Sara miró de hito en hito el suyo mientras que Steel empezaba a comer con buen apetito. Tanis soltó un suspiro de alivio y sintió que Caramon hacía lo mismo. ¿Cuánto tardaría la poción en hacer efecto?
—No estás comiendo, madre —observó Steel.
Sara lo estudiaba con atención. Tenía apretados los puños debajo de la mesa, sobre el regazo.
—Steel —empezó con voz estrangulada—, ¿por qué no me has preguntado nunca por tu padre?
—Quizá —contestó, encogiéndose de hombros—, porque dudaba que pudieras responder a esa pregunta.
—Tu madre me dijo quién era.
Steel sonrió; fue una sonrisa sesgada que despertó en Tanis unos recuerdos tan vividos, tan dolorosos, que tuvo que apretar los ojos.
—Kitiara te dijo lo que creía que deseabas oír, madre. No pasa nada. Ariakan me contó sobre ella. También me habló de mi padre —añadió Steel, en tono despreocupado.
—¿Lo hizo? —Sara no salía de su asombro. Dejó de mover las manos sobre el regazo.
—Bueno, su nombre no. —Steel comió otra cucharada de estofado—. Pero sí todo lo demás sobre él.
«¡Maldición, qué lenta es esa poción!», pensó el semielfo.
—Ariakan me dijo que mi padre fue un valiente guerrero —siguió el joven—, un hombre noble que murió bizarramente, dando la vida por la causa en la que creía. Pero Ariakan me advirtió que nunca debería saber la identidad de mi padre. «Ese conocimiento conlleva una maldición que caerá sobre ti si llegas a descubrir la verdad». Un extraño comentario, pero ya sabes lo melodramático que es Ariakan… —La cuchara resbaló de los dedos laxos del joven.
»¿Pero qué…? —Parpadeó y se llevó la mano a la frente—. Me siento muy raro… —De repente sus ojos se enfocaron. Inhaló aire e intentó ponerse de pie, pero se tambaleó—. ¿Qué… has hecho? ¡Traidora…! ¡No, no permitiré que…!
Se lanzó hacia Sara, extendida la temblorosa mano, y entonces cayó sobre la mesa, tirando por el aire los cuencos de la comida. Hizo un último y débil intento de incorporarse antes de desplomarse sobre el tablero, inconsciente.
—¡Steel! —Sara se inclinó sobre él y apartó el oscuro y rizoso cabello del rostro atractivo y severo—. Oh, hijo mío…
Tanis salió rápidamente de detrás de la cortina, con Caramon pisándole los talones.
—Ha perdido el conocimiento y seguirá así durante un tiempo, a juzgar por las apariencias. Bien, Caramon, ¿qué opinas? —Tanis examinaba los rasgos del joven.
—Es hijo de Kit, de eso no cabe duda.
—Sí, en eso tienes razón —repuso el semielfo en voz queda—. ¿Y el padre?
—No lo sé. —El hombretón tenía el entrecejo fruncido por la intensa concentración—. Podría ser Sturm. La primera vez que lo vi, casi pensé que era él. Me… ¡Me quedé de una pieza! Claro que, después, lo único que vi en él era a Kit. —Caramon sacudió la cabeza—. Al menos no tiene ascendencia elfa, Tanis.
El semielfo no había esperado eso en ningún momento, a fuer de ser sincero, de modo que se sorprendió al notar una sensación de alivio… y también cierta desilusión.
—No, no es hijo mío, eso seguro —contestó en voz alta—. En fin, no me parece probable. Ariakan quizás habría cogido al chico aunque tuviese sangre elfa, ya que, después de todo, hay elfos oscuros, pero lo dudo. ¿Creéis que Ariakan sabe la verdad? —inquirió Tanis mirando a Sara con gesto interrogante.
—Es posible. Podría ser la razón de que jamás le revelase a Steel el nombre de su padre, de que le advirtiera en contra de indagarlo y añadiese ese cuento de viejas sobre la supuesta maldición.
—Por lo general las viejas saben lo que se dicen —comentó Tanis—. Las maldiciones pueden adoptar muchas formas. Como mínimo, a este joven le espera una desagradable sorpresa que lo conmocionará.
—Y se pondrá furioso cuando despierte —señaló Caramon—. Dudo que quiera escucharnos, cuanto menos creer cualquier cosa que le digamos. Esto es inútil, Sara. Vuestro plan no…
—¡Funcionará! ¡Tiene que funcionar! ¡No lo perderé! —Los miró ferozmente—. Lo habéis visto. ¡Lo habéis oído! No está totalmente entregado al Mal. Aún puede cambiar de opinión. ¡Por favor, ayudadme! ¡Ayudadle! Cuando lo hayamos sacado de aquí, lejos de esta oscura influencia… Una vez que vea la Torre del Sumo Sacerdote y recuerde…
—De acuerdo. Lo intentaremos —accedió Tanis—. Después de todo, ya hemos llegado muy lejos. Yo lo cogeré por un brazo y…
—Deja, Tanis, ya me encargo yo. —Caramon lo apartó a un lado.
Acostumbrado a cargar barriles de cerveza sobre su ancha espalda, Caramon cogió al joven y se lo echó al hombro sin esfuerzo. La cabeza y los fláccidos brazos de Steel quedaron colgando, con el largo cabello casi rozando el suelo. Con un gruñido, el hombretón acomodó mejor el peso del joven y luego asintió.
—Vamos.
Sara echó una capa sobre Steel; después recogió la suya y el yelmo de jinete de dragón. Abrió la puerta una rendija y atisbó el exterior. Había dejado de llover y las estrellas brillaban. La constelación de la Reina Oscura, muy próxima, resplandecía con una intensidad ominosa. Los nubarrones de tormenta volvían a acumularse en el horizonte.
La mujer hizo una seña y el grupo salió a la calle sin perder tiempo. No se toparon con nadie hasta encontrarse cerca de los establos, y entonces casi se dieron de bruces con un caballero de negra armadura, que miró a Steel y sonrió fríamente.
—¿Otra baja? Los muchachos echaron el resto en el entrenamiento de esta noche. Los clérigos se ganarán su paga hoy. —Saludó y después reanudo el camino, ocupándose de sus cosas.
El silencio envolvía la fortaleza; los hombres descansaban después del duro esfuerzo de la noche o, como había apuntado el caballero, se recuperaban de las heridas. Varios dragones montaban guardia desde lo alto de las torres. Por las atalayas paseaban centinelas, seguramente más por mor del entrenamiento y la disciplina que porque se esperara realmente un ataque. Ariakan no tenía nada que temer. Por ahora, no. Todavía no. Muy pocos sabían que estuviese allí o lo que tramaba.
«Pero ahora yo lo sé —comprendió, incómodo, Tanis—. Puedo dar la alerta, sólo que quizá sea ya demasiado tarde. Steel llamó traidora a Sara. ¿Lo es? ¿Realmente ha causado tanto daño a su causa?». Pensó en lo que la mujer había dicho por la noche, que su principal meta era mantener a salvo a Steel. Para alcanzar esa meta, había servido al Mal en silencio durante diez años. Al final había roto su mutismo, pero sólo llevada por la desesperación, para salvar al joven de un compromiso último e irrevocable.
Llegaron a la zona despejada; Sara se llevó la mano hacia el broche que llevaba prendido en el pecho. En el cielo apareció un Dragón Azul, planeando sobre ellos.
—Si podéis invocar a los dragones, podríais haber huido de este sitio hace mucho —dijo Tanis, siguiendo el curso de sus pensamientos.
—Tenéis razón. —Sara se acercó a Steel, que colgaba desmadejado sobre el hombro de Caramon—. Pero habría tenido que marcharme sola. Él se habría negado a acompañarme. Tendría que haberlo dejado solo aquí. Mi influencia es lo único que lo mantiene en el camino de la Luz.
—Pero podríais haber puesto sobre aviso a alguien. Los Caballeros de Solamnia quizás hubiesen podido detener a Ariakan. —Tanis gesticuló, señalando la imponente fortaleza—. Ahora es demasiado fuerte.
—¿Y qué habrían hecho los caballeros? —demandó Sara—. ¿Venir con sus dragones? ¿Con sus lanzas? ¿Y qué habría conseguido con eso? Ariakan y los caballeros habrían combatido hasta la muerte, hasta que no quedara ninguno de nosotros vivo. No, no podía correr ese riesgo. Por entonces todavía albergaba esperanzas de que, algún día, Steel llegase a ver la maldad que representan. Que habría accedido a acompañarme… Pero ahora… —Sacudió la cabeza, sombría.