¿Habría lanzado Steel algún tipo de conjuro sobre el caballero? ¿Era tal cosa posible? Tanis lo observó intensamente, y enseguida se relajó. No, saltaba a la vista que Steel se sentía tan desconcertado como él por lo que estaba ocurriendo. El gesto desafiante se había borrado de su rostro, y ahora parecía aturdido, casi con cara de bobo.
Caramon tenía la boca tan abierta que se le podría haber metido un gorrión para anidar en ella y ni se habría dado cuenta.
—¿Dónde realizasteis el entrenamiento, señor? —pregunto de nuevo el caballero en actitud amistosa.
—En K… Kendermore —dijo Tanis. Fue lo primero que le vino a la cabeza.
El joven caballero adoptó una expresión compasiva de inmediato.
—Ah, un destino difícil, según tengo entendido. Antes preferiría patrullar por Flotsam. ¿Es vuestra primera visita a la Torre? Tengo una idea. —El caballero se volvió hacia Tanis—. Después de que hayáis presentado vuestros respetos en la Cámara de Paladine, ¿por qué no dejáis a vuestro amigo conmigo? Dentro de media hora acabo mi servicio, y lo acompañaré a conocer toda la Torre, nuestras defensas, las fortificaciones…
—¡No me parece una buena idea! —exclamó Tanis, que temblaba y a la par sudaba bajo la armadura de cuero—. Nos… nos esperan en Palanthas. Nuestras esposas, ¿verdad, Caramon?
El hombretón pilló la insinuación, cerró la boca de golpe y luego se las arregló para mascullar algo incomprensible sobre Tika.
—Quizás en otro momento —añadió el semielfo, pesaroso. Miró de soslayo a Steel, creyendo que la absurda situación le estaría resultando muy divertida al joven.
Steel estaba pálido, conmocionado, con los ojos muy abiertos. Parecía que le costaba trabajo respirar.
«Bueno —pensó Tanis—, eso es lo que pasa cuando uno le echa un pulso a un dios».
Sir Wilhelm llegó y se hizo cargo de ellos al instante. Tanis advirtió, con pesar, que era un caballero al viejo estilo, pomposo e inflexible, de los que dejaban que el Código y la Medida pensaran por él. La clase de caballeros que Sturm Brightblade siempre había detestado. Por fortuna, actualmente había muchos menos caballeros de ese tipo que antaño. Lástima que algún dios —o diosa— lo hubiera puesto en su camino.
Y, por supuesto, sir Wilhelm insistió en acompañarlos personalmente a la tumba.
—Gracias, milord, pero éste es un momento muy doloroso para nosotros como podéis imaginar —argüyó Tanis en un intento de librarse de él—. Preferiríamos estar a solas…
¡Imposible! (Carraspeo). Sir Wilhelm no permitiría nunca tal cosa. (Carraspeo). El famoso Tanis Semielfo y el famoso Caramon Majere y su joven amigo, el Caballero de la Corona, en su primera visita a la Cámara de Paladine. No, no. (Carraspeo, carraspeo). ¡Tal situación requería toda una escolta de caballeros!
Sir Wilhelm reunió a su escolta de seis caballeros, todos armados. Los hizo formar en fila y él encabezó la marcha hacia la Cámara de Paladine caminando con paso lento y solemne, como si dirigiera un cortejo fúnebre.
—Y quizá lo sea —masculló entre dientes Tanis—. El nuestro.
Echó una ojeada a Caramon. El hombretón se encogió tristemente de hombros. Por decoro, no tuvieron más remedio que seguirlo.
Los caballeros se encaminaron hacia dos puertas de hierro cerradas, con el símbolo de Paladine grabado en ellas. Detrás de aquellas puertas una estrecha escalera descendía al sepulcro. Steel se situó al lado de Tanis.
—¿Qué hiciste ahí fuera? —demandó en voz baja mientras echaba miradas desconfiadas ora al semielfo ora a los caballeros que marchaban delante.
—¿Yo? Nada —repuso Tanis.
—No serás una especie de hechicero, ¿verdad? —instó el joven, que obviamente no le creyó.
—No, no lo soy —fue la respuesta malhumorada de Tanis. Todavía no habían salido de esto, ni con mucho—. Ignoro qué pasó. ¡Lo único que se me ocurre es que tuviste la señal que pedías!
Steel se puso pálido. En su semblante se reflejaba un temor reverencial. Tanis se ablandó. Por extraño que pudiera parecer, resultaba que el joven le caía bien.
—Sé cómo te sientes —le dijo en tono quedo. Los caballeros habían llegado a las puertas de hierro y cogían antorchas para alumbrar el oscuro hueco de la escalera—. Una vez me encontré ante su Oscura Majestad. ¿Sabes lo que tenía ganas de hacer? Quería caer de hinojos y rendirle pleitesía. —Tanis tembló al evocar aquel momento, a pesar de que habían transcurrido años.
»¿Entiendes lo que digo? La reina Takhisis no es mi diosa, pero es una deidad, y yo un pobre e insignificante mortal. ¿Cómo no iba a reverenciarla?
Steel no respondió. Estaba pensativo, serio, sumergido en algún rincón profundo de sí mismo. Paladine había dado al joven caballero la señal que había pedido en son de mofa. ¿Qué significado guardaría eso para él… si es que guardaba alguno?
Las puertas de hierro se abrieron, y los caballeros, caminando con paso solemne, empezaron a bajar la escalera.
10
Mi honor es mi vida
La explicación del semielfo tenía sentido para Steel. Paladine era un dios. Un dios débil y apocado, comparado con su oponente, la Reina de la Oscuridad, pero un dios al fin y a la postre. Era lógico y correcto que él sintiese temor reverencial en presencia de Paladine… si es que era eso lo que había ocurrido en la puerta.
Steel intentó incluso reírse del incidente; resultaba divertido en extremo que esos pomposos caballeros estuvieran conduciendo de la mano a uno de sus más temidos enemigos por su bastión.
La risa murió en sus labios.
Habían empezado a bajar los escalones que conducían al sepulcro, un lugar de aterradora majestuosidad, un lugar sagrado. Allí yacían los cuerpos de muchos hombres valientes, entre ellos Sturm Brightblade.
Est Sularis oth Mithas. Mi honor es mi vida.
Steel oyó una voz, profunda y resonante, repetir esas palabras. Miró rápidamente a su alrededor para ver quién había hablado.
Nadie lo había hecho. Todos caminaban en silencio escaleras abajo, sumidos en un silencio respetuoso y reverencial.
El joven supo quién había pronunciado la frase. Supo que estaba en presencia de un dios, y esa certeza lo amilanaba.
El reto de Steel a Tanis había sido pura bravuconería, lanzado con el fin de ahogar el repentino y doloroso anhelo que abrasaba el alma del joven, el anhelo de conocerse a sí mismo. Una parte de Steel necesitaba creer desesperadamente que Sturm Brightblade —el caballero noble, heroico, trágico— era su verdadero padre. Otra parte de sí mismo estaba consternada.
«Una maldición si lo descubres», le había advertido Ariakan.
Sí, y así debería ser, pero… ¡oh, saber la verdad!
Y, en consecuencia, Steel había desafiado al dios, lo había retado a que se la revelara.
Al parecer el dios había aceptado el reto del joven.
Domeñado el corazón, el alma de Steel se inclinó con reverencia.
La Cámara de Paladine era una gran estancia de planta rectangular, en la que se alineaban féretros de piedra que guardaban héroes de un remoto pasado y los más recientes de la Guerra de la Lanza.
Inmediatamente después de dar sepultura a los cuerpos de Sturm Brightblade y los otros caballeros que habían muerto defendiendo la Torre, las puertas de hierro de la cámara se habían cerrado y sellado. Si la Torre caía en manos enemigas, los cuerpos de los muertos no serían profanados.
Un año después de que acabara la guerra, los caballeros rompieron los sellos, abrieron la cámara e hicieron de ella un lugar de peregrinaje, al igual que había ocurrido con la Tumba de Huma. La Cámara de Paladine se había vuelto a consagrar. Se hizo un héroe nacional de Sturm Brightblade. Aquel día Tanis había estado presente, con su esposa, Laurana; Caramon y Tika; Porthios y Alhana, dirigentes de Silvanesti y Qualinesti, las naciones élficas; y el kender, Tasslehoff Burrfoot. Raistlin Majere, tomado ya el camino de las tinieblas y Amo de la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, no había asistido, pero envió un mensaje de respeto por su viejo compañero y amigo.