Está buscando otro cigarrillo pero el paquete está vacío.
– Es la esencia de la centralización. Bajo estas condiciones, los capitanes están próximos a desaparecer. Los marineros ya han dejado de existir.
Espero. Quiere algo de mí.
– ¿Esperaba haber podido desembarcar?
Sacudo la cabeza, negándolo.
– ¿Aunque ésta fuera su última posibilidad? ¿El final de trayecto? ¿Si sólo quedara el viaje de vuelta por delante?
Quiere saber cuánto sé yo.
– No estamos cargando -le digo-. Tampoco descargamos. Esto no es más que una recalada. Estamos esperando alguna cosa.
– Está haciendo conjeturas.
– No -le digo-. Sé adónde nos dirigimos.
Su actitud y su porte siguen siendo relajados. Pero ahora está en guardia.
– Cuéntemelo.
– A cambio, usted me tendrá que contar por qué estamos atracados en este lugar.
La piel de su rostro no está curtida. Es muy blanca y escamosa por el aire relativamente seco. Se humedece los labios. Ha apostado por mí como por una especie de seguro. Ahora se enfrenta a un nuevo y azaroso contrato. Lo que exige una confianza en mi persona que no tiene.
Sin decir ni una sola palabra, pasa por mi lado. Yo lo sigo hasta el puente. Cierro la puerta detrás de nosotros. Él se acerca a la mesa de derrota, ligeramente elevada.
– Muéstremelo -me dice.
La carta es una reproducción a escala 1:1.000.000 del estrecho de Davis. Al oeste atrapa la punta más extrema de la península de Cumberland. Hacia el noroeste, incluye la costa a lo largo de los bancos de Store Hellefisk.
Sobre la mesa, al lado de la carta náutica, está la carta de las heladas de la Central Meteorológica.
– El hielo mayor -le digo- ha estado este año, desde el mes de noviembre, a cien millas de la costa y nunca por encima de Nuuk. El hielo que la corriente de Groenlandia Occidental ha arrastrado más arriba se ha adentrado en el mar y se ha derretido porque en el estrecho de Davis se han sucedido tres inviernos suaves y, por tanto, está relativamente más caliente de lo habitual. La corriente, ahora sin hielo, continúa a lo largo de la costa. El golfo Disko tiene el mayor número de icebergs por unidad cuadrada del mundo. Durante los dos últimos años, el glaciar de Jakobshavn se ha movido cuarenta metros al día. Por lo que ahora los mayores icebergs están fuera de la Antártida.
Pongo un dedo sobre la carta de las heladas.
– Este año han sido empujados fuera del golfo ya en el mes de octubre, y llevados a lo largo de la costa por una ramificación de la turbulencia entre la corriente de Groenlandia Occidental y la corriente de Baffin. Incluso entre los escollos hay icebergs. Cuando partamos de aquí, Toerk nos pondrá rumbo hacia el noroeste hasta que estemos fuera de esta zona.
Su rostro es inexpresivo. Pero su concentración es la misma que pude observar sobre el fieltro verde de la ruleta.
– Desde el mes de diciembre, la corriente de Baffin ha arrastrado el hielo del oeste hasta la latitud 67. Éste se ha fundido con el hielo nuevo en algún lugar entre doscientas y cuatrocientas millas en el estrecho de Davis. Toerk nos quiere acercar a este límite. Posteriormente, el rumbo será hacia el norte.
– ¿Ha navegado antes por estas aguas, Jaspersen?
– Tengo miedo al agua. Pero sé bastante sobre el hielo.
Se inclina sobre la carta.
– No hay nadie que haya navegado más allá de Holsteinsborg en esta estación del año. Ni siquiera entre los escollos. La corriente convierte el hielo mayor y el del oeste en un banco macizo, en un suelo de hormigón. Tal vez podríamos navegar durante dos días con rumbo norte. ¿Qué es lo que pretende que hagamos en ese límite?
Me incorporo.
– No se puede jugar sin hacer ninguna apuesta, señor capitán.
Por un momento creo haberlo perdido para siempre. Entonces asiente con la cabeza.
– Es tal como usted dijo antes -me dice pesadamente-. Estamos esperando. Eso es lo que me han dicho. Estamos esperando a un cuarto pasajero.
El Kronos modifica el rumbo cinco horas antes. Fuera de la sala de oficiales, el sol está bajo y mortecino. Puedo decirlo con seguridad por su situación. Pero lo he notado con anterioridad.
En los comedores de los internados, la gente se apegaba a los asientos. En cualquier contexto inestable, los escasos puntos físicos de referencia suelen cobrar importancia. En el comedor del Kronos estamos también ahora sentados como si estuviéramos pegados a nuestros asientos. En la otra mesa, Jakkelsen está comiendo, introvertido y pálido, con la cabeza inclinada sobre el plato. Fernanda y María intentan evitar mirarme.
Maurice come de espaldas a mí. Sólo come con la ayuda de la mano derecha. La izquierda cuelga de un cabestrillo que desde el cuello baja por un vendaje grueso sobre el hombro. Lleva una camisa de trabajo en la que han cortado la manga izquierda para que quepa el vendaje.
Hay una sequedad en mi boca que se debe al miedo y que ya nunca desaparecerá mientras continúe a bordo.
Cuando salgo por la puerta, Jakkelsen me sigue inmediatamente.
– ¡Hemos modificado el rumbo! Nos dirigimos a Godthaab.
Decido limpiar la sala de oficiales. Si Verlaine fuera a por mí, se vería obligado a pasar por delante del puente. Si es cierto que nos dirigimos a Nuuk, tendrá que venir, no le quedará más remedio. No pueden dejar que desembarque en un puerto grande.
Permanezco durante cuatro horas en la sala de oficiales. Limpio los cristales, pulo los listones de latón y, finalmente, aplico aceite a los paneles de madera.
En un determinado momento, Kützow pasa por la sala. Al verme, se apresura a salir de allí.
Llega Sonne. Se queda de pie un rato, balanceándose. Me he puesto un vestido azul corto. Tal vez lo interprete como una invitación para que se quede. Pero, sin embargo, sería una lectura equivocada. Me lo he puesto para poder salir corriendo lo más rápido posible. Dado que no le animo a que se acerque, se vuelve a ir. Es demasiado joven para atreverse a tomar la iniciativa y no es lo suficientemente mayor como para ser insistente.
A las cuatro atracamos detrás del rascacielos rojo. Media hora después me reclaman desde el puente.
– En esta época del año -dice Lukas- no hay manera de llegar más al norte si no traes un rompehielos contigo. E incluso así, las posibilidades son escasas. La única posibilidad sería, en este caso, adentrarse todavía más en el mar. En caso contrario, acabaríamos atrapados en un golfo y, repentinamente, el hielo se cerraría detrás de nosotros y nos quedaríamos aislados.
Podría mentirle. Pero él representa uno de los escasos cabos que me quedan para agarrarme. Es un hombre que está cayendo en picado. Tal vez, en un futuro cercano podremos encontrarnos allá abajo.
– En la latitud 54 -digo- la profundidad del mar disminuye. Allí, un brazo de la corriente Oeste da un giro, alejándose de la costa. En ese punto se encuentra con la corriente Norte, que es relativamente más fría. Al oeste de los grandes bancos de pesca, una zona de tiempo inestable.
– El Mar de las Tinieblas. Nunca he estado allí.
– Un lugar en el que acaban reuniéndose los mayores témpanos de hielo de la Costa Este y del que no pueden escapar. Constituye un paralelo al Cementerio de los Icebergs, que se encuentra al norte de Upernarvik.
Con el ángulo de una regla señalo una zona oscura sobre la carta.
– Demasiado pequeño para estar demarcado nítidamente. A menudo, y puede que ahora, tiene la forma de un golfo alargado, como si se tratara de un fiordo en el banco de hielo. Peligroso pero, sin embargo, navegable. Sí es lo suficientemente importante. Incluso las pequeñas balandras de inspección danesas solían adentrarse en él a la caza de barcos pesqueros ingleses e irlandeses.