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El padre Aguirre continuaba en Bruselas e insistía en su teoría de que el conde d'Amis y el Círculo se habían unido para golpear a la Iglesia. Wein creía notar que lo que decía el jesuita ganaba terreno en el ánimo de su segundo, Panetta, y de Matthew Lucas, el enlace con los estadounidenses. Aun así, él se resistía a creer en esa alianza, el Círculo no necesitaba a ningún conde francés para poner una bomba; desgraciadamente lo venía demostrando con demasiada frecuencia.

– ¿Te decidirás ahora a que se intervengan los teléfonos de ese Salim al-Bashir? -insistió Lorenzo.

– Nuestros amigos británicos tienen esta información y considerarían un escándalo que se investigara a este hombre. Es amigo de tres ministros del Gobierno, e incluso ha sido recibido por personas del entorno real para conocer su opinión sobre la situación y demandas de los musulmanes en Reino Unido. Los británicos no quieren ni oír hablar de cercar a Salim al-Bashir.

– Pues se equivocan. ¿Cómo pueden negarse a ello? -se quejó Lorenzo Panetta-. ¿Es que no le dan importancia a su amistad con el conde?

– Dicen que Bashir no tiene por qué saber que el conde se relaciona con el Yugoslavo, y preguntan si pretendemos intervenir los teléfonos de toda la gente que conoce el conde. No, no podemos hacerlo sin los británicos.

– Que, curiosamente, se han vuelto exquisitos con las formas. -No quieren problemas con los musulmanes; bastantes tienen ya.

Laura White anunció la llegada del padre Aguirre. A Lorenzo le sorprendía el cambio que se había operado en Laura en los últimos días. Parecía nerviosa. Claro que Andrea Villasante tampoco estaba en su mejor momento. La española discutía con todo el mundo y había perdido el aplomo que tanta admiración les causaba. Se preguntó qué les podía estar pasando a estas dos mujeres. También le llamaba la atención que se hubiera producido cierta distancia entre la una y la otra. Antes se las veía quedar para ir a jugar a squash o visitar alguna exposición; ahora procuraban evitarse y menos aún, citarse.

El saludo del padre Aguirre le devolvió a la realidad. El sacerdote creía haber encontrado una pista sobre una de las frases encontradas en los papeles de Frankfurt.

Hans Wein no tenía demasiadas esperanzas en los descubrimientos del sacerdote, sobre todo porque le asustaban las especulaciones que éste hacía sobre el caso.

Ignacio Aguirre se daba cuenta de las reticencias del director del Centro de Coordinación Antiterrorista de la Unión Europea, pero hacía caso omiso de ellas. Estaba demasiado angustiado por lo que podía suceder para preocuparse de que hirieran su orgullo tomándole por un viejo loco.

– Creo que una frase corresponde a un texto de Otto Rahn -afirmó el sacerdote.

– ¿Cuál? -preguntó con curiosidad Lorenzo Panetta.

– «Nuestro cielo está abierto sólo a aquellos que no son criaturas…», lo que sigue es «de una raza inferior, o bastardos, o esclavos. Está abierto a los arios. Su nombre significa que son nobles señores».

Tanto Wein como Panetta le miraban asombrados. Pero Ignacio Aguirre continuó hablando sin detenerse.

– En realidad esta frase es continuación de otro párrafo anterior: «No necesitamos al Dios de Roma, ya tenemos el nuestro».

– ¿Estas frases son de Otto Rahn?

– Así pensaba el personaje -respondió el padre Aguirre-; he podido encontrar estos textos gracias a las notas del profesor Arnaud.

– ¿Y qué sentido tiene que los pensamientos de Otto Rahn estuvieran en manos del comando islamista que perpetró el atentado de Frankfurt? -preguntó de mal humor Hans Wein.

– No lo sé. Puede que al estar en contacto con el conde d'Amis éste les surtiera de seudoliteratura sobre los cátaros, o puede que algún miembro del comando sintiera cierto interés por esa herejía precisamente por estar el conde detrás.

– ¡Es un disparate! -exclamó enfadado Wein-. ¡Usted pretende convencernos de que el conde d'Amis está detrás del Círculo!

– No, yo no pretendo eso. El Círculo está formado por islamistas fanáticos que tienen su propia guerra declarada a Occidente; lo que yo digo es que puede haber una confluencia de intereses entre el conde y el Círculo, en este caso para golpear a la Iglesia. Otra de las frases es igual de significativa: «Lo imperfecto no puede provenir…», lo que continúa es «de lo perfecto», es una de las frases de Rahn en su libro Cruzada contra el Grial, analizada por el profesor Arnaud, porque explica la esencia del pensamiento cátaro. Entiendo su dificultad para aceptar mi opinión pero no la descarte. Temo tener razón. Hay una relación clara y evidente entre Ravmond de la Pallisière y el Círculo, y puede que ese profesor Salim al-Bashir no sea tan inocente como ustedes pretenden.

– Perdone, padre, pero a veces pienso que usted ha convertido en obsesión la crónica de fray Julián y su relación con el difunto profesor Arnaud. Le aseguro que todos nosotros hemos leído dicha crónica, que sin duda es conmovedora, pero me cuesta creer que lo que dijera un fraile hace más de siete siglos pueda desencadenar hoy un ataque terrorista contra la Iglesia.

– Entiendo sus reticencias, señor Wein, pero mi obligación es decirles lo que pienso, lo que creo que va a pasar. Para mí es evidente que va a haber un ataque contra la Iglesia. Desgraciadamente no encuentro sentido a otras palabras: «cruz de Roma», «correrá la sangre en el corazón del Santo…», de nuevo «cruz»… Pero no le quepa la menor duda de que detrás de esas palabras se encuentra el lugar donde se va a perpetrar el atentado. En cuanto a la Crónica de fray Julián, tengo que aceptar que ha determinado mi vida mucho más de lo que yo mismo podía sospechar la primera vez que tuve el libro en mis manos, pero les aseguro que en mis muchos años de servicio a la Iglesia jamás me he engañado ni he engañado con tal de hacer valer mis hipótesis.

– Bien, continuaremos investigando; no echaremos en saco roto sus recomendaciones -aseguró de mala gana Hans Wein.

– Creo que mi presencia le incomoda -le espetó Ignacio Aguirre- y lo entiendo: ustedes están preparados para que las cosas sean como creen que deben ser porque intentan pensar con la lógica de los terroristas, pero les aseguro que éstos siempre les sorprenderán. Aparentemente no tiene sentido que entre los papeles quemados de un comando islamista aparezcan frases de Otto Rahn. En cuanto a los cátaros… entiendo que les cueste creer que un aristócrata francés quiera vengarse de la Iglesia siete siglos después de la caída de Montségur, pero así es. El actual conde d'Amis ha sido educado en la venganza; para él los cátaros no pertenecen al pasado, sino que forman parte de su presente, estoy convencido.

– Falta un eslabón -aseguró Lorenzo Panetta.

– Sí, aparentemente -admitió el jesuita-, y aquí sólo cabe especular. Ustedes saben mejor que yo que hay intereses que están por encima de los gobiernos y de las instituciones. Quién sabe si ése es el eslabón.

– No entiendo dónde quiere llegar.

– Sí lo entiende, pero no le gusta. Podemos preguntarnos por qué se decidió acabar con el sha e impulsar un régimen religioso en Irán, o por qué Bin Laden fue un hombre de Occidente… por qué suceden ciertas cosas en el mundo que desgraciadamente no son fruto de la casualidad, sino de los cálculos interesados de cierta gente. Quiero decir que, por descabellado que le pueda parecer que el conde d'Amis y el Círculo se unan para golpear a la Iglesia, tenga por seguro que lo harán. Me voy a Roma; quiero exponer ante mis superiores las conclusiones a las que he llegado. La Iglesia debe estar preparada para lo que se nos viene encima; ahora se trata de averiguar dónde nos van a golpear y, señores, debería ser tarea suya averiguarlo.

La conversación con el padre Aguirre dejó malhumorado a Hans Wein y pensativo a Lorenzo Panetta, que no se atrevía a decir ante su jefe que creía que el sacerdote tenía razón. Pero en aquel caso, Panetta ya había decidido que sería difícil avanzar con Wein. Le profesaba afecto y respeto, pero su jefe era demasiado ordenancista para permitirse siquiera pensar en algo que no estuviera en el manual de instrucciones. Y él temía que la predicción del padre Aguirre se hiciera realidad y un grupo de fanáticos atentara contra la Iglesia, pero ¿dónde, cuándo, cómo? Confiaba en lograr información desde dentro del castillo, por más que hasta el momento habían fallado todos los intentos de conseguir que alguien del entorno del conde le traicionara. Pero él estaba dispuesto a jugar una carta de la que nada le había dicho a Hans Wein.

Tenía que hablar con Matthew Lucas. Confiaba en el norteamericano, le sabía lo suficientemente inconformista para jugarse la carrera si fuera necesario.

Matthew siempre tendría problemas porque era incapaz de ser políticamente correcto.

* * *

Hakim paseaba por Jerusalén con cierto temor. Said, su contacto del Círculo en Jerusalén, le acompañaba a todas partes; era un comerciante de la ciudad vieja con una tienda de souvenirs cerca de la Puerta de Damasco que le aseguraba que había oído hablar de Caños Blancos, el pequeño pueblo que parecía colgado en la ladera de la Alpujarra granadina y del que él había sido responsable hasta ser designado para la misión.

Omar, el jefe de los comandos del Círculo en España, confiaba en él lo mismo que Salim al-Bashir y le había pedido el sacrificio de su vida sabiendo que no les fallaría. Su hermano se haría cargo de Caños Blancos; estaba preparado para ser el jefe y guardián de aquel refugio seguro del Círculo en España.

Le preocupaban Mohamed y Ali. Les había llegado a conocer bien durante el tiempo en que habían estado juntos preparando su parte en la misión. Los dos jóvenes rebosaban buena voluntad pero les faltaba fe, creer de verdad en la necesidad del sacrificio. Había podido ver en sus ojos angustia cuando les recordaba que debían morir para que la misión fuera un éxito.

Mohamed Amir le aseguraba que ansiaba convertirse en un mártir como su primo Yusuf, pero en realidad quería vivir.

Yusuf había sido una figura importante en el Círculo, era un intelectual, un hombre que había estudiado en la universidad, inquieto y curioso, que siempre estaba leyendo. Salim decía que la muerte de Yusuf había sido tanto como perder su mano derecha. Pero Yusuf se había empeñado en participar en el atentado de Frankfurt porque era su ciudad y creía que no había nadie mejor que él para lograr el éxito de la misión.