»Casi de forma inmediata, Ariakan empezó a «reclutar» muchachos para su abominable ejército. —La voz de Sara se convirtió en un susurro—. Ariakan era el hombre plantado en la puerta.
—¡Bendito Paladine! —exclamó Tika, acongojada.
—Había descubierto lo del hijo de Kitiara. —Sara sacudió la cabeza—. No sé muy bien cómo. Según él, Kit le había dicho lo del niño a su padre, pero no di crédito a eso. Creo… Creo que fue el hechicero Dalamar, el maligno Señor de la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, quien encaminó a Ariakan hacia nosotros…
—Pero Dalamar me lo habría contado —protestó Caramon—. Él y yo somos… bueno… —El hombretón vaciló mientras Sara lo observaba de hito en hito, muy abiertos los ojos—. No amigos, pero nos tenemos un mutuo respeto. Y el chico es mi sobrino, después de todo. Sí, Dalamar me lo habría dicho…
—¡Ni hablar! —Sara resopló—. Y al fin y a la postre es un hechicero Túnica Negra. Dalamar sirve a la Reina de la Oscuridad y a sí mismo, y no necesariamente en ese orden. Si vio que Steel podría resultar valioso… —Se encogió de hombros.
»Quizá Dalamar sólo seguía órdenes —musitó Sara mientas echaba una ojeada temerosa hacia la ventana, a la noche—. Takhisis quiere a Steel. Eso lo creo de todo corazón. Ha hecho cuanto ha estado en su poder para conseguirlo. ¡Y está a punto de tener éxito!
—¿Qué queréis decir? —demandó Caramon.
—Es la razón de que me encuentre aquí. Esa noche, Ariakan le hizo una oferta a Steeclass="underline" convertirlo en un paladín oscuro. —Sara alargó la mano hacia su capa y asió el broche del lirio negro con mano temblorosa—. Un Caballero de Takhisis.
—No existe semejante orden perversa —protestó el posadero, horrorizado.
—Existe —lo contradijo Sara en voz baja—, aunque muy pocos lo saben. Pero se sabrá. Oh, sí, se sabrá. —Se quedó en silencio, temblando, y al cabo volvió a arrebujarse en la capa.
—Continuad —pidió, sombrío, Caramon—. Creo que sé hacia dónde se encamina esto.
—El hijo de Kitiara se encontraba entre los primeros que Ariakan buscó. He de admitir que es astuto. Sabía exactamente cómo manejar a Steel. Habló al chico de hombre a hombre, le dijo que le enseñaría a ser un poderoso guerrero, un líder de legiones. Le prometió gloria, riquezas, poder. Steel estaba fascinado. Esa noche accedió a irse con Ariakan.
»Nada de cuanto dije o hice, ni siquiera mi llanto, sirvió para que Steel cambiara de idea. Sólo conseguí una concesión; podía acompañarlo. Ariakan accedió a ello sólo porque supuso que yo podría serle útil. Necesitaría a alguien que cocinara para los chicos, arreglara sus ropas y se ocupara de la limpieza. Eso y… que se encaprichó de mí —concluyó Sara en voz queda.
»Sí —añadió, en parte avergonzada y en parte desafiante—, me convertí en su amante. Lo fui durante muchos años, hasta que fui demasiado mayor para interesarle.
El semblante de Caramon se ensombreció.
—Entiendo. —Tika palmeó suavemente la mano de la otra mujer—. Os sacrificasteis por vuestro hijo. Para estar cerca de él.
—¡Fue la única razón! ¡Lo juro! —gritó vehementemente Sara—. ¡Los odiaba a ellos y lo que representaban! Detestaba a Ariakan. ¡No imagináis lo que tuve que soportar! Muchas veces deseé acabar con mi vida. La muerte habría sido mucho más fácil. Pero no podía abandonar a Steel. Todavía alienta la bondad en él, aunque ellos hicieron todo lo posible para pisotear y apagar esa chispa. Me quiere y me respeta, para empezar. Ariakan se habría librado de mí hace mucho tiempo de no ser por Steel. Mi hijo me ha protegido y defendido, en detrimento propio, aunque nunca habla de ello. Ha visto a otros ascender a caballeros antes que él. Ariakan ha frenado la promoción de Steel por culpa mía.
»Mi hijo es leal. Y honorable, como su padre. Ambas cosas en extremo, quizá, porque al igual que es leal conmigo también lo es con ellos. Ha vinculado su vida con esa orden perversa y está plenamente volcado en ella. Finalmente, se le ha ofrecido la oportunidad de convertirse en uno de ellos. Dentro de tres noches, Steel Brightblade prestará el juramento, tomará los votos y entregará su alma a la Reina de la Oscuridad. Ésa es la razón de que haya acudido a vos, de que haya arriesgado la vida, porque si Ariakan descubre lo que he hecho, me matará. Ni siquiera mi hijo podrá impedírselo.
—Calmaos, milady —dijo Caramon, preocupado—. ¿Qué deseáis que haga? ¿Daros refugio? Eso puede arreglarse fácilmente…
—No —lo interrumpió Sara, que posó tímidamente su mano en la del hombretón—. Quiero que impidáis que mi hijo, vuestro sobrino, tome tales votos. Es el alma del honor, aunque esa alma sea oscura. Debéis convencerlo de que está cometiendo un terrible error.
Caramon la miraba de hito en hito, estupefacto.
—Si vos, su madre, una mujer a la que ama, no ha podido hacerlo cambiar durante todos estos años, ¿qué puedo hacer yo?
—Vos no —convino Sara—. Pero quizá sí haga caso a su padre.
—Su padre está muerto, milady.
—Me he enterado de que el cadáver de Sturm Brightblade reposa en la Torre del Sumo Sacerdote. Se cuenta que el cuerpo posee poderes milagrosos. ¡Sin duda el padre intervendría para ayudar a su hijo!
—Bueno… tal vez. —Caramon no parecía muy convencido—. He visto cosas extrañas a lo largo de mi vida, pero sigo sin entender qué queréis que haga yo.
—Quiero que llevéis a Steel a la Torre del Sumo Sacerdote.
El hombretón se quedó boquiabierto.
—¡Así, sin más ni más! —exclamó cuando salió de su sorpresa—. ¿Y si resulta que él no quiere ir?
—Oh, no querrá —comentó Sara sin vacilar—. Tendréis que hacer uso de la fuerza. Probablemente llevarlo a punta de espada. Y eso no será fácil. Es fuerte y diestro con las armas, pero podréis hacerlo. Sois un Héroe de la Lanza.
Perplejo, totalmente confundido, Caramon miró a la mujer sumido en un silencio incómodo.
—Tenéis que hacerlo —imploró Sara, uniendo las manos en un gesto de súplica. Las lágrimas corrieron por sus mejillas, incontenibles, cuando el cansancio, el miedo y la pena la superaron finalmente—. ¡O el hijo del Sturm se perderá!
4
Caramon intenta recordar dónde guardó su armadura
—Bien —dijo Tika mientras se ponía de pie con actitud enérgica—, si tenéis que marcharos antes del amanecer, más vale que empieces a prepararte.
—¿Qué? —Caramon miró fijamente a su esposa—. No hablarás en serio.
—Por supuesto que sí.
—Pero…
—El chico es tu sobrino —instó Tika, puesta en jarras.
—Sí, pero…
—Y Sturm era tu amigo.
—Eso ya lo sé, pero…
—Es tu deber, y no se hable más —concluyó Tika—. Veamos, ¿dónde guardamos tu armadura? —Lo miró con actitud crítica—. El peto no servirá, pero la cota de malla podría…
—¿Esperas que vaya montado en un Dragón Azul a un… una…? —Caramon miró a Sara.
—Una fortaleza —dijo ésta—. En una isla, muy al norte, en el mar de Sirrion.
—Una fortaleza en una isla. Una plaza fuerte secreta. ¡Repleta de legiones de paladines oscuros dedicados al servicio de Takhisis! Y, una vez allí, se supone que habré de raptar a un caballero adiestrado, en la flor de la vida, y llevarlo a rastras a hacer una visita a la Torre del Sumo Sacerdote. E incluso si llego vivo allí, cosa que dudo, ¿esperas entonces que los Caballeros de Solamnia nos dejen entrar por las buenas? ¿A mí y a un caballero del Mal?
Caramon no tuvo más remedio que gritar eso último, ya que Tika había ido a la cocina dejándolo con la palabra en la boca.
—¡Si un grupo no me mata, lo hará el otro! —bramó.
—No chilles, querido, o despertarás a los chicos —advirtió su mujer, que regresaba cargada con una bolsa que olía a carne asada y un odre—. Tendrás hambre por la mañana. Iré a coger una camisa limpia. Tendrás que buscar la armadura. Ahora recuerdo que está en el arcón que hay debajo de la cama. Y no te preocupes, querido —añadió mientras se paraba para darle un beso apresurado—. Estoy segura de que Sara tiene pensado el modo de introducirte en la fortaleza. En cuanto a la Torre del Sumo Sacerdote, a Tanis ya se le ocurrirá un plan.