Выбрать главу

– Un mórfico, Ketogan.

– Va en contra del reglamento.

Alzo la mirada y lo observo. Encuentra el frasco y me lo da.

– Y Amfetaming.

Cualquier botiquín de barco y cualquier expedición están provistos de medicamentos que estimulan el sistema nervioso central y eliminan la sensación de cansancio.

Me las pasa. Machaco cinco pastillas en un vaso de plástico con agua. Tienen un sabor muy amargo.

Es difícil hacer algo con las manos. Sonne saca un par de guantes de algodón blanco que se ajustan a las manos, del tipo que utilizan los alérgicos.

Cuando salgo por la puerta, intenta sonreír con valentía.

– ¿Ya te encuentras mejor?

No hay nadie más danés que él. El miedo, la voluntad de hierro para reprimir y mantener alejado todo lo que ocurre a su alrededor. El indomable optimismo.

La lluvia no ha cesado. Cae como hileras de agua, perpendicularmente sobre los cristales del puente, que ahora brillan con un tono gris bajo la débil luz del día.

– ¿Dónde está Lukas?

– En su camarote.

Un hombre que no ha dormido en dos días es inútil.

– Se incorporará al servicio dentro de una hora -dice Sonne-. En el puesto de vigía. Quiere ver el primer hielo.

Una de las esferas del radar se mantiene fija en un radio de cincuenta millas. A un paso del límite se perfila un continente sombreado y verdoso. El comienzo del hielo mayor.

– Dile que subiré a verle.

La cubierta del Kronos está desierta. Ha dejado de parecerse a algo propio de un barco. La tenue luz del día crea profundas sombras, pero ya no son meras sombras. En cualquier rincón oscuro se incuba un infierno. Cuando era niña, este estado acompañaba cualquier muerte. En algún lugar en el espacio, las mujeres gritaban y entonces sabíamos que alguien había muerto. Esta conciencia modificaba el espacio. Aun estando en el mes de mayo en Siorapaluk, con una luz verde azulada que fluía penetrándolo todo y hacía enloquecer a la gente por la llegada de la primavera, incluso esta luz se modificaba convirtiéndose en la fría reverberación del reino de las penumbras, que se había trasladado a la tierra.

La escala asciende por el lado de proa del mástil. El puesto de vigía, el crow's nest, es una caja plana de aluminio provista de cristales orientados a proa y a babor y a estribor. Obligatorio para cualquier barco que navega en el hielo.

Hay veinte metros hasta el puesto. Sobre mi plano del Kronos no parece gran cosa. Escalar la distancia es terrible. El barco cabecea en el oleaje y se balancea, todos los movimientos en el centro de rotación del casco se incrementan a medida que voy ascendiendo, por lo que el lado del ángulo se alarga.

Los peldaños acaban en una plataforma sobre la cual las poleas diferenciales de los puntales de carga están fijados. Desde allí se sube a una plataforma menor y, una vez allí, se atraviesa la puerta del cobertizo metálico.

Apenas hay sitio para estar de pie. En la oscuridad vislumbro un antiguo telégrafo automático, un indicador de escora, un registrador de velocidad, una brújula grande, la rueda del timón y el aparato intercomunicador con el puente. Desde aquí, Lukas, cuando nos adentremos en el hielo mayor, pilotará el Kronos, únicamente desde aquí dispondrá de la visibilidad suficiente.

En la pared del fondo hay un asiento. Cuando entro, se hace a un lado dejándome sitio; lo veo como una condensación de la oscuridad. Quiero hablarle de Jakkelsen. En cualquier barco, el capitán dispone de algún tipo de arma. Y él sigue gozando de su autoridad. Tiene que ser posible mantener a Verlaine en jaque, virar el barco. Podríamos llegar a Sisimut en siete horas.

Me deslizo en el asiento, él coloca los pies sobre el telégrafo. No es Lukas, es Toerk.

– El hielo -dice-. Nos estamos acercando al hielo.

Apenas es visible, como una claridad grisácea en el horizonte. El cielo está cubierto y oscuro, como el humo del carbón, con algunas partes aisladas más claras.

La pequeña cabina que nos rodea se balancea de un lado a otro según las embestidas; ruedo hacia él y luego hacia la pared. Él no se mueve. Con sus botas sobre el telégrafo y su mano sobre el asiento, parece estar bien empotrado.

– Desembarcaste en la Greenland Star. Estuviste en la proa durante la primera alarma de incendio. Kützow te ha visto de noche en varias ocasiones. ¿Por qué?

– Estoy acostumbrada a moverme libremente por un barco.

No puedo ver su rostro, sólo vislumbrar su silueta.

– ¿Qué barco? Sólo has entregado un pasaporte al capitán. He enviado un telefax a la Dirección de la Marina Mercante. Nunca han expedido una libreta de navegación a tu nombre.

Durante algunos momentos, la tentación de claudicar es abrumadora.

– Estuve navegando en barcos menores. Fuera de la Marina Mercante, nadie te pide tus papeles.

– Entonces oíste hablar de este puesto y te pusiste en contacto con Lukas.

No es una pregunta y, por tanto, no respondo. Me examina. Probablemente él tampoco pueda ver gran cosa.

– Este viaje no ha sido mencionado en ningún sitio. Ha sido mantenido en secreto. No te pusiste en contacto con Lukas. Hiciste que Lander, el propietario de un casino, forzara una reunión entre vosotros.

Su voz es apagada, interesada.

– Les hiciste visitas a Andreas Fine y a Ving. Estás buscando algo.

Es como si el hielo se acercara lentamente, nosotros, vagando sobre el mar.

– ¿Para quién trabajas?

Es la idea de que, desde el comienzo, ha sabido quién era yo, lo que resulta insoportable. No recuerdo, desde que era niña, haberme sentido, hasta tal punto, en las garras de otra persona.

No le ha contado al mecánico que yo estaría a bordo. Ha deseado presenciar la confrontación entre nosotros, con el fin de llegar a entender qué lazos nos unen. Fue eso, sobre todo, lo que estuvo buscando cuando nos reunieron en la sala de oficiales. Es imposible adivinar a qué conclusión ha llegado.

– Verlaine es de la opinión de que eres de la policía. Durante un tiempo, estuve inclinado a corroborar este punto de vista. Estuve examinando tu piso en Copenhague. Tu camarote a bordo del Kronos. Das la sensación de estar muy sola. Muy desorganizada. Pero, ¿tal vez una empresa? ¿Un cliente privado?

Por un instante he estado a punto de desplomarme y esperar el sueño, la inconsciencia y el final, pero la repetición de la pregunta me saca del trance en el que estaba sumida. Toerk necesita una respuesta. Esto, también esto es un interrogatorio. No hay manera de que sepa quién soy yo con seguridad. Con quién estoy en contacto. Cuánto sé. Todavía sigo con vida.

– Un niño de la escalera donde vivo cayó desde un tejado. En casa de su madre encontré la dirección de Ving. La madre recibía una pensión de la Sociedad Criolita tras la muerte de su marido. Esto me llevó hasta los archivos de la sociedad. Hasta lo que quedaba de información sobre las expediciones a Gela Alta. Estos datos han generado todo lo demás.

– ¿Con la ayuda de quién?

Su voz es penetrante y, sin embargo, distante. Como si estuviéramos hablando de conocidos comunes, de conexiones que no son, en realidad, de nuestra incumbencia.

Nunca he creído en la frialdad de la gente. He estado convencida de su rigidez pero no de su frialdad. La esencia de la vida es el calor. Incluso el odio es calor, dirigido en contra de su dirección natural. Ahora, en este momento, me doy cuenta de que he estado equivocada. Del hombre que está a mi lado emana, como una realidad física, una fría corriente abrumadora de energía.

Intento verlo ante mis ojos cuando era un niño, intento aferrarme a algo que sea humano, algo inteligible, un niño mal alimentado y huérfano de padre en un barracón de Broenshoej. Atormentado, endeble como un pajarito, solo.