Anna-Maria miró a Tintin, que aullaba frustrada porque no podía llegar hasta el final.
Un linóleo color turquesa con dibujos orientales cubría el suelo. Anna-Maria se adelantó y lo observó detenidamente. Sven-Erik Stålnacke y Fred Olsson le hicieron compañía.
– Yo no veo nada -se disculpó Anna-Maria.
– No -admitió Fred Olsson sacudiendo la cabeza.
– ¿Puede haber algo debajo del linóleo? -preguntó Anna-Maria.
– Algo hay -respondió Krister Eriksson, que bastante trabajo tenía controlando a Tintin.
– Bueno -dijo Anna-Maria mientras miraba su reloj-. Nos da tiempo de ir a comer a la estación turística mientras esperamos a los de la Científica.
A las dos y media de la tarde los técnicos habían cortado el recubrimiento de linóleo del suelo de la cocina. Cuando Anna-Maria Mella, Sven-Erik Stålnacke y Fred Olsson volvieron a la casa, estaba en el recibidor, enrollado y envuelto en papel.
– Mira esto -dijo uno de la Científica a Anna-Maria Mella señalando un pequeñísimo corte en la tabla de madera que había debajo del recubrimiento de linóleo.
En el pequeño corte había algo marrón que parecía sangre seca.
– Esa perra tiene que tener un olfato tremendo.
– Sí -admitió Anna-Maria-. Es muy lista.
– Tiene que ser sangre teniendo en cuenta la reacción de la perra -dijo el de la Científica-. El linóleo es un material fantástico. Mi madre tuvo un suelo que aguantó bien más de treinta años. Se repara solo.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, si se le hace un rasguño, un corte o algo así, se contrae de manera que no se ve. Parece como si un arma afilada o una herramienta pasara a través del suelo de plástico e hiciera un corte aquí, en la madera de debajo. Luego la sangre ha pasado hacia el corte. Después de que el material se contrajera, y cuando lo has limpiado, no se ve huella alguna. Enviaremos la sangre, si es que es eso, para un análisis y ya veremos si es de Inna Wattrang.
– Me apuesto cien pavos a que sí -se arriesgó Anna-Maria-. Murió aquí.
Eran las ocho del domingo por la tarde cuado Anna-Maria se puso la chaqueta y llamó a Robert para decirle que tenía turno de noche. No parecía ni enfadado ni cansado e incluso le preguntó si había comido. También le dijo que le dejaba comida para que se la calentara cuando llegara a casa. Gustav dormía. Habían salido a dar una vuelta con el trineo. Peter les había acompañado, aunque solía quedarse encerrado en casa. Jenny estaba con una amiga, le explicó y añadió que ya venía para casa, antes de que a Anna-Maria le diera tiempo de pensar: «Mañana hay que ir al colegio.»
Anna-Maria se sintió ridículamente contenta. Habían salido, habían hecho ejercicio y habían respirado aire sano. Estaban contentos. Robert era un buen padre. En estos momentos no importaba que la ropa de todos estuviera tirada por el suelo y la mesa después de cenar a medio quitar. Ella lo recogería de buen humor.
– Marcus ¿no está? -preguntó.
– No, creo que se queda a dormir en casa de Hanna. ¿Cómo ha ido?
– Bien. Bien de verdad. Sólo han pasado veinticuatro horas y ya sabemos quién es, Inna Wattrang, una jerifalte de Kallis Mining. Mañana saldrá en los periódicos. Hemos localizado el lugar del crimen pero los que lo cometieron intentaron limpiar todas las huellas. Aunque los de la Criminal se hagan cargo después, nadie podrá decir que no hicimos un buen trabajo.
– ¿Le clavaron algo?
– Sí, pero no sólo eso. El asesino la torturó con descargas eléctricas. Los de la Científica estuvieron allí esta tarde y encontraron pegamento en una de las sillas de la cocina, en los reposabrazos y en las patas. Y el mismo pegamento lo tenía en los tobillos y en las muñecas. Alguien la sujetó con cinta adhesiva en una silla de la cocina y la torturó con descargas eléctricas.
– ¡Joder! ¿Y cómo?
– Yo creo que con el cable de una lámpara. Lo peló, separó los hilos, le rodeó un tobillo con uno y le conectó el otro al cuello.
– ¿Y después la mataron de una puñalada?
– Sí.
– ¿Sabes por qué?
– No lo sé. Puede ser un loco o alguien que la odiaba. También puede ser un juego sexual… que de alguna manera ha salido mal, aunque no parece que haya semen dentro de ella, ni sobre ella. Tenía como una baba alrededor de la boca pero sólo era vómito.
Robert dejó escapar un sonido de desagrado.
– Prométeme que nunca me dejarás -le pidió-. Imagínate estar colgado en un bar buscando a otra… y cuando llegas a casa lo que quiere es que le des una descarga eléctrica.
– Mejor conmigo que me contento con el misionero.
– El honroso y aburrido sexo de siempre.
Anna-Maria emitió un arrullo de paloma.
– A mí me gusta el sexo de siempre -aclaró-. Si todos los niños duermen cuando llegue a casa…
– No me digas. Llegarás, comerás algo y después te quedarás dormida en el sofá delante de cualquier serie americana. Deberíamos renovarnos un poco.
– Podemos comprar el Kama Sutra.
Robert se echó a reír y Anna-Maria se puso contenta. Lo había hecho reír y, además, hablaban de sexo.
«Deberíamos hacerlo más a menudo -pensó-. Tontear y hacer broma.»
– Exacto -asintió Robert-. Posturas como las acrobacias en el aire. O yo hacer el puente y tú encima haciendo el espagat.
– Vale. Hecho. Voy ahora mismo.
Anna-Maria Mella apenas había colgado cuando volvió a sonar el teléfono. Era el fiscal Alf Björnfot.
– Hola -dijo-. Sólo quería informarte de que Mauri Kallis vendrá mañana.
Anna-Maria lo pensó un momento. Esperaba que volviera a ser Robert que de pronto se le ocurría que debía comprar algo camino de casa.
– ¿Mauri Kallis como Kallis Mining?
– Sí. Acabo de hablar con su secretaria por teléfono. Además, me llamaron los compañeros de Estocolmo. Se lo han comunicado a los padres de Inna Wattrang. Naturalmente ha sido un shock para ellos. Inna Wattrang y su hermano Diddi trabajaban para Kallis Mining. Ha construido una mansión muy grande junto a la ría Mälaren, donde viven también los dos hermanos. Los padres le dijeron a los compañeros de allí que se lo comunicarían a su hijo y le pedirían a Mauri Kallis que subiera para identificarla.
– ¡Mañana! -suspiró Anna-Maria-. Me iba a ir a casa.
– Pues, vete.
– No me puedo ir. Tengo que aprovechar y hablar con él. De Inna Wattrang, de su papel en la empresa y de todo. No sé ni una mierda de Kallis Mining. Le va a parecer que somos idiotas.
– Rebecka Martinsson tiene sesión del tribunal mañana. Así que seguro que estará por allí. Dile que estudie Kallis Mining y que te haga un resumen en una media hora mañana por la mañana.
– Yo no se lo puedo pedir. Tiene…
Anna-Maria se interrumpió durante medio segundo. Estaba a punto de decir que Rebecka Martinsson también tenía una vida propia, pero eso no era así. Entre los compañeros se decía que Rebecka Martinsson vivía sola en el campo y no se relacionaba con nadie.
– … tendrá que dormir como todos los demás -dijo, rectificándose-. No se lo puedo pedir.
– De acuerdo.
Anna-Maria pensó en Robert, que la estaba esperando en casa.
– ¿O sí puedo hacerlo?
Alf Björnfot se echó a reír.
– Lo que yo voy a hacer es plantarme delante de la tele a ver alguna serie americana -dijo.
– Yo también -respondió Anna-Maria malhumorada.
Acabó la conversación con el fiscal y miró a través de la ventana. ¿Por qué no? El coche de Rebecka Martinsson seguía en el aparcamiento.
Tres minutos más tarde, Anna-Maria llamaba con los nudillos a la puerta del despacho de Rebecka Martinsson.