Выбрать главу

Salim creía haber llegado a conocerle bien, pero a veces había algo que se le escapaba. No terminaba de comprender esa mirada de hombre atormentado que su amigo francés dejaba entrever.

Acaso tenía que ver con esa hija rebelde a la que no conocía. La futura condesa d'Amis vivía en Estados Unidos, ignorante de su padre.

El bar del Lutetia estaba repleto de gente y aunque le apetecía tomarse una copa se dirigió a la conserjería a pedir la llave de su habitación.

– Tiene un mensaje, señor al-Bashir.

El conserje le entregó un sobre cerrado que Salim ni siquiera miró. Le dio las gracias y se fue hacia el ascensor. Subió a su habitación y allí rasgó el sobre. Dentro sólo había un número: «507». Suspiró. Volvió a salir de la habitación y se paró dos puertas después de la suya llamando con suavidad. La puerta se entreabrió y la figura de ella envuelta en una bata de seda gris le levantó el ánimo.

– Pasa, he tenido suerte. Pregunté si me podían dar una habitación en esta planta diciendo que la última vez había estado en una habitación estupenda y el de recepción ha sido muy amable.

– No debes hacerte notar -protestó Salim.

– ¿Crees que me hago notar por decir que me gustaría que me dieran una habitación en la planta quinta?

– Ya sabes que debes procurar ser transparente, que nadie se fije en ti, y es un error pedir una habitación en una planta concreta.

– ¿Qué más da? Así estamos más cerca.

La mujer se pegó al cuerpo de Salim pero éste la apartó con suavidad.

– ¿No me vas a ofrecer una copa? -le pidió.

– Sí, claro que sí, ¿qué prefieres, champán o un whisky?

– Estamos en Francia, de manera que brindemos con champán. Señora mía, tenía ganas de verla -le dijo burlonamente.

– No me extraña -respondió ella continuando la burla. Salim la miró fijamente dudando si preguntarle por las novedades que pudiera tener del Centro de Coordinación Antiterrorista, pero decidió que si lo hacía le provocaría inquietud. Esperaría al día siguiente.

18

Raymond d'Amis se encontraba en su apartamento situado en la Île-de-France. Daba vueltas por el despacho pensando en su cena con Salim. Reconocía que era inteligente y minucioso, pero temía que el exceso de confianza en sí mismo pudiera echar a perder la operación.

El mayordomo entró en el despacho para preguntarle si le necesitaba o podía retirarse.

– Acuéstese; aún me quedaré un rato leyendo.

– Sí, señor conde, buenas noches.

Cuando se quedó solo, Raymond apuró la copa de calvados y localizó en la agenda un número de teléfono. Buscó en un cajón un sobre donde guardaba varias tarjetas de móvil y colocó una en su propio aparato. Suspiró. No le gustaba el hombre con el que iba a hablar, sabía que sus intereses eran distintos de los suyos, pero también que la venganza habría sido imposible sin él. Le había buscado, le había propuesto un plan para llevar a cabo su venganza, le había dado el nombre de Salim y la manera de encontrarle. En realidad, aquel tipo llevaba meses manejándole, moviendo hilos invisibles para llevar a cabo un plan del que él sólo quería la venganza.

– Buenas noches, Facilitador.

El hombre que le respondió sólo dijo una frase.

Nada más colgar, se puso la chaqueta y casi de puntillas se dirigió a la puerta: no quería despertar al mayordomo. Salió a la calle y comenzó a caminar por la orilla del río. No le gustaba hacerlo de noche, pero eso era lo que le había indicado su interlocutor.

Un coche se paró a su lado. Se abrió una puerta y una voz le invitó a entrar.

– Buenas noches, conde.

– Buenas noches.

– ¿Ha sido satisfactoria su cena con Salim al-Bashir?

– Sí, como siempre.

Mientras el coche daba vueltas por París, el conde fue desgranando ante aquel hombre, al que llamaba el Facilitador, los detalles de la conversación con Salim. Respondió a todas sus preguntas y escuchó todas las órdenes que le dio.

– Ahora pondremos en marcha la segunda parte del plan. Dentro de unos días contactará con usted una mujer serbia llamada Ylena. Tiene razones personales para odiar a los musulmanes.

– ¿Cómo se pondrá en contacto conmigo?

– Alquilará una habitación en un hotel, decida si aquí en París, en Toulouse, en la Costa Azul o donde le apetezca. Ella se alojará en el mismo hotel e irá a su habitación. Nadie les verá juntos, podrán hablar lejos de miradas y oídos indiscretos. Ylena será la jefa del otro comando. Usted tiene las instrucciones para ella; sólo tiene que dárselas y procurar que las entienda. Karakoz es quien nos ha facilitado el contacto. No ha sido fácil encontrar un grupo para hacer lo que queremos. Ya sabe que yo creo que sólo el dinero no es suficiente para que las cosas salgan bien; hay que tener un motivo como lo tiene usted, como el de Salim o como el de Ylena. Naturalmente Salim no debe conocer la existencia de Ylena, ni ella la de Salim. Ambos son sólo piezas del rompecabezas.

– Lo mismo que yo -musitó Raymond d'Amis.

– Todos formamos parte del rompecabezas. Usted tiene un motivo distinto al de Ylena y al de Salim.

– ¿Y usted?

– Yo facilito negocios. No es difícil de comprender. Represento a un club muy selecto de personas que piensan en el futuro y que, para construir ese futuro próspero, tienen que mover algunas piezas, provocar alguna confrontación, quitar de en medio a algunos enemigos… es por el bien del mundo, aunque para conseguir el bien a veces hay que hacer un poco de mal. Pero con lo que va a pasar ganaremos todos, aunque al principio haya caos y confusión; pero sólo de las cenizas sale lo nuevo.

– Y usted hace posible que los deseos de los señores de ese selecto club se lleven a cabo.

– Negocio en nombre de ellos. Busco personas como usted, gente que tiene un motivo para hacer determinadas cosas y les ayudo a hacerlo. Usted sueña con destruir la Cruz; bien, lo va a hacer. Salim desea castigar a Occidente donde cree que más va a doler, también él gana. Por distintos motivos quieren lo mismo. Mi misión era encontrarles y ponerles a trabajar juntos. Es sencillo: las cosas son más fáciles si la gente tiene un motivo, sobre todo cuando se trata de matar. No me gustan los asesinos profesionales: matan sin motivo, sólo por dinero, de manera que no están dispuestos a sacrificarse. Pero usted sería capaz de morir por lo que quiere: ver destruida la Cruz, y Salim lo mismo; eso es lo que les hace especiales.

– Eso es lo que nos hace más manejables para usted.

– Dígalo como quiera. Lo importante es el plan y el plan es perfecto. Los trozos de su odiada Cruz que se guardan en España, en Roma y en Jerusalén quedarán hechos añicos, no podrán encontrar ní una astilla. Inmediatamente después de que eso suceda entrará en acción Ylena en Estambul, haciendo volar el pabellón de Topkapi, donde se guardan las reliquias del Profeta. La espada de Mahoma, los cabellos de su barba, el manto… todo volará por los aires. ¡Ah, imagínese lo que sucederá! Los musulmanes de todo el mundo clamarán venganza y en el mismo Estambul comenzarán los ataques a la comunidad cristiana… Sí, conseguiremos el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. Primero destruiremos unas cuantas reliquias cristianas, después las del Profeta… Nadie podrá poner coto al odio entre las dos comunidades por mucho que los políticos occidentales se empeñen en ello. Llamarán a la calma pero nadie les hará caso. ¿Recuerda usted aquellas caricaturas de Mahoma que publicó aquel diario danés, e Jyllands-Posten? Hubo manifestaciones y muertos por aquella afrenta, así que imagínese lo que sucederá cuando millones de musulmanes sepan que han «volado» las reliquias más preciadas de su Profeta.

– Sí, pero no crea que la reacción de Occidente será la misma. A los cristianos les dará lo mismo, sólo se lamentarán. En Europa ya nadie cree en nada, a veces pienso que la mejor venganza es que mis contemporáneos están renegando de la Cruz sin que nadie se lo pida.

– No sea ingenuo, no podrán pasar por alto atentados en España, en Italia y en Israel, y además cometidos por fanáticos islamistas.

– Esperemos que el plan de Salim al-Bashir no tenga fallos.

– Su plan no tendrá fallos pero, amigo mío, haremos que se sepa quién ha estado detrás de los atentados: el Círculo se hará omnipresente.

– ¿A Ylena la detendrán?

– Eso dependerá de su habilidad. Lo más probable es que no sobreviva. Y si la cogen, debe suicidarse.

– ¿Y sino lo hace?

– Ella sabe lo que le sucederá si la cogen viva. Preferirá morir a pasar el resto de sus días en una prisión turca, nada menos que por haber destruido las reliquias de Mahoma.

– Puede denunciarnos.

– ¿A quién?

– A mí.

– Imposible, nadie le habrá visto jamás con ella y, por mucho que investiguen, lo máximo que encontrarán es que han sido, junto a otros cientos de personas, huéspedes del mismo hotel. Por eso le aconsejo que busque uno grande, donde entre y salga mucha gente. Quizá sea mejor que la vea aquí en París, o en la Costa Azul…

– ¿Karakoz conoce a Ylena?

– Usted tampoco le puede hablar a ella de Karakoz. Pero sí la conoce y sabe que sólo desea venganza. Ha logrado entrar en contacto con ella a través de amigos suyos. Primero averiguó que seguía viva y en el mismo pueblo; más tarde, a través de contactos, hizo que averiguaran hasta dónde sería capaz de llegar. Karakoz lo ha organizado todo desde la distancia. La chica lleva unos cuantos meses esperando este momento. La acompañarán dos de sus hermanos y un primo.

– ¿Cómo es posible que Karakoz tenga contactos con la gente del Círculo siendo serbio?

– Karakoz es serbobosnio y tiene contactos en todas partes -dijo el Facilitador-, se mueve por la antigua Yugoslavia como por su casa, y también por los países árabes. Nadie le pregunta porque paga bien, por eso tiene buenos informantes, pero, además, los productos que vende son de primera calidad, garantizados. En el mercado de armas el mejor es Karakoz, por eso todos acuden a su supermercado.

– Karakoz conoce la existencia de todos nosotros y usted se fía de él…

– Amigo mío, Karakoz es un hombre de negocios, y sabe que la discreción y el silencio son la base de su prosperidad. Él vende armas a todo el mundo, no le importa a quién vayan a matar.