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—¿Qué plan tenéis exactamente para entrar? —inquirió fríamente Steel, que había observado, al igual que los otros dos hombres, que los caballeros que guardaban las puertas hacían parar a todos los que querían entrar y los interrogaban.

—Dejaron pasar a los kenders —hizo notar Caramon.

—No, no les dejaron —repuso el semielfo—. Ya sabes el viejo dicho: «Si una rata puede entrar, también puede hacerlo un kender». De todas formas tú no cabrías por un agujero utilizado por kenders, Caramon.

—Eso es cierto —convino el hombretón, sin inmutarse.

—Tengo una idea. —Tanis le tendió la capa azul a Steel—. Ponte esto sobre la armadura, y quédate detrás de Caramon. Yo entretendré a los caballeros de la puerta conversando con ellos y mientras los dos os metéis…

—No —se negó rotundamente el joven.

—¿Cómo que no? —instó Tanis, exasperado.

—No me ocultaré ni ocultaré a quién debo lealtad. No me colaré como… como un kender. —La voz de Steel rebosaba desdén—. O los caballeros me admiten como soy o no entraré.

La expresión de Tanis se endureció. Iba a iniciar una discusión cuando Caramon se le adelantó al soltar una sonora carcajada.

—A mí no me parece nada divertido —espetó el semielfo.

Caramon se atragantó y se aclaró la garganta antes de hablar.

—Lo siento, Tanis, pero… ¡Por los dioses! Steel me ha recordado a Sturm y no pude evitarlo. ¿Te acuerdas aquella vez, en la posada, cuando encontramos la Vara de Cristal Azul y los goblins y los guardias del Buscador subían la escalera, dispuestos a quemarnos en la hoguera? Y todos corrimos como alma que lleva el diablo, esperando escapar por la cocina, excepto Sturm.

»Se quedó sentado a la mesa, bebiendo tranquilamente su cerveza. «¿Salir corriendo? ¿Huir de esta gentuza?», contestó cuando le dijiste que teníamos que escapar. La cara de mi sobrino, al manifestar eso de que los caballeros le dejaran pasar, me trajo a la memoria a Sturm aquella noche.

—La cara de tu sobrino me trae a la memoria muchas cosas —repuso sombríamente Tanis—. Como por ejemplo el modo en que Sturm, con su obstinación y su sentido del honor, casi consiguió que nos mataran en más de una ocasión.

—Y lo queríamos por ser como era —argüyó suavemente Caramon.

—Sí. —Tanis suspiró—. Sí, lo queríamos, aunque hubo ocasiones, como ahora, en que le habría retorcido su caballeroso cuello.

—Enfócalo de este modo, semielfo —intervino Steel con timbre burlón—. Puedes tomarlo como una señal de tu dios, el gran Paladine. Si quiere que entre, se encargará de que lo consigamos.

—Muy bien, joven, acepto tu reto. Confiaré en Paladine. Quizá, como dices tú, esto sea una señal. Pero —Tanis levantó un dedo con gesto de advertencia—, no abras la boca, diga lo que diga yo. Y no hagas nada que pueda provocar problemas.

—No lo haré —repuso Steel con un aire de gélida dignidad y desdén—. Mi madre se encuentra en esas montañas con un Dragón Azul, ¿recuerdas? Si algo me ocurre, lord Ariakan descargará su ira en ella.

Tanis no dejaba de observar fijamente al joven.

—Sí, y lo queríamos por ser así —masculló entre dientes al cabo.

Steel simuló no haberlo oído. Volvió el rostro hacia la Torre del Sumo Sacerdote, abandonó la cobertura de los arbustos y salió al camino en pendiente. Dio por sentado que su tío y el semielfo lo seguirían.

Tanis y Caramon flanqueaban al paladín oscuro mientras avanzaban por el amplio camino que conducía a la puerta de la torre principal. El hombretón llevaba la mano apoyada en la empuñadura de la espada, y su semblante mostraba un gesto sombrío y amenazador. Tanis observaba atentamente a quienes pasaban junto a ellos, esperando, tenso, alguna exclamación de conmocionado horror y desprecio, el grito de alarma que echaría sobre ellos a un escuadrón de caballeros.

Steel caminaba con porte erguido y orgulloso, impasible el atractivo y frío semblante. Si estaba nervioso, no daba señales de ello.

Sin embargo, fueron contados los que les dedicaron una mirada. La mayoría de quienes viajaban por esa calzada iban absortos en sus propios asuntos y preocupaciones. Además, ¿quién iba a fijarse en tres hombres armados a las puertas de un bastión de hombres de armas? Los únicos ojos que reparaban en ellos eran los de las bonitas jóvenes que acompañaban a sus padres caballeros a la Torre. Sonreían al apuesto joven con admiración y hacían de todo salvo caerse de los carruajes para atraer la atención de Steel.

Tanis no salía de su asombro. ¿Es que los símbolos de terror y muerte que el oscuro paladín lucía ostensiblemente en su persona ya no causaban efecto en la gente? ¿Acaso los solámnicos habían olvidado el terrible poder de la Reina de la Oscuridad? ¿O simplemente habían caído en una insensata apatía, durmiéndose en los laureles?

Al mirar a Steel, Tanis lo vio curvar la boca con sorna. La situación la resultaba divertida. El semielfo apretó el paso. Todavía faltaba cruzar la puerta principal.

El semielfo había pensado y descartado varias explicaciones para que se permitiera el acceso de un Caballero de Takhisis al bastión de Paladine. Al final no le quedó más remedio que admitir que no existía ningún argumento lógico. Como último recurso, haría valer su posición como renombrado héroe y respetado funcionario del gobierno para entrar, recurriendo a la intimidación si era preciso.

Deseando haber ido vestido con toda la pompa de sus ropajes ceremoniales, en lugar de llevar el atuendo de viaje, mucho más cómodo pero ya algo ajado, Tanis adoptó la expresión de «harás lo que yo diga y se me antoje», y se encaminó hacia los caballeros que guardaban la puerta principal.

Caramon y Steel se pararon a un paso de distancia. El gesto del joven era duro, la mirada impenetrable, y alzaba la cabeza con actitud desafiante.

Uno de los caballeros que montaban guardia se adelantó para salir a su encuentro. Su mirada pasó de uno a otro con amistosa curiosidad.

—¿Vuestros nombres, amables señores? —preguntó cortésmente—. Y el asunto que os trae aquí, por favor.

—Soy Tanis Semielfo. —Tanis estaba tan tenso que las palabras le salieron con un estallido seco, casi un grito. Se obligó a calmarse y añadió en un tono más suave—. Él es Caramon Majere…

—¡Tanis Semielfo y el famoso Caramon Majere! —El joven caballero estaba impresionado—. Es un honor conoceros, señores. —Después, bajando el tono de voz, le dijo a un compañero—. Es Tanis Semielfo. Corre a buscar a sir Wilhelm.

Probablemente era el oficial al cargo de la vigilancia de la puerta.

—Por favor, no es menester dar tanta importancia a nuestra presencia —se apresuró a pedir Tanis en un tono que esperaba sonase apropiadamente modesto—. Mis amigos y yo hemos venido en peregrinaje a la Cámara de Paladine. Sólo queremos presentar nuestros respetos, simplemente.

El semblante del joven caballero asumió de inmediato una expresión de seria compasión.

—Sí, por supuesto, milord. —Desvió los ojos hacia Caramon, que le dirigió una mirada fulminante y pareció dispuesto a enfrentarse a toda la fortaleza sin ayuda de nadie cuando el caballero miró a Steel.

Tanis se puso tenso. Podía imaginar lo que se avecinaba: la estupefacción del joven guardia dando paso a la ira, el vibrante toque de trompeta dando la alarma, el puente levadizo bajando, las espadas rodeándolos…

—Veo que sois un Caballero de la Corona, señor, al igual que yo —oyó decir al guardia… ¡dirigiéndose a Steel! El solámnico se tocó el peto, sobre el que aparecía el símbolo del rango más bajo de los Caballeros de Solamnia. Dedicó a Steel el saludo adecuado al reconocer a un compañero, alzando la mano enguantada hacia el yelmo—. Soy sir Reginald. No os recuerdo, señor caballero. ¿Dónde realizasteis el entrenamiento?

Tanis parpadeó, mirándolo de hito en hito. ¿Acaso permitían el ingreso de caballeros cortos de vista en la actualidad? Volvió la vista hacia Steel y contempló la negra armadura con los símbolos de la Reina de la Oscuridad: el lirio, el hacha y la calavera. A pesar de ello, el solámnico sonreía al caballero de Takhisis y lo trataba como si fuesen compañeros de barracón.