La hembra de Dragón Azul se posó en el suelo, cerca de ellos. Llamarada se mostró agitada al reparar en la figura, aparentemente sin vida, de Steel, pero Sara la tranquilizó con unas suaves palabras de explicación. Llamarada seguía indecisa, al parecer, pero era obvio que confiaba en Sara y que era solícita en extremo con Steel. No apartó un solo instante la mirada del joven mientras Caramon lo colocaba en la silla y después montaba él detrás, en una postura incómoda.
Sara hizo intención de dirigirse a la hembra de dragón para montar, pero Tanis la detuvo poniendo la mano en la de ella.
—Haremos lo que nos pedís, Sara Dunstan, pero la decisión final es de Steel. A menos que planeéis encerrarlo en un sótano y arrojar la llave al mar —añadió secamente.
—Todo saldrá bien. Funcionará —insistió ella.
—Sara —continuó Tanis, sin soltarle la mano—, si no funciona, le habréis perdido. Nunca os perdonará esto, por traicionarle, por traicionar a la caballería. Lo sabéis, ¿verdad?
La mujer miró el cuerpo desmadejado de su hijo con el semblante tan frío y lúgubre como su negro broche del lirio de la muerte. Fue entonces cuando Tanis vio la gran fortaleza de aquella mujer que había habitado en esa oscura prisión durante tantos años sombríos.
—Lo sé —musitó ella. Y acto seguido montó en el dragón.
8
La Torre del Sumo Sacerdote
—¿Qué has hecho, madre? —demandó, furioso, el joven paladín.
Había recobrado el conocimiento en las montañas, en un promontorio azotado por el viento desde el que se divisaba la Torre del Sumo Sacerdote. Al principio estaba desorientado y aturdido, pero la comprensión y la ira disiparon de golpe la bruma producto de la poción.
—Deseo darte la oportunidad de reconsiderar lo que vas a hacer —le contestó Sara.
No suplicó ni gimió; no ofrecía una imagen patética, sino sosegada y digna, mientras afrontaba la ira de su hijo, y Tanis vio un parecido entre ellos que no era producto de la sangre, sino que tenía sus raíces en largos años de mutuo respeto y afecto.
Fuese cual fuese la arcilla que los padres hubiesen traído a este mundo, era Sara quien la había trabajado y dado forma.
Steel se tragó las amargas recriminaciones o las palabras duras. En cambio, volvió los oscuros ojos hacia Tanis y Caramon.
—¿Quiénes son estos hombres?
—Amigos de tu padre —repuso Sara.
—Así que se trata de eso —dijo Steel a la par que dedicaba una mirada fría y altanera a Tanis y a Caramon.
Magnífico en su juventud y su fuerza, manteniendo el orgullo y la compostura cuando la cabeza tenía que estar dándole vueltas y la mente ofuscada por la bruma de la poción, Steel se ganó la admiración, aunque a regañadientes, de los dos.
El Dragón Azul olisqueó el aire, sacudió la cabeza y gruñó. Los Dragones Plateados, preferidos por los Caballeros de Solamnia, patrullaban de vez en cuando el cielo por encima de la Torre. A esa hora temprana no se divisaba ninguno, pero obviamente la hembra Azul percibía un efluvio que no le gustaba nada.
Sara tranquilizó a Llamarada y luego la condujo a una amplia oquedad en las rocas, donde el animal podría ocultarse, parcialmente al menos; ésa era la razón de que hubiesen aterrizado precisamente allí. Los tres hombres permanecieron plantados en el saliente, mirándose en un incómodo silencio.
Steel parecía enfermo, no se sostenía firmemente de pie, pero antes moriría que admitir su debilidad, de modo que ni Tanis ni Caramon se ofrecieron para ayudarlo. Caramon dio un suave codazo al semielfo.
—¿Recuerdas el otoño que empezó la guerra, justo después de que abandonáramos Solace con Goldmoon y Riverwind? Habíamos tenido un choque con los draconianos y Sturm estaba herido. La sangre le cubría la cara. Apenas podía sostenerse en pie, cuanto menos andar, pero aun así no pronunció una sola palabra de queja, se negó a pararse…
—Sí —contestó Tanis en voz baja mientras miraba al joven—. Lo recuerdo. —Era una evocación muy vivida en ese momento.
Steel, consciente de que estaba bajo su escrutinio, si es que no discutían sobre él, se dio media vuelta con actitud orgullosa.
Tanis observó la armadura negra del paladín, adornada con espantosos símbolos de muerte, y se preguntó, sombrío, cómo iban a entrar en la Torre del Sumo Sacerdote. Y como si eso no fuera problema suficiente, cuando Sara salió de la cueva Tanis comprendió que había algo más.
—¿Qué ocurre, Sara? ¿Pasa algo?
—No será una patrulla —empezó Caramon mientras lanzaba una mirada nerviosa al cielo.
—Llamarada afirma que nos han seguido —informó la mujer en voz baja, sin mirar a Steel—. Aquel caballero… tuvo que sospechar algo.
—¡Fantástico, lo que nos faltaba! —rezongó el semielfo—. ¿Cuántos?
—Un Azul con un solo jinete. —Sara sacudió la cabeza—. Ya no está aquí. Regresó a la fortaleza una vez que descubrió nuestro punto de destino…
—Pero los Caballeros de Takhisis vendrán a buscarnos —manifestó Steel con una sonría fría y triunfante. Se volvió hacia Sara—. Podemos marcharnos ahora, madre, antes de que ocurra algo irremediable. Deja a estos dos fósiles con sus recuerdos enmohecidos. —Suspiró y acarició suavemente su mejilla—. Sé lo que quieres hacer, madre, pero no funcionará. Nada me hará cambiar de opinión. Regresemos a casa. Me ocuparé de que lord Ariakan no te culpe por esto. Le diré a milord que esta absurda idea fue mía. Una apuesta, hecha bajo los efectos del vino, de escupir a la Torre del Sumo Sacerdote…
Caramon emitió un sonido profundo y retumbante.
—Cuidado con lo que dices, chico —gruñó—. La sangre de tu padre tiñe esas piedras, y su cadáver reposa dentro.
La estupefacción de Steel resultó evidente. Enseguida recobró la compostura y se encogió de hombros.
—De modo que mi padre sucumbió en el asalto…
—Murió defendiendo la Torre —le interrumpió Tanis, que observaba atentamente las reacciones del joven—, y la caballería.
—Es venerado en todo Ansalon —añadió Caramon—. Su nombre, como el de Huma, se pronuncia con respeto.
—Ese nombre es Sturm. Sturm Brightblade —intervino quedamente Sara—. Y ése es el apellido que llevas.
El joven se había quedado pálido. Los miraba a todos con una incredulidad que enseguida dio paso a la desconfianza.
—No os creo.
—Para ser sinceros —repuso el semielfo, que pisó a Caramon para advertirle que guardara silencio—, tampoco nosotros lo creemos. Esta mujer —gesticuló, señalando a Sara—, vino con una absurda historia de una relación entre tu madre y un hombre que era nuestro amigo, una relación de la que tú fuiste el involuntario resultado. Nos negamos a creerla, de modo que le dijimos que te trajese aquí para demostrarlo.
—¿Por qué? —demandó Steel, burlón—. ¿Qué probará eso?
—Buena pregunta, Tanis —susurró entre dientes Caramon—. ¿Qué probará?
Tanis miró a Sara esperando una respuesta.
«Llevad a mi hijo a la Torre —suplicaron sus ojos—. Que vea a los caballeros. Recordará cómo los respetaba en la infancia. Sé que lo recordará. Las historias que yo le contaba volverán a su memoria».
—Quisiera Paladine que yo tuviera vuestra fe, señora —masculló entre dientes el semielfo. Se rascó la barba, intentando discurrir alguna excusa. Todo aquel asunto tenía cada vez menos sentido y se iba volviendo más y más peligroso.
»Hay una joya que cuelga al cuello de tu padre —manifestó en voz alta lo primero que le vino a la cabeza—. Lo enterraron con ella. La Joya Estrella es mágica. Se la regaló una princesa elfa, Alhana Starbreeze. Esa joya…
—Esa joya ¿qué? —se mofó Steel—. ¿Se disolverá cuando yo entre en la sagrada cámara?
—Nos revelará la verdad —espetó Tanis, irritado por la arrogancia del joven—. Créeme, esto me gusta tan poco como a ti. ¿Qué? ¿Decías algo, Caramon?