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La mirada del hombre del Yugoslavo se posó durante unos instantes en Ylena, pero inmediatamente apartó la mirada y se concentró de nuevo en el periódico. El policía observó a la mujer y pensó que era atractiva aunque, salvo los ojos azules que destacaban sobre el rostro ovalado, tampoco vio en ella nada especial. La mujer parecía fuera de lugar en aquel hotel. No llevaba joyas, ni iba vestida con demasiado gusto: unos pantalones negros, un jersey de seda negro, un pañuelo que no parecía ser de marca envolviéndole el cuello, un bolso negro colgado al hombro que no ostentaba ninguna de esas marcas prohibitivas para el común de los mortales como él.

Pensó que a lo mejor la chica había pasado la noche con alguien, pero descartó la idea de inmediato al verla pagar la cuenta en metálico. Eso tampoco era normaclass="underline" ¿quién paga en metálico hoy en día y más en un hotel como el Crillon? A lo mejor se equivocaba y era una simple turista pero, por si acaso, siseó a través del transmisor que llevaba oculto y cuyo micrófono parecía ser un inocente pin en la solapa de la chaqueta.

– Puede no ser nada, pero va a salir una mujer de aproximadamente uno ochenta de estatura, el cabello rubio oscuro y ojos azules, va vestida de negro, y el sujeto la ha mirado. No sé, pero no parece una dienta habitual del hotel.

– ¿Es guapa? -le respondió con sorna uno de sus compañeros que aguardaban fuera-. A lo mejor el tipo tiene buen olfato y le ha gustado esa mujer -continuó.

– Puede ser, estad atentos a la reacción del otro sujeto.

Ylena salió del hotel llevando, además del bolso de mano, una maleta pequeña de color negro. Un botones la acompañó a la puerta empeñado en llevársela. El portero le ofreció pedir un taxi, lo que ella aceptó de inmediato. Dos minutos después se perdía en el tráfico de París.

El hombre del Yugoslavo que vigilaba la puerta no se movió, ni tampoco miró a Ylena. Su compañero de dentro del hotel le acababa de llamar por el móvil.

– No mires, aquí hay uno de la competencia. Me acabo de dar cuenta.

Un minuto más tarde el policía que continuaba dentro del hotel escuchó la voz de su compañero.

– Falsa alarma. Hemos visto salir a la chica; no estaba mal, pero el tipo ni la ha mirado, tampoco la ha seguido.

– ¿Por qué no mandáis a uno de los nuestros que lo haga?

– Chico, ya me dirás por qué! Ya te digo que ni la ha mirado, y te aseguro que hemos peinado la zona; por aquí no hay más hombres del Yugoslavo. No nos hagas perder el tiempo ni lo pierdas tú. Procura que no se te escape el sujeto porque eso sí que sería un problema.

El policía asintió de mala gana. Algo le decía que el hombre del Yugoslavo había mirado de manera especial a aquella mujer y que ese interés nada tenía que ver con la apariencia de la joven. Pero decidió obedecer. Si el sujeto se le despistaba el que tendría problemas sería él.

23

– Aquí vivió Beato de Liébana en el siglo viii. Todos ustedes conocerán sin duda sus Comentarios al Apocalipsis de San Juan. Beato fue un monje muy singular que incluso se atrevió a polemizar con el entonces metropolitano de España y arzobispo de Toledo que defendía la doctrina adopcionista. Pero lo importante son los textos que escribió, que ya entonces alcanzaron una gran difusión y fueron ilustrados con magníficas miniaturas. Beato también escribió un himno en el que por primera vez se defendía la predicación de Santiago el Mayor en España; realmente ese himno fue premonitorio porque casi de inmediato se encontró la tumba del Apóstol en Compostela, y…

– Entonces, ¿por qué este monasterio se llama de Santo Toribio en vez de estar dedicado a Beato? -preguntó una mujer interrumpiendo las explicaciones de la guía, que la miró a su vez con fastidio porque no era la primera vez que la cortaba.

– Precisamente se lo iba a explicar ahora. Este monasterio fue fundado en la época visigoda. Entonces se llamaba San Martín de Tours. La tradición nos ha legado dos historias: una se refiere al obispo de Palencia, Toribio, que en el siglo vi andaba por estas tierras intentando convertir a los paganos; la otra se refiere a que santo Toribio de Astorga, famoso por combatir la herejía prisciliana, estuvo también aquí, y precisamente él, que en el siglo y había peregrinado a Tierra Santa, trajo numerosas reliquias; es posible que entre ellas se encontrara el mayor trozo de la Vera Cruz. En el siglo xi los monjes de la abadía seguían la regla de san Benito y entre los tesoros del monasterio se encontraba el cuerpo de santo Toribio, y…

– ¿Y podremos ver el trozo de la Cruz de Cristo? -la mujer volvió a interrumpir a la guía para desesperación de ésta.

– Sí, naturalmente. Ustedes van a ganar el jubileo precisamente porque aquí se encuentra el mayor trozo de la Cruz. Hay indicios de que desde tiempos remotos venían al monasterio gentes de todas partes para adorar la Cruz además de rezar ante santo Toribio, que tiene fama de ser un santo muy milagrero. Cuando entremos en el monasterio podrán apreciar su sepulcro bajo una efigie policromada en medio de la iglesia. Fue el papa Julio II quien en 1512 otorgó la bula por la que se establecía el jubileo de una semana a quienes llegaran hasta el monasterio los años en que la festividad de Santo Toribio cayera en domingo. El monasterio también está en la ruta del llamado «Camino Francés» que lleva a los peregrinos hasta Compostela. ¡Ah! Y una curiosidad: sabemos que por lo menos desde el siglo XVI acudían muchas familias con personas enfermas, enfermos mentales, porque la tradición aseguraba que el Lignum Crucis era capaz de curar a los endemoniados, y…

– Pero entonces, ¿el jubileo sólo se puede ganar durante una semana? -preguntó otro de los peregrinos a la guía.

– No, no, eso les iba a explicar. El papa Pablo VI amplió el jubileo semanal a todos los días del año que van de la festividad de Santo Toribio en domingo hasta el año siguiente. De manera que se abre la Puerta del Perdón por el obispo y a partir de ese momento todos los peregrinos que lleguen a lo largo del año lebaniego podrán alcanzar la indulgencia plenaria para la remisión de sus pecados. Es lo que ustedes van a conseguir en cuanto lleguemos, se confiesen, escuchen la misa y comulguen. Ya saben que sólo Jerusalén, Roma, Compostela y Caravaca, en Murcia, tienen también este privilegio.

– Entonces el monasterio ¿de qué siglo es? -quiso saber otro de los peregrinos.

– La actual iglesia se empezó a construir a mediados del siglo xiii, y es de estilo gótico monástico con influencia cisterciense. Aunque aún quedan restos de la antigua construcción románica. En el siglo xvii se hicieron obras de ampliación en el monasterio y de entonces es el maravilloso claustro que ustedes podrán admirar. Y les gustará saber que la capilla donde se guarda el Lignum Crucis es barroca, construida con las aportaciones de los indianos, los emigrantes montañeses que hicieron fortuna en América. Es espectacular, ya lo verán, por su belleza y al mismo tiempo por su sobriedad. El trozo de la Cruz está guardado en una carcasa de plata sobredorada realizada por orfebres en 1778.

Mohamed y Ali escuchaban atentos las explicaciones de la guía. El autobús turístico acababa de dejar atrás el pueblo de Potes y se encaramaba por la cuesta que llevaba al monasterio.

– Ahora verán el monte Viorna, en cuya ladera se encuentra Santo Toribio. Por cierto, se me había olvidado explicarles que estos valles se convirtieron en un refugio seguro para los cristianos que huían de la ocupación árabe.

Habían viajado en tren desde Granada a Madrid y desde allí a Santander. Se habían apuntado a la excursión a Santo Toribio en una agencia de viajes, como unos turistas más. Habían procurado pasar inadvertidos, vistiendo sin estridencias. Llevaban vaqueros, camisas limpias y planchadas, zapatillas de deporte y el pelo arreglado. Claro que muchos de los peregrinos les habían mirado con curiosidad y desconfianza: «Son moros -escucharon que susurraban a sus espaldas-, y a éstos qué les importará Santo Toribio». Ellos procuraron ser amables con todos los miembros de la excursión, ayudando a las señoras más mayores a subir o bajar del autobús, ofreciéndose a comprarles agua cuando se detenían para hacer un alto. Una mujer no pudo reprimirla curiosidad y les preguntó por qué iban a Santo Toribio.

– Nosotros queréis ganar el jubileo? -les preguntó con suspicacia.

– No, señora, pero estamos viajando por Cantabria, y no podemos dejar de conocer el santuario. Sepa usted que para los musulmanes Jesús fue un gran profeta. Fueron los judíos quienes le crucificaron… -recordó Ali, y la respuesta pareció satisfacer a la mujer que desde ese momento les sonrió afectuosamente.

– Nos está gustando tanto Cantabria que no descartamos volver con nuestras familias -apostilló Mohamed.

El paraje donde se levanta el monasterio de Santo Toribio les pareció espectacular. En la ladera de la montaña, envuelto entre los árboles y el verde de la naturaleza las piedras brillaban bajo el tenue sol del mediodía.

Cuando se bajaron del autobús la guía les señaló la Puerta del Perdón.

A ellos les extrañó la ausencia de guardias, policías y de cualquier cuerpo de seguridad que protegiera el monasterio. Caminaron alrededor de Santo Toribio, subieron por las peñas para contemplarlo con perspectiva y después volvieron a bajar. Nadie parecía fijarse en ellos. Entraron y salieron de la iglesia varias veces, observaron con cuidado la capilla del Lignum Crucis, donde los peregrinos se agolpaban rezando en voz baja.

La misa comenzó y cuantos allí estaban seguían las palabras del sacerdote con devoción convencidos de que sus pecados serían borrados de un plumazo una vez atravesada la Puerta del Perdón y habiéndose confesado y comulgado.

Nada impedía acercarse a la capilla del Lignum Crucis, protegida por una verja; al contrario, cualquiera podía prosternarse en los escalones que conducían al pequeño recinto donde se exhibía la reliquia… Cualquiera podría hacer estallar en pedazos aquella capilla si no le importaba inmolarse en el empeño, algo a lo que tanto Ali como Mohamed estaban dispuestos. A ellos les esperaba Alá en el Paraíso y su Paraíso era más gratificante que el cielo de los cristianos.

Contaron mentalmente los pasos que separaban desde la Puerta del Perdón hasta la capilla, estudiaron los otros accesos y se hicieron en la pequeña tienda del monasterio con varios libros sobre el lugar. Ahora ya sabían que aquella misión era no sólo factible, sino que no ofrecía el más mínimo problema. En aquel lugar remoto de Cantabria, en aquel paraje a la sombra de los Picos de Europa, nadie parecía desconfiar de nadie; ni los monjes ni las autoridades locales esperaban que alguien fuera capaz de dañar aquel lugar y mucho menos destruir en mil pedazos el Lignum Crucis.