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– ¿Y qué puede querer un aristócrata francés de un traficante de armas? Lo que decís de ese Karakoz es que no sólo vende armas, sino que alquila mercenarios para todo tipo de trabajos. También sabemos que Karakoz vende armas al Círculo, o sea que hay una conexión, por tenue que te parezca, entre D'Amis y los terroristas del Círculo.

El obispo miró sorprendido a Ignacio Aguirre. Aunque el viejo jesuita había sido su maestro y cuanto sabía lo había aprendido de él, le continuaba asombrando su agilidad mental, su capacidad ilimitada para relacionar elementos aparentemente contradictorios, para buscar coherencia en medio del caos. No se atrevía a pensar que Aguirre pudiera tener razón, pero sería la primera vez que no la tuviera a la hora de encontrar solución a un caso.

– En cuanto a esas palabras que rescataron del fuego… Son palabras sueltas, lo sé, pero por ejemplo el nombre «Lotario» ahora puede tener sentido.

– ¿Por qué? -preguntó Ovidio.

– Para el conde d'Amis lo tiene. Lotario dei Conti fue elegido Papa con el nombre de Inocencio III y fue quien inició la cruzada contra los albígenses.

– Pero no hay ninguna prueba de que esa palabra se refiera al papa Inocencio III -protestó Domenico.

– No, no la hay, pero «sangre»… ¿no crees que puede ser la sangre de los inocentes? Fray Julián anuncia en su crónica que algún día alguien vengará la sangre de los inocentes.

– ¡Fray Julián! ¡Por Dios, padre, está usted obsesionado con esa crónica! -exclamó enfadado Ovidio-. ¿No creerá que tiene algo que ver con el atentado de Frankfurt?

– No lo sé, pero ¿por qué lo descartas tan rápidamente? Yo conozco a Raymond de la Pallisière. Le han educado en el odio.

– «Correrá la sangre en el corazón del Santo…» -murmuró el padre Domenico.

– Eso puede significar un atentado en algún lugar. Luego tenemos la palabra «cruz»… si algo odiaban los cátaros era la cruz -continuó el padre Aguirre.

– Ya no hay cátaros, padre -afirmó Domenico.

– Claro que no hay cátaros, pero eso lo sabemos nosotros. Raymond de la Pallisière cree que es el guardián de aquella herejía y que le corresponde revindicar la sangre que se derramó. No sé si has viajado a Occitania, pero si lo has hecho habrás visto que los cátaros se han convertido en un reclamo turístico. Ha habido comunidades hippies que vivían en aquella zona y creían a pies juntillas que su modo de vida era similar al de los cátaros. También hubo grupos esotéricos que fueron a medir supuestas vibraciones cósmicas en los castillos de la región. Incluso ha habido sectas desde las que se ha invitado a sus seguidores al suicidio para alcanzar el estado perfecto y llegar a Dios. Se han escrito libros para sostener que el legado cátaro no es otro que el de los descendientes de Jesús, por no decir que no han cesado las excavaciones buscando el tesoro de Montségur… Y en aquella zona de Francia puedes escuchar a mucha gente hablar de un pasado glorioso de trovadores y damas arrasado por el rey y por la Iglesia. Hasta el más humilde se cree descendiente de algún caballero o trovador. Los cátaros no existen, pero hay quienes se empeñan en decirse sus descendientes, discípulos… Raymond de la Pallisière es descendiente de una familia donde hubo perfectos. Su padre buscó el tesoro de los cátaros ayudado por los nazis, convencidos de que el tesoro era algún objeto que daría el poder absoluto a quien lo tuviera. El profesor Arnaud se reía de ellos y nunca quiso prestar excesiva atención a esas reflexiones que escuchaba en el castillo, aunque tuvo el acierto de escribir cuanto oía en hojas sueltas.

»El padre de Raymond le educó con un único objetivo: rescatar el tesoro cátaro y quizá, también, vengar la sangre de los inocentes. Raymond ha vivido en un ambiente opresivo, donde todo ha girado en torno a esa locura. Cuando le conocí era un joven necesitado de ser alguien, de reafirmarse frente a su progenitor. Según las notas del profesor Arnaud, creía que su padre había constituido una sociedad secreta para proteger el legado cátaro y buscar su tesoro. Al parecer era una asociación cultural en la que al principio le invitaron a participar, pero cuando el conde se dio cuenta de que el interés del profesor Arnaud por los cátaros era sólo académico, intentaron que no supiera más de la cuenta sobre sus actividades.

– Usted habla de la sangre de los inocentes… -dijo el padre Domenico.

– Sí, se derramó mucha sangre. No creas que juzgo a la Iglesia, la formamos hombres y su historia hay que leerla a la luz de cada momento. Eso no justifica los errores, sólo los explica. ¿Crees que alguien debe morir por creer que existe un Dios del bien y un Dios del mal? Los cátaros creían que el mundo era obra del Dios malo…

– Perdone, padre, pero su obsesión por la crónica de fray Julián le lleva a mezclar elementos heterogéneos. No sé por qué el conde d'Amis tiene tratos con los hombres de Karakoz, pero de ahí a sugerir que puede estar organizando un atentado con el Círculo… bien, en mi opinión, y sin que lo tome como una falta de respeto, eso es un disparate.

Ovidio Sagardía tragó saliva después de dar su sincera opinión. No se sentía cómodo enfrentándose al hombre que más admiraba y al que debía toda su carrera eclesiástica, pero por primera vez veía al padre Aguirre como un anciano incapaz de analizar con rigor y frialdad lo que estaba pasando. El solo hecho de haber tropezado con Raymond d'Amis le había llevado a teorizar sobre un atentado organizado a medias entre el conde y el Círculo. En Bruselas le tomarían por un viejo excéntrico o algo peor.

– Entiendo que no compartas mis sospechas y haces bien en decirlo en voz alta, pero mucho me temo, Ovidio, que, por disparatado que te pueda parecer lo que he dicho, tengo razón. Conozco a Raymond de la Pallisière, y sé de lo que es capaz.

– ¿Le conoce? Usted ha dicho que le vio en un par de ocasiones y de eso hace ¿cuánto? ¿Sesenta años? -respondió Ovidio, desafiante.

– No imaginas en qué ambiente creció, ni cómo era su padre… además tengo los papeles del profesor Arnaud; son notas sueltas, reflexiones al hilo de lo que escuchaba y veía en el castillo… no, no estoy equivocado.

El discípulo por primera vez se sentía superior a su maestro, de manera que Ovidio volvió a replicar al padre Aguirre.

– El Círculo jamás confiaría en nadie que no fuera musulmán. Si es difícil llegar a ellos es precisamente porque no se fían de nadie. Además, ¿para qué necesitan a ese conde? Hasta ahora vienen haciendo los atentados solos, y desgraciadamente han tenido éxito, de manera que ¿para qué aliarse con un extraño?

– No tengo respuestas a todas las preguntas, sólo una teoría, que creo que es la acertada, por muy disparatada que te parezca.

– ¿Así de simple? El Centro de Coordinación Antiterrorista de la Unión Europea lleva semanas devanándose los sesos buscando una pista sólida y de repente usted… bueno, usted llega y asegura que el caso está resuelto, que el conde d'Amis es cómplice del Círculo. -Las palabras de Ovidio estaban llenas de indignación.

– Sí, efectivamente, y ¿sabes por qué se han aliado? Pues para atentar contra la Iglesia -afirmó el padre Aguirre aguantando la mirada desafiante de Ovidio.

– Pero ¡qué disparate! -exclamó el padre Domenico.

– Bien, no perdamos el tiempo en discusiones -terció el obispo-. Nuestro papel es ayudar al Centro de Coordinación Antiterrorista de Bruselas con la información de la que dispongamos. A mí también me sorprende la hipótesis del padre Aguirre; no puedo creer que al Círculo le interese enfrentarse a la Iglesia, pero…

El viejo jesuita les miró sin que su gesto denotara contrariedad.

– Luigi, me has pedido que viniera y aquí estoy; siento que mis conclusiones no te gusten.

– No es eso, no es eso. No se trata de lo que a mí me gusta sino de lo que puede ser real… sinceramente, Ignacio, no soy capaz de seguir tu pensamiento para llegar a la conclusión a la que has llegado. Yo no lo veo tan claro -admitió el obispo.

– Bien, no tenéis por qué hacerme caso, puede que esté equivocado; en cualquier caso déjame exponer mis conclusiones en Bruselas. Seguramente pensarán como vosotros, que soy un viejo fuera de la realidad obsesionado con el pasado. ¡Ojalá tengáis razón! De Bruselas regresaré directamente a Bilbao.

– Ya es tarde; es mejor que vayamos a descansar. No sabemos lo que nos espera mañana. Y ahora me gustaría ir con el padre Aguirre a cenar, puesto que mañana sale de viaje.

29

Lorenzo Panetta sostenía en la mano una taza de café que iba bebiendo a pequeños sorbos, al tiempo que recapitulaba sobre los últimos acontecimientos.

– Esperemos que ese jesuita que conoce al conde d'Amis nos cuente algo realmente sustancioso.

Hans Wein se frotaba los ojos mientras escuchaba a Lorenzo Panetta y, al igual que Matthew Lucas, hacía lo imposible por no bostezar. Llevaban veinticuatro horas sin descansar, pendientes de la información que iba llegando al Centro.

– ¿Y el padre Ovidio? -quiso saber Matthew.

– No, no es el padre Ovidio quien viene, sino otro español, un jesuita que al parecer dirigió durante muchos años el departamento de Análisis del Vaticano.

– Y conoce al conde d'Amis… -murmuró Matthew Lucas.

– Sí, eso parece, ya veremos lo que nos cuenta cuando llegue. Viene directamente al Centro. La nunciatura le ha enviado un coche a recogerle al aeropuerto. Por cierto, en el último e-mail que nos envían de París dicen que el conde está en el Crillon desde que aterrizó, y hasta el momento no ha hablado con nadie -explicó Lorenzo.

Unos golpes secos en la puerta alertaron a los tres hombres. Hans Weín de manera instintiva se ajustó la corbata, míentras que Panetta y Matthew Lucas clavaban la mirada en la puerta pero sin mover un músculo.

Un segundo después de que Hans Wein dijera «adelante», entró erguido y con paso firme un anciano de aspecto distinguido.

– Soy el padre Aguirre -se presentó en un correcto inglés.

– Pase, pase. Le estábamos esperando -dijo Wein mientras se levantaba para estrechar la mano del sacerdote e invitarle a sentarse.

– Lorenzo Panetta, subdirector del Centro, y Matthew Lucas, nuestro enlace con la Agencia Antiterrorista de Estados Unidos -señaló Wein a los dos hombres que le acompañaban.