– No hace falta que intervengas, yo lo arreglaré -aseguró Mohamed.
– Que así sea. Ahora, empezad a trabajar. Os presentaré a Hakim, que también formará parte del comando. Tiene experiencia, como Salim, en este tipo de acciones. Hakim ha combatido en Bosnia y ha estado unos meses en Irak. Antes participó en la voladura del autobús de París, y también formó parte del comando que colocó la bomba en el consulado danés en Viena. Es un experto en explosivos, le enseñaron bien en Afganistán. Es un buen tipo, frío, con nervios de acero. Su único problema es que no habla del todo bien inglés. En eso les llevas ventaja a todos, Mohamed; sé que tu alemán es casi perfecto, y que dominas el inglés. Ali sólo habla árabe y español, pero será suficiente.
– ¿Y Salim?
– Salim es extraordinario. Profesor de una prestigiosa universidad en Reino Unido, es ciudadano británico. En realidad nació en Londres, aunque de origen sirio. Es un hombre fuera de toda sospecha. Sus artículos en la prensa llaman a la moderación y defiende que es posible el entendimiento entre comunidades. Tiene encantado a todo el mundo: a sus colegas de la universidad, a los periódicos, a los gobiernos europeos. Es un hombre impecable sín otro pasado que el estudio.
– Entonces, ¿nunca ha participado en una acción? -preguntó Mohamed.
– ¡Al contrario! Ha participado en todas las que han tenido éxito porque él las ha preparado minuciosamente. Ya os he dicho que Salim es la cabeza, tenedlo presente. Vosotros estáis acostumbrados a la acción y él a pensar.
– ¿No somos pocos dada la envergadura de la misión? -se atrevió a decir tímidamente Ali.
– No estaréis solos. Habrá más miembros del Círculo ayudando cada vez que los necesitéis, pero no olvidéis que la clave para que esta operación salga bien es el silencio, que no haya ninguna filtración. Por eso es mejor que no haya demasiada gente en esto. En principio sois más que suficientes. Salim al-Bashir ha estudiado todos los pormenores, es él quien ha decidido. Es él quien tiene los contactos que nos están siendo tan útiles.
– Yo conozco a Hakim -afirmó Ali.
– Lo sé, os ayudó en la acción de Tánger.
– Es un hombre amable.
– Es eficaz -respondió Omar- y eso es lo que importa.
– Sé que es un buen hijo, siempre preocupado por su padre y hermanos, y que su esposa murió durante el parto de su primer hijo y nunca se ha vuelto a desposar -insistió Alí a pesar del ceño fruncido de Omar.
– Su vida privada no os concierne. Hakím cuenta con mi apoyo y confianza. Sé que es el hombre indicado para esta misión y eso es lo único que importa.
»¡Ah, se me olvidaba! Mohamed, antes te hablé de tu hermana y no te mencioné a Jalíl. Sé que ella te ha llevado a conocerle, que participaste en una de sus reuniones. Aléjate de Jalil, no es de los nuestros; es un viejo ingenuo que cree que el mundo se arregla con buena voluntad y rezos.
Mohamed se sentía desnudo ante Omar, ¿cómo era posible que supiera de su estancia en casa de Jalil? De repente recordó a aquel joven situado frente al edificio donde estaba el despacho de Laila. Debía de ser un espía de Omar, y sintió un repentino ataque de pánico. Nada se escapaba al hombre que ahora tenía enfrente y supo que Laila corría verdadero peligro.
– Ese Jalíl es un buen hombre. No creo que haga daño a nadie -respondió con temor.
– Es un incordio. Se empeña en predicar la paz olvidando que nuestro enemigo es fuerte y que debemos derrotarle, que sólo entonces podremos hablar de paz y ser magnánimos.
– No creo que Jalil suponga ningún peligro -se atrevió a replicar Mohamed.
– No lo es porque no permitiremos que lo sea, de manera que no le frecuentes. No es a su casa donde debes ir a rezar. En Granada encontrarás mezquitas para hacerlo e imames dispuestos a guiar tu espíritu y ayudarte a seguir en el camino elegido.
Ornar le miró fijamente y Mohamed supo que no le estaba dando un consejo sino una orden.
De repente una niña irrumpió en la estancia, perseguida por la anciana que les había servido el café.
– ¡Papá! ¡Papá! ¿Verdad que me dejarás ir de excursión con el colegio? Mi madre dice que no, pero yo quiero ir, ¡por favor, esta vez sí!
– ¡Rania! ¿Qué modales son éstos?
A pesar del tono de enfado en la voz de Omar, Mohamed pudo ver que a aquel hombre implacable se le había dulcificado la mirada. Estaba seguro de que si la niña se había atrevido a interrumpir a su padre era porque sabía que no la castigaría por ello. La niña no tendría más de diez años y llevaba el cabello cubierto con el hiyab. Vestía el uniforme del colegio, y la falda gris le llegaba casi hasta los pies.
– Lo siento, papá, lo siento.
Rania bajó la cabeza como si estuviera arrepentida por haber molestado a su padre, pero inmediatamente subió la barbilla y, sonriendo, le preguntó:
– ¿Me dejarás? Es una excursión por la capital, iremos a la Alhambra.
– Pero tú ya conoces la Alhambra -respondió Omar.
– Ya, pero nunca he ido con mis amigas y lo pasaremos bien.
– Ya hablaremos. Ahora vete con tu madre.
La niña no insistió y salió seguida de la anciana, que iba reconviniéndole su comportamiento.
– Es mi hija pequeña, disculpadla.
Ni Ali ni Mohamed se atrevieron a decir nada. Habían asistido en silencio a la escena y se preguntaban si finalmente Omar permitiría ir de excursión a Rania.
– Lo malo de vivir aquí es que tenernos que luchar continuamente contra la influencia de las costumbres cristianas, que vuelven locas a nuestras mujeres y a nuestras hijas. Algún día serán ellos los que vivan de acuerdo a nuestras normas, pero hasta ese momento… bien, continuemos. ¿De qué estábamos hablando? ¡Ah! Sí, de Jalil.
– No te preocupes, evitaré al anciano -asintió Mohamed.
– Así ha de ser. Bueno, ¿tenéis las cosas claras? Si es así, es hora de que veáis a Hakim.
– ¿Está aquí? -preguntó Ali.
– No, aquí no, pero os llevarán a donde está. Vive en un pueblo en la montaña, un pueblo que es nuestro, hemos ido comprando todas las casas y ya no quedan cristianos. Hakim os espera para almorzar.
Ornar se levantó y despidió a los dos hombres. Mohamed no sabía por qué, pero de repente le notaba preocupado. Acaso la irrupción de la niña le había molestado más de lo que había dejado ver.
Se abrazaron y besaron en la puerta de la casa donde el todo-terreno les aguardaba para llevarles hasta casa de Hakím.
Llevaban casi una hora de viaje. Mohamed se dijo que cuando llegaran habría pasado la hora del almuerzo. Tenía hambre, pero no comentó nada con Ali porque su amigo permanecía en silencio, ensimismado, contemplando el paisaje. El chófer tampoco decía nada, de manera que entendió que lo que se esperaba de él era que mantuviera la boca cerrada.
El coche dejó la carretera principal y enfiló un camino sin asfaltar en el que a lo lejos se divisaba una montaña y en su falda, diseminadas, varias casas tan blancas como la cal. Tardaron casi otra media hora en llegar, y cuando lo hicieron a Mohamed le sorprendió encontrarse de repente con un pequeño vergel.
El pueblo era pequeño, no tendría más de cincuenta casas, y estaba rodeado de huertos de los que llegaba un olor intenso a frutas y azahar.
En el centro del pueblo, a la sombra de varias higueras, había un aljibe de considerable tamaño. No se veía un alma, lo que no era de extrañar dada la hora: pasaban las tres de la tarde.
El conductor paró el coche delante de una casa situada a las afueras. Mientras esperaban a que abrieran, Mohamed se fijó en que, en la parte de atrás, había un huerto que comunicaba con la casa.
Un hombre de mediana estatura y porte atlético les abrió la puerta. La barba le cubría buena parte del rostro, en el que destacaba una nariz ganchuda y unos ojos de color marrón oscuro.
– Bienvenidos, pasad, os esperaba.
El interior estaba en penumbra, pero el hombre, que se movía con agilidad, les condujo hasta una sala que comunicaba con un porche que se abría hacia el huerto. Frente al porche una pequeña fuente dejaba escapar varios chorros de agua produciendo una inmediata sensación de frescor.
– Sentaos, ahora nos traerán algo de comer.
Mohamed y Ali obedecieron y se acomodaron en el sofá, mientras que Hakim se sentaba a su lado en un sillón.
Entró un joven vestido con una larga chilaba. Llevaba barba al igual que Hakim y Mohamed creyó encontrarle cierto parecido con éste.
– Mi hermano Ahmed -dijo Hakim a modo de presentación. Ahmed llevaba una bandeja con una jarra con agua. La depositó en la mesa y salió sin decir nada.
– Es mi hermano pequeño. Ha estudiado en la Universidad de Granada y creo que conoce a tu hermana.
Mohamed se movió incómodo en el sofá; no le gustaba que le recordaran a Laila, de manera que no respondió a Hakim y concentró su atención en el vaso de agua que se disponía a beber.
– Ahmed ha encontrado el verdadero camino al igual que otros jóvenes. Antes no quería atender nuestras razones, estaba seguro de que para los cristianos era un igual. Defendía con vehemencia a sus amigos granadinos, le gustaba ir a la universidad, su ambiente de libertad, hasta que ha comprendido que nunca será uno de ellos, sólo un «moro» más, como nos llaman despectivamente.
Una mujer, también vestida con chilaba y el hiyab, entró en la sala seguida de Ahmed. Entre ambos llevaban dos bandejas con varios platos de ensalada, queso, humus, dátiles y naranjas. No dijeron ni una palabra: tan rápido como habían entrado, salieron de la estancia.
– Es mi hermana mayor, viuda como yo, de manera que se encarga de mi casa. Tiene dos hijos pequeños que viven también aquí.
Ali y Mohamed escuchaban en silencio las explicaciones de Hakim sobre su situación familiar.
Hakim les conminó a comer y mientras lo hicieron charlaron de temas intrascendentes. Hasta que la hermana de Hakim les sirvió café éste no comenzó a hablar de la operación.
– ¿Ornar os ha explicado con detalle en qué consiste la misión?
– Sí -respondieron al unísono Mohamed y Ali.
– ¿Y estáis preparados? Es mejor que os lo penséis bien porque no será fácil. Es posible que alguno de nosotros pierda la vida en el empeño…