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Poirot pagó la compra.

—¿No habló nunca mistress McGinty de tenerle miedo a alguien o de estar nerviosa?

—Conmigo, no. No era mujer nerviosa. Se quedaba a veces hasta tarde en casa de mister Carpenter... en Holmeleigh, allá en la cima de la colina. Tienen con frecuencia invitados a comer o gente que se aloja en su casa, y mistress McGinty subía de cuando en cuando al atardecer para ayudarles a fregar los platos. Bajaba la colina de noche cerrada, que es algo más de lo que me gustaría hacer a mí. Es muy grande la oscuridad en esa colina.

—¿Conoce usted a su sobrina mistress Burch?

—Ligeramente, Ella y su marido vienen aquí a veces.

—Heredaron algo de dinero al morir mistress McGinty.

Los penetrantes ojos negros le miraron con severidad. .

—Hombre, eso es natural. Uno no se lo puede llevar consigo, y es lógico que vaya a parar a manos de quien pertenece a la familia.

—¡Oh, sí, sí!... Estoy completamente de acuerdo. ¿Le tenía afecto a su sobrina mistress McGinty?

—Mucho, así lo creo; aunque de una forma apacible.

—¿Y al marido de su sobrina?

Una expresión evasiva apareció en el rostro de mistress Sweetiman.

—Que yo sepa...

—¿Cuándo vio usted a mistress McGinty por última vez?

Mistress Sweetiman reflexionó.

—Deje que piense... ¿Cuándo fue, Edna?

Edna, allá en la puerta del fondo, se limitó a respingar.

—¿Fue el día en que murió? No; fue el día anterior... ¿o fue el otro? Sí. Fue el lunes. Eso es. La mataron el miércoles. Sí, fue el lunes. Entró a comprar un frasco de tinta.

—¿Quería un frasco de tinta?

—Supongo que querría escribir una carta —contestó la otra.

—Parece lo más probable. ¿Y era la misma de siempre? ¿No parecía diferente en forma alguna?

—¡Nooo! Me parece que no.

Edna entró en la tienda y tomó parte, de pronto, en la contestación.

—Parecía diferente —aseguró—. Como si estuviera satisfecha por algo... bueno, no satisfecha... emocionada.

—Quizá tengas razón —dijo mistress Sweetiman—; y no es que lo notara yo por entonces. Pero, ahora que lo dices... estaba animada.

—¿Recuerdan ustedes algo de lo que dijo aquel día?

—Normalmente no lo recordaría; pero, entre el asesinato, la Policía y todo eso, parece como si las cosas adquirieran relieve. Nada dijo de James Bentley, de eso estoy segura. Habló de los Carpenter un poco. Y de mistress Upward... los sitios en que trabajaba, ¿sabe?

—¡Ah, sí! Precisamente iba a preguntarle para quiénes trabajaba aquí.

Mistress Sweetiman contestó ahora sin vacilar:

—Los lunes y los jueves iba a casa de mistress Summerhayes, a Long Meadows. Ahí es donde se aloja usted, ¿verdad?

—En efecto —asintió Poirot con un suspiro—. ¿Supongo que no hay ningún otro sitio en que alojarse?

—No en Broadhinny. No debe estar usted muy cómodo en Long Meadows, ¿verdad? Mistress Summerhayes es muy agradable, pero no sabe llevar una casa. Nunca lo saben las señoras que vienen del extranjero. Siempre había la mar de trabajo allí, según mistress McGinty. Sí, los lunes por la tarde y los jueves por la mañana, a casa de los Summerhayes. Luego, los martes por la mañana, al doctor Rendell, y por. las tardes, a mistress Upward, de Laburnums. El miércoles se lo dedicaba a mistress Wetherby, de Hunter's Close, y el viernes a mistress Selkirk... que es ahora mistress Carpenter. Mistress Upward es una anciana. que vive con su hijo. Tienen una doncella, pero se está haciendo vieja, y mistress McGinty solía ir una vez a la semana para hacer limpieza a fondo. Parece como si los Wetherby nunca pudieran tener mucho tiempo una criada... ella está delicada... Los Carpenter tienen una casa muy hermosa y dan muchas fiestas. Todos son muy buena gente.

Con este pronunciamiento final sobre la población de Broadhinny, Poirot salió a la calle.

Subió lentamente la colina en dirección a Long Meadows. Confiaba que el contenido de la lata hinchada y las judías ensangrentadas se habrían consumido al mediodía y que no las habrían conservado para que cenara él aquella noche. Pero era posible que hubiese otras latas dudosas. La vida en Long Meadows tenía evidentemente sus peligros. En conjunto, el día había resultado desanimador ¿Qué había averiguado?

Que James Bentley tenía una persona amiga. Que ni él ni mistress McGinty contaban con enemigos. Que mistress McGinty había dado muestras de excitación dos días antes de su muerte y había comprado un frasco de tinta...

Se detuvo en seco... ¿Era aquello un indicio.. .un pequeño indicio por fin?

Había preguntado, sólo por preguntar, para qué querría McGinty un frasco de tinta. Y mistress Sweetiman le había respondido muy seria que suponía que para escribir una carta.

Ahí se ocultaba algo significativo, un algo que por poco se le había escapado, porque para él, como para la mayoría de la gente, escribir una carta era cosa corriente y diaria.

Pero no era así para mistress McGinty. Para ella; escribir una carta resultaba tan fuera de lo normal, que se veía precisada a salir y comprar tinta si quería hacerlo.

Mistress McGinty, pues, casi nunca escribía una carta. Mistress Sweetiman, como jefe de estafeta; estaba perfectamente enterada de ello. Pero mistress McGinty había escrito una carta dos días antes de su muerte. ¿A quién y por qué?

Pudiera carecer de importancia. Quizá hubiese escrito a su sobrina, o a una amiga ausente. Era absurdo darle tanto énfasis a una cosa tan sencilla como un frasco de tinta.

Pero no contaba con ningún otro indicio, así pues, lo pensaba seguir.

Un frasco de tinta...

Capítulo VIII

1

—¿Una carta? —Bessie Burch movió negativamente la cabeza—. No; no recibí ninguna carta de mi tía. ¿Para qué iba a escribirme?

Poirot sugirió:

—Tal vez quisiera decirle algo.

—Mi tía no era muy amiga de escribir. Andaba camino de los setenta, y en su niñez no se iba mucho al colegio.

—Pero ¿sabía leer y escribir?

—¡Oh, claro! No leía mucho, sin embargo... aunque le gustaba el periódico. Es decir, los dominicales: el News of the World y el Sunday Comet. Pero escribir le resultaba difícil siempre. Si algo tenía que decirme, como que no fuésemos a verla o que ella no podía venir a vernos, solía telefonear a mister Benson, el farmacéutico de la esquina. Y él se encargaba de darnos el recado. Es muy amable en ese sentido mister Benson. Estamos dentro del radio, ¿sabe?, conque solo cuesta dos peniques telefonearnos. Hay aparato en la estafeta de Correos de Broadhinny.

Poirot asintió con un gesto. Comprendía que siempre era una ventaja que costara dos peniques y no dos peniques y medio. Ya se había imaginado a mistress McGinty como ahorradora en grado sumo. Le había gustado mucho el dinero.

Insistió con dulzura:

—Pero su tía sí que le escribía a veces, ¿no es así?

—Las tarjetas de felicitación por Navidades.

—¿Y... quizá tendría amistades en otras partes de Inglaterra, a las que escribiría?

—No sé nada de eso. A su cuñada, quizá... pero murió hace dos años. Y a mistress Birdlip... pero ha muerto también.

—De suerte que si le escribió a alguien, lo más probable es que se tratara de una contestación a otra carta que hubiese ella recibido, ¿no es eso?