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Subiendo la escalera del porche cogió un puñado de nieve de la barandilla y se la aplastó contra la cara. «La llave de la casa está en el bolso. Hay que meterla en la cerradura. Sacar la llave. Abrir.»

Estaba dentro.

Media hora más tarde se sentía mucho mejor. Había encendido la chimenea y oyó cuando de pronto prendió y cómo chisporroteaba la leña.

Tenía una taza de té con leche, el ordenador en las rodillas y estaba sentada en el sofá-cama.

Intentó recordar todos sus pensamientos anteriores al ataque. En estos momentos estaba mejor que nunca. Los sentimientos más difíciles no los podía hacer aflorar aunque lo intentase.

Y lo intentaba. Jugó su mejor carta. Su madre apareció en su cabeza.

Pero no ocurrió nada en especial. Rebecka la vio delante de ella. Los ojos gris claro, el maquillaje que olía bien, bien peinada y con sus dientes uniformes.

«Y cuando se hizo con la piel de oveja -pensó Rebecka sonriendo por el recuerdo-. A la gente del pueblo le rechinaban los dientes preguntándose por qué tenía que creerse tan especial. Pieles, vaya, vaya.

»En realidad, ¿qué narices vio en mi padre? Quizá creía que quería un puerto seguro. Pero no estaba hecha para eso. Mi madre debería haber izado las velas, por muy rotas que estuvieran, y salido a navegar a través de las tormentas con la melena al viento. La vida del puerto no era para ella.»

Rebecka intentó recordar cuando su madre abandonó a la familia.

«Mi padre se fue a vivir a casa de la abuela en Kurravaara. Vivía en el piso de abajo y yo arriba con la abuela, yendo de arriba abajo. Y Jussi. Era un perro listo. En cuanto me fui a vivir allí, vio la oportunidad de mejorar el sitio donde dormía. Se ponía sobre mi cama, a los pies. La abuela no permitía que los animales se subieran a ningún mueble. Pero ¿qué podía hacer ella? La niña dormía segura con el perro en la cama, se tumbaba y hablaba con él cuando la abuela iba a ordeñar las vacas por la noche.

»Mi madre fue a su litera del tren y después continuó hasta el vagón restaurante. Cambió nuestro piso de dos dormitorios en la ciudad por uno de un solo ambiente. Tuve que haber vivido allí con ella incluso antes de morir mi padre, pero no lo recuerdo.

»Los pensamientos que tengo ¿realmente ayudan? -se preguntó Rebecka-. Son apenas unas cuantas imágenes en un álbum de la cabeza. Entre las escenas que una recuerda hay cientos, miles de escenas que han sido olvidadas. Entonces ¿recordamos la verdad?»

La abuela está en el piso de mamá. Lleva el abrigo bonito pero, aun así, la madre siente vergüenza, opina que la abuela debería comprarse otro. Se lo ha dicho a Rebecka. De momento, su madre es la que siente vergüenza. La abuela mira a su alrededor. Desde el lugar donde ella está se ve el dormitorio. La cama de mi madre está por hacer. En la cama de Rebecka no hay sábanas. Mi madre siempre está muy cansada. Ha llamado al trabajo y ha dicho que está enferma. Antes, a veces la abuela iba allí y limpiaba toda la casa. Fregaba los platos, lavaba, hacía la comida. Esta vez no.

– Me llevo a la niña -dice la abuela.

La voz es la de siempre pero no permite que se le lleve la contraria.

Mi madre no protesta, pero cuando Rebecka intenta darle un abrazo, ella la aparta.

– Date prisa -le dice sin mirar a Rebecka-. La abuela no tiene todo el día.

Rebecka se mira los pies cuando baja la escalera del edificio. Duns, duns. Los pies son pesados. Grandes como bloques de piedra. Debería haberle dicho a su madre al oído: «A ti es a la que más quiero.» A veces va bien. Colecciona cosas buenas para decir: «Eres como una madre tiene que ser.» «La madre de Katti huele a sudor.» La mira durante un rato y luego le dice: «Qué guapa eres.»

«Le pediré a Sivving que me explique -piensa Rebecka-. Los conocía a los dos. Antes de que me dé cuenta también él habrá desaparecido y entonces no quedará nadie a quien preguntar.»

Abrió el ordenador. Inna Wattrang en otra foto de grupo. Ahora con casco en la cabeza delante de una mina de zinc en Chile.

«Curioso trabajo -pensó Rebecka-. Aprender a conocer a la gente que ya está muerta.»

LUNES

17 de Marzo 2005

Rebecka Martinsson se encontró con Anna-Maria Mella y Sven-Erik Stålnacke en la sala de reuniones de la jefatura de policía, a las siete y media de la mañana del lunes.

– ¿Qué tal? -saludó Anna-Maria Mella-. ¿Pudiste ver la tele ayer noche?

– No -respondió Rebecka-. ¿Y tú?

– Qué va. Me quedé dormida -se excusó Anna-Maria.

De hecho ella y Robert habían hecho algo completamente distinto delante del televisor pero eso no era de la incumbencia de nadie.

– Igual que yo -mintió Rebecka también.

Se quedó despierta repasando el grupo Kallis Mining y a Inna Wattrang hasta las dos y media de la madrugada. Cuando sonó el despertador del móvil a las seis, sintió el conocido y ligero malestar que le entraba cuando dormía poco.

Daba igual. Lo cierto era que no le importaba. Un poco de falta de sueño tampoco era para tanto. Para hoy tenía estipulado un plan de trabajo. Primero el repaso con los dos policías y luego un juicio de faltas. Le gustaba tener mucho que hacer.

– Mauri Kallis empezó con las manos vacías -informó Rebecka-. Es el sueño americano aunque en sueco. Es decir, real. Nació en 1964 en Kiruna. ¿En qué año naciste tú?

– En el 62 -respondió Anna-Maria-. Pero él tuvo que ir a otro instituto. Y en bachiller no conoces a nadie que sea más joven.

– Retención forzosa cuando era pequeño -continuó Rebecka-. Hogar de acogida, denuncia por un delito que cometió cuando tenía 12 años, así que no lo podían procesar. Pero ahí hubo un cambio. La asistente social lo convenció para que estudiara. Empezó Empresariales en Estocolmo en 1984 y se puso a jugar a la Bolsa ya mientras estudiaba. Fue en aquellos años cuando conoció a Inna Wattrang y a su hermano Diddi. Éste y Mauri iban a la misma clase. Mauri Kallis trabajó un tiempo en una agencia de Bolsa, Optionsmäklarna, después de acabar los estudios. Durante esos dos años creció su cartera de valores, compró H &M pronto y vendió Fermenta antes de la caída. Siempre iba un paso por delante. Después se fue dé la agencia y se dedicó a su propio negocio por entero. Eran proyectos de máximo riesgo. Primero materias primas y después cada vez más dedicado a la compraventa de concesiones, tanto de petróleo como del sector minero.

– ¿Concesiones? -preguntó Anna-Maria.

– Se compra el permiso para perforar en algún lugar con recursos naturales, petróleo, gas o mineral. Quizá encuentran algo y en lugar de poner en marcha la extracción, venden la concesión de hacerlo.

– Se puede ganar mucho pero también perder mucho -cuestionó Sven-Erik.

– Sí, claro, se puede perder todo. Es decir, tienes que tener una personalidad de jugador si te vas a dedicar a esas cosas. Y a veces ha estado bajo mínimos. Pero Inna y Diddi Wattrang ya trabajaban para él en aquel entonces. Parece que fueron ellos los que consiguieron financiación para los distintos proyectos.

– Se trata de conseguir que alguien invierta -dijo Anna-Maria.

– Exacto, los bancos no dan crédito para eso. De lo que se trata es de encontrar inversores que acepten el riesgo. Y, por lo que parece, los hermanos Wattrang eran buenos encontrándolos.

Rebecka continuó:

– Pero durante los últimos tres años han mantenido las concesiones en la empresa y, además, han comprado más minas y han empezado a extraer. Toda la prensa sueca escribe sobre los valores del sector minero como el gran salto. Yo no estoy de acuerdo. Creo que es un salto mayor pasar de la especulación y de las concesiones a la minería directa, la parte industrial…