También destruiremos la reliquia que está en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma, y destruiremos el Santo Sepulcro de Jerusalén.
»No podrán bajar la cabeza ante esta afrenta; los periódicos, las radios, las televisiones, cuando den la noticia, despertarán la conciencia dormida de los cristianos; aun los que se dicen laicos, agnósticos o ateos, no podrán ignorar la afrenta. Su tragedia es que no sabrán qué hacer, y no harán nada. Enseguida se alzarán voces llamando a la calma, al entendimiento entre musulmanes y cristianos, dirán que es obra de locos y de fanáticos, pero lo importante es que bajarán la cabeza y no se enfrentarán a nosotros porque nos tienen miedo, mucho miedo.
Los ojos de Omar brillaban con emoción. Saboreaba por adelantado el momento en que las reliquias saltaran hechas pedazos. Bebió un sorbo de agua antes de continuar.
– Hace siglos nos diezmaron con la cruz como estandarte, ahora nosotros destruiremos parte de esa cruz. Después de esto, Europa será nuestra; sólo será cuestión de tiempo.
No, no podían fallar. Sí todo salía bien, Occidente quedaría herido de muerte para sieñlpre, y caería como una fruta madura.
Mohamed sonreía para sus adentros, orgulloso de haber sucedido a su admirado primo Yusuf al frente del comando que debía realizar la misión.
– Tú guiarás la acción, pero será Salín] al-Bashír el que coordine los detalles, que organice el grupo, la infraestructura, las vías de escape… Deberás pedirle a él los medios que necesites. Todos seréis uno, él será la cabeza y vosotros los miembros. Contamos con una ventaja: tenemos conocimiento de algunas cosas que los cristianos pueden descubrir de nosotros.
– ¿Cómo? -preguntó A1i con curiosidad.
– Eso, amigo mío, no te lo puedo decir ni tú me lo debes preguntar.
– Pero ¿no será peligroso que el mismo comando lleve a cabo los tres atentados?
– Eso es una cuestión que concierne a Salim al-Bashir.
– ¿Cuándo le conoceremos? -quiso saber Mohamed.
– Pronto. Vendrá a España, pero ahora está preparando algunos pormenores de la misión. Él se pondrá en contacto con vosotros; debéis estar dispuestos a salir de inmediato. En cuanto a vuestras familias, sabéis que son nuestras familias y que las protegeremos si os pasa algo. Por cierto, Mohamed, sé que tienes problemas con tu hermana…
Mohamed bajó la cabeza asustado. Se había olvidado de Laila, entusiasmado como estaba por asumir buena parte de la responsabilidad en la misión. Ahora no tenía más remedio que encarar ese problema.
– Mi hermana es muy joven. Está llena de buenas intenciones; pero no te preocupes, arreglaré el problema.
– Sé que para ti ha supuesto un gran disgusto encontrarte con tu hermana descarriada, pero debes comprender que no podemos hacer excepciones. O se comporta correctamente o de lo contrario adoptaremos una decisión que sirva como ejemplo a otras mujeres.
– Ella es española… -balbuceó Mohamed.
– Yo también -respondió secamente Omar-, pero para nosotros no hay más ley que el Sagrado Corán. No te pediré que la castigues si no te sientes capaz de hacerlo, pero si no lo haces… bueno, puede que me esté equivocando contigo y que no seas el hombre para la misión más importante que el Círculo va a llevar a cabo. Para esta misión necesito hombres cuya única lealtad sea para con nosotros, para con nadie más.