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Entonces se forma el hielo frazil, el hielo pastel, hielo de tortitas cuyas placas se funden creando témpanos de hielo. El hielo separa la sal, el agua del mar se congela desde abajo. El hielo se rompe, se amontona sobre la superficie, y las precipitaciones y el aumento del frío le otorgan una superficie accidentada. Llega el momento en que, el hielo es forzado a desplazarse.

Más lejos está el hiku, el hielo perpetuo, el continente de mar helado cuyo borde seguimos.

Alrededor del Kronos, en el fiordo que las corrientes marinas locales, sólo en parte entendidas y descritas, han creado, hay, a todos lados, hikuaq y puktaaq, témpanos de hielo. Los más peligrosos son los témpanos azules y negros, formados de las aguas de fusión, pesados y profundos, y que, gracias a su transparencia, han tomado el mismo color que las aguas que nos rodean.

Más visibles son el hielo blanco de los glaciares y el hielo marino de color gris, tintado por las partículas de aire.

La superficie de los témpanos es un paisaje devastado por los ivuniq, amontonamientos de hielo creados por la presión de la corriente y el choque entre los témpanos, por los maniilaq, cerros de hielo, y por la apuhiniq, nieve que el viento ha comprimido, convirtiéndola en barricadas compactas y duras.

El mismo viento ha arrastrado las agiuppiniq por las extensiones de hielo, aquellos cúmulos de nieve que sigues con el trineo cuando la niebla se cruza en tu camino.

De momento, el tiempo, el mar y el hielo permiten que el Kronos avance. Ahora, Lukas está sentado en el puesto de vigía, ahora desliza su barco a través de los canales, busca las killaq, las aperturas en el hielo, deja que la proa se suba al hielo nuevo por donde el grosor es inferior a los treinta centímetros, dejando que el peso del barco lo rompa. Avanza. Porque la corriente en este lugar es como es. Porque el Kronos ha sido construido para ello. Porque tiene experiencia. Pero sólo lo consigue a duras penas.

El rompehielos de Shackleton, el Endurance, fue aplastado por los bancos de hielo en el mar de Weddell. El Titanic naufragó. Y el Hans Hedtoft. También el Proteus, cuando tuvo que socorrer a la expedición del teniente Greely en el segundo año internacional polar. Son innumerables las pérdidas en las travesías árticas.

Hay demasiada resistencia en el hielo para que tenga sentido pretender vencerlo. Ahora mismo puedo apreciar cómo las colisiones han astillado los bordes de los témpanos y los han levantado en barreras que miden veinte metros de altura, debajo de las cuales, los témpanos se amontonan formando muros de una profundidad de treinta metros. A nuestro alrededor está helando. En este mismo momento percibo que el mar está deseando cerrarse a nuestro alrededor, que sólo se trata de una constelación casi accidental y transitoria del agua, el viento y la corriente lo que nos permite seguir adelante. A cien millas en dirección norte, los bancos de hielo forman un muro que nada ni nadie es capaz de traspasar. Hacia el este están los icebergs que se han desprendido del glaciar de Jakobshavn, un glaciar que en un solo año ha producido mil icebergs -en total, más de ciento cuarenta millones de toneladas de hielo-, que se hallan entre nosotros y la tierra firme como una cordillera helada, a setenta y cinco millas de la costa. En cualquier momento del año, el hielo flotante cubre una cuarta parte de la superficie marina del globo; la banda de hielo flotante en la Antártida es de veinte millones de kilómetros cuadrados; alrededor de Groenlandia y Canadá, de entre ocho y diez millones de kilómetros cuadrados.

A pesar de ello, pretenden vencer al hielo. Lo quieren atravesar y construir plataformas de perforación sobre él y remolcar icebergs planos desde el Polo Sur hasta el Sáhara con el fin de fertilizar los desiertos.

Son proyectos cuyos cálculos no me interesan. Es una pérdida de tiempo calcular imposibilidades. Se puede intentar convivir con el hielo. Pero es imposible vivir contra él, o modificarlo o vivir en su lugar.

En cierta manera, el hielo es evidente. Lleva su historia en la superficie. Los amontonamientos, los cúmulos, el hielo formado del derretido y posteriormente vuelto a congelar. La mezcla de varias eras en los mosaicos de hielo, los negros pedazos de sikussaq, hielo viejo, formados en fiordos protegidos, que con el tiempo se han ido desprendiendo y han sido arrastrados mar adentro. Ahora, bajo los últimos rayos de luz, desde las nubes que el sol ha esquivado, cae un fino velo de qanok, nieve descendiente.

Noto un lazo que une la llanura blanca con el interior de mi corazón. Como una prolongación del árbol interior de agua salada que hay en el hielo.

Cuando me despierto me doy cuenta de que me he quedado dormida. Debe ser de noche.

El Kronos sigue navegando. Los movimientos me dicen que Lukas sigue teniendo que romper el hielo nuevo.

Intento abrir los cajones del botiquín. Están cerrados con llave. Envuelvo el jersey alrededor de mi codo y rompo un cristal del armario. Sobre los estantes hay tijeras, clips, pinzas. Un otoscopio, un frasco de etanol, yodo, agujas quirúrgicas esterilizadas. Encuentro dos escalpelos de plástico desechables y un rollo de venda adhesiva. Junto los dos mangos de plástico estrechos y finos y los uno con venda adhesiva. Ahora ofrecen una cierta resistencia a la rotura.

No se oyen pasos previos en la escalera, sencillamente se abre la puerta. El mecánico entra con una bandeja en las manos. Está más cansado y más encorvado que la última vez que lo vi. Sus ojos se quedan fijos sobre el cristal roto.

Sostengo el escalpelo doble contra mi muslo. Me sudan las manos. Baja la mirada hasta mi mano y yo deposito el cuchillo sobre la camilla. Él deja la bandeja.

– Urs se ha esforzado.

Siento que voy a vomitar si miro la comida. Él se acerca a la puerta y la cierra. Yo me alejo de él. El dominio sobre mí misma es muy frágil.

Lo peor no es la ira. Lo peor es el deseo detrás de la ira. Un sentimiento en estado puro es soportable. Es la necesidad acechante de aferrarme a él lo que realmente me asusta.

– T-tú misma has pa-participado en expediciones, Smila. Tú sa-sabes que llega un momento en que tienes qu-que s-seguir adelante, en que ya no te puedes detener.

En cierto modo pienso que no lo conozco, que nunca he hecho el amor con él. Por otro lado, el hecho de que no se arrepienta pone de manifiesto su fría y distinguida intención de atenerse a las consecuencias. En cuanto se presente la ocasión, pienso echarle a patadas de mi vida. Pero en este momento constituye mi única, frágil e imposible oportunidad.

– Tengo que enseñarte algo -le digo. Y luego le cuento lo que le quiero enseñar.

Se ríe con una risa forzada.

– Imposible, Smila.

Le abro la puerta para que se vaya. Hasta este momento hemos estado susurrando, ahora renuncio a seguir hablando en voz baja.

– Isaías -le digo-. De alguna manera, tú has tomado parte en ello. También tú estuviste detrás de él, allá arriba, sobre el tejado.

Sus manos se cierran alrededor de mis brazos, levantándome y depositándome sobre la camilla.

– ¿Cómo pu-puedes estar t-tan segura, Smila?

Su tartamudeo se ha acrecentado enormemente. Hay miedo en su semblante. Tal vez ya no haya ni una sola persona a bordo del Kronos que no tenga miedo.

– No t-te escaparás, ¿ve-verdad? ¿Vo-volverás co-conmigo hasta aquí?