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Mauri bebe un poco de más, como se hace al principio, cuando se está nervioso. Diddi le sigue los pasos pero lo aguanta mejor. Se turnan en invitar. Diddi tiene un poco de coca en el bolsillo. Por si se presenta la ocasión. Espera a ver.

La verdad es que este tío es bastante interesante. Diddi le explica ciertas fases de su infancia. La presión de su padre en lo que se refiere a los estudios. El ataque de ira y las humillantes palabras cuando le iba mal un examen. Reconoce sin reparos y con una carcajada que desgraciadamente es un rubio tonto y que allí no tiene nada que hacer.

Aunque después defiende a su padre. Él también tiene su carga. Educado en la vieja escuela, en el umbral haciendo una reverencia con la cabeza a su padre, el abuelo de Diddi, antes de que le dieran permiso para entrar. Nada de sentarlo en las rodillas para hacerle carantoñas.

Tras esta revelación en confianza, convence y pregunta. Y observa a Mauri, el joven esbelto con grandes pantalones de franela, zapatos baratos, camisa bien planchada pero de algodón tan delgado que se le transparenta el pelo del pecho. Mauri, el que lleva los libros de clase en una bolsa de plástico de un super. No invierte el dinero en cosas, eso es seguro.

Y Mauri habla de sí mismo. Que cometió un delito cuando tenía doce años y que lo pescaron. Le explica lo de la asistente social que lo hizo mejorar y que lo animó a que empezara a estudiar.

– ¿Era guapa? -pregunta Diddi.

Mauri miente y responde que sí. No sabe por qué. Tiene que hacer reír a Diddi.

– Realmente eres una caja de sorpresas -le dice-. No tienes aspecto de criminal.

Y Mauri, que dice medias verdades y que selecciona lo que explica, no dice nada de que era un grupo de chicos mayores, un hermano del hogar de acogida y sus compañeros, que lo enviaron a él y a otros críos a los que no podían juzgar como adultos a hacer el trabajo sucio.

– ¿Qué aspecto tiene un criminal? -pregunta.

Diddi parece un poco impresionado.

– Y ahora eres una estrella de la escuela -responde.

– Un aprobado justo en Contabilidad Empresarial -se justifica Mauri.

– Es porque lees libros sobre la Bolsa en lugar de estudiar. Lo sabe todo el mundo.

Mauri no responde. Intenta llamar la atención del camarero para pedir otras dos cervezas. Se siente como un enano ignorado que intenta hacerse ver tras la barra. Mientras tanto, Diddi aprovecha para sonreír hacia la rubia y la mira a los ojos. Una pequeña inversión para el futuro.

Acaban en el Grodan. Se meten en el abarrotado bar y pagan el triple por una cerveza.

– Tengo un poco de dinero -dice Diddi-. Deberías invertirlo por mí. En serio. Estoy dispuesto a correr el riesgo.

A Diddi no le da tiempo a entender lo que ve en Mauri. En medio segundo es como si se pusiera tenso, se conectara a la parte sobria de su cerebro, hiciera inventario, analizara y tomara una decisión. Después Diddi aprenderá que Mauri nunca pierde el discernimiento. El miedo lo mantiene despierto. Pero se le pasa rápido. Mauri se encoge de hombros un poco borracho.

– Claro que sí. Yo cobro el 25 % y en cuanto me canse, te haces cargo tú o vendes, lo que prefieras.

– ¡Veinticinco! -Diddi se queda un poco atónito-. ¡Eso es usura! ¿Cuánto se quedan los bancos?

– Pues vete a un Banco. Tienen buenos agentes de Bolsa.

Pero Diddi lo acepta.

Y se echan a reír. Como si, en realidad, todo fuera una broma.

Al editar el programa han cortado cuando Mauri Kallis entra en la entrevista. En la imagen, abajo en la esquina derecha, se ve la mano de Malou von Sivers haciendo un gesto rotatorio «continúa filmando» a la persona detrás de la cámara. Mauri Kallis es delgado y bajo, como un escolar serio. El traje le sienta perfectamente. Le brillan los zapatos. La camisa blanca está hecha a medida, es de fuerte algodón de la mejor calidad; cualquier otra cosa se transparentaría.

Le pide disculpas por la tardanza a Malou von Sivers, se estrechan la mano, se vuelve hacia Inna Wattrang y la besa en la mejilla. Ella le sonríe y dice: ¡Amo! Diddi Wattrang y Mauri Kallis se estrechan la mano. Como por arte de magia alguien trae una silla y ahora están sentados los tres con Malou von Sivers delante de la cámara.

Malou von Sivers empieza suave. Las preguntas difíciles las guarda para la parte final de la entrevista. Quiere que Mauri Kallis se sienta a gusto y si la cosa va mal es mejor que sea al final, cuando ya estén casi listos.

Coge un ejemplar de la revista Businness Week de la primavera de 2004 con Mauri en la portada y en el centro de la sección de Economía del periódico nacional Dagens Nyheter. El título del artículo del Dagens es «El chico de los bolsillos de oro».

Inna mira la prensa y piensa que fue un milagro que escribieran aquellos artículos. Mauri se negaba a hacer entrevistas, finalmente consiguió que le hicieran fotografías. El fotógrafo de Business Week eligió un primer plano de Mauri cuando éste miraba hacia el suelo. Al ayudante del fotógrafo se le cayó un bolígrafo que se fue rodando. Mauri lo siguió con la mirada. El fotógrafo hizo muchas fotos. Mauri parece ensimismado. Casi como rezando.

Malou von Sivers: De niño problemático hasta aquí (hace un gesto con la cabeza que abarca la Heredad Regla, el éxito empresarial, bella esposa, todo a la vez). Tu imagen se parece mucho a la de un cuento. ¿Qué sientes?

Mauri mira las fotos y hace esfuerzos para rechazar la sensación de asco hacia sí mismo que le provocan.

Es propiedad de todos. Lo utilizan como prueba para que su ideología sea la acertada. La industria y el comercio suecos lo invitan como conferenciante. Lo señalan y dicen: «Mirad. Cualquiera puede tener éxito si quiere.» Göran Persson, el presidente de la nación, lo ha nombrado recientemente en televisión. Era en un debate sobre la criminalidad juvenil, ya que fue una asistente social la que hizo que Mauri volviera al buen camino. El sistema funciona. Continúa el estado del bienestar. Los débiles tienen una oportunidad.

Mauri se siente asqueado. Desearía que dejaran de utilizarlo, de manosearlo.

No deja que se note nada. Su voz es todo el tiempo tranquila y amable. Quizá un poco monótona. Pero no está allí porque tenga una personalidad carismática. Eso es cosa de Diddi y de Inna.

Mauri Kallis: No me siento… como un personaje de cuento.

Silencio.

Malou von Sivers (lo intenta de nuevo): En la prensa extranjera se te ha llamado «El milagro sueco» y se te ha comparado con Ingvar Kamprad, el fundador de IKEA.

Mauris Kallis: Los dos tenemos la nariz en medio de la cara…

Malou von Sivers: Pero algo hay de verdad en ello. Los dos empezasteis con las manos vacías. Conseguisteis levantar una empresa internacional en un país como Suecia, que se considera es… bueno, difícil para nuevos empresarios.

Mauri Kallis: Y es difícil para nuevos empresarios. Las leyes fiscales favorecen el dinero viejo pero hubo una posibilidad de conseguir hacerse con un capital entre los años ochenta y noventa y la aproveché.

Malou von Sivers: Explícanos. Uno de tus viejos compañeros de estudios de Empresariales dijo en una entrevista que sentías animadversión a consumir tu préstamo de estudios. «Comerlo y cagarlo.»

Mauri Kallis: Es una expresión grosera y no quisiera utilizar ese lenguaje aquí. Pero claro que sí, así era. Nunca había tenido tanto dinero junto antes. Y seguro que había algo de empresario dentro de mí. El dinero tiene que trabajar, hay que invertirlo. (Deja que le aflore una corta sonrisa.) Era un auténtico forofo de la Bolsa. Iba por ahí con copias de los indicadores de las inversiones en el maletín.

Diddi Wattrang: Leía el periódico económico Ajärsvärlden.

Mauri Kallis: En aquellos tiempos era incisivo.

Malou von Siyers: ¿Y después?