—... es una verdadera amabilidad por parte de Robin —estaba diciendo—. Le hemos estado instando a que viniese a ver la función. Pero, claro, se encuentra completamente dominado por esa terrible mujer, ¿verdad? Sirviéndola en todo instante. Y la verdad es que Robin es una inteligencia, ¿no le parece? Un verdadero talento. No debiera sacrificarse en un altar matriarcal. Son terribles a veces las mujeres. ¿Sabe lo que le hizo al pobre Alex Roscoff? No le dejó a sol ni a sombra durante cerca de un año. Luego descubrió que no era un emigrado ruso, como había supuesto. Claro que le había estado contando cosas bastante fantásticas, pero muy divertidas... Y todos sabíamos que no eran verdad; pero, después de todo, ¿qué importaba eso? Y luego, cuando se enteró que no era más que el hijo de un sastrecito de los barrios bajos, le soltó como si fuera una brasa. Quiero decir que no hay cosa que más me reviente que una snob, ¿no le ocurre a usted lo propio? La verdad es que Alex se alegró de podérsela quitar de encima. Dijo que a veces era un verdadero energúmeno... estaba un poco mal de la cabeza, en su opinión... ¡Sus furias! Robin, querido: estamos hablando de tu maravillosa madre. ¡Qué lástima que no pudiera venir esta noche! Pero es magnífico que haya venido mistress Oliver. Todos esos asesinatos tan deliciosos...
Un hombre de cierta edad, con profunda voz de bajo, asió a la escritora de la mano con la suya cálida y pegajosa.
—¡Ah!, ¿cómo podré agradecérselo jamás? —dijo con tono de profunda melancolía—. Me ha salvado la vida... me ha salvado la vida más de una vez...
Luego salieron todos al aire fresco de la noche y cruzaron la Cabeza del Potro, donde volvieron a beber y se habló nuevamente de la escena.
Cuando la escritora y Robin emprendieron el camino de regreso a casa, mistress Oliver se sentía completamente agotada. Se recostó en el asiento y entornó los párpados. Robin, por su parte, habló sin parar.
—... y sí que cree que eso pudiera ser una buena idea, ¿verdad? —acabó diciendo por fin.
—¿Cuál?
Mistress Oliver abrió bruscamente los ojos. Había estado absorta en un sueño nostálgico de su propio hogar. Paredes cubiertas de pájaros exóticos y follaje. Una mesa de pino, su máquina de escribir, café negro, manzanas por todas partes... ¡Qué felicidad! ¡Qué gloriosa y solitaria felicidad! ¡Qué equivocación que una autora saliese de su ciudadela secreta! Los escritores eran seres tímidos, pero gregarios, que compensaban su falta de aptitudes sociales creando sus propios compañeros y sus propias conversaciones.
—Me temo que esté usted cansada —dijo Robin.
—En realidad, no. Lo que ocurre es que no sé alternar con la gente.
—Yo adoro a la gente —anunció Robin—. ¿Usted no?
—No —respondió la otra con firmeza.
—Es preciso. Fíjese en toda la gente que mete en sus libros.
—Eso es distinto. A mí me parecen los árboles mucho más agradables que las personas... más reposadas y apacibles.
—Yo necesito a la gente —anunció Robin, afirmando innecesariamente lo que a la vista estaba—. Me estimula.
Detuvo el coche ante la verja de Laburnums.
—Entre usted —le dijo—. Yo voy a guardar el coche.
Mistress Oliver se apeó con la dificultad de costumbre y echó a andar por el sendero.
—La puerta no está cerrada con llave —le gritó Robin.
No lo estaba. La empujó y entró. No había luces encendidas, cosa que se le antojó una falta de cortesía por parte de la dueña de la casa. ¿O es que trataría de economizar? La gente rica era económica con tanta frecuencia... Había olor a perfume en el vestíbulo, un perfume exótico y caro. Durante un instante se preguntó si no se habría equivocado de casa. Luego encontró el interruptor y lo oprimió.
Se iluminó el vestíbulo cuadrado, de techo bajo y vigas de roble. La puerta de la sala estaba entornada, y vio por la rendija un pie y una pierna. Mistress Upward no se había ido a la cama, después de todo. Debía de haberse quedado dormida en el sillón y, puesto que no había ninguna luz encendida, debía llevar durmiendo mucho rato. Mistress Oliver se acercó a la puerta y encendió las luces de la sala.
—Estamos de vuelta... —empezó.
Y se interrumpió bruscamente.
Se llevó la mano a la garganta. Sintió como si se le hubiera hecho un nudo allí, un deseo de chillar que no podía satisfacer.
Le salió la voz en un susurro:
—Robin... Robin...
Transcurrió un rato antes que le oyera subir el camino, silbando, y entonces dio media vuelta y le salió, corriendo, al encuentro.
—No entre ahí dentro... no entre. Su madre... está... está muerta... Yo creo que... que la han matado...
Capítulo XVIII
1
—Una faenita muy bien hecha —dijo el superintendente Spence.
El coloreado rostro de provinciano reflejaba una ira intensa. Miró hacia donde Hércules Poirot le escuchaba sentado..
—Muy bien hecha y muy fea —dijo.
—La estrangularon —prosiguió— con un pañuelo de seda, con uno de sus propios pañuelos de seda... el que había llevado al cuello aquel día. Agarraron las puntas, las cruzaron y tiraron de ellas. Limpio, rápido y eficiente. Así lo hacían los estranguladores en la India. La víctima no forcejea ni grita... presión sobre la arteria carótida.
—¿Requiere conocimientos especiales?
—Quizá; aunque no son indispensables. Si tuviera usted la intención de hacerlo, podría documentarse. No existe dificultad práctica. Sobre todo no sospechando nada la víctima... y ella no sospechaba.
Poirot asintió con un movimiento de cabeza.
—Una persona a quien conocía.
—Sí. Habían tomado café juntas... una taza delante de ella y otra delante de la... invitada. Limpiaron cuidadosamente toda huella dactilar de la taza de la visita; pero el carmín es más difícil de quitar... aún quedaban indicios.
—¿Una mujer entonces?
—Usted esperaba que fuera una mujer, ¿verdad?
—¡Ah, sí! Parecía lo indicado.
Spence prosiguió:
—Mistress Upward reconoció una de esas fotografías... La de Lily Gamboll. Por tanto, este crimen está relacionado con el asesinato de mistress McGinty.
—Sí —asintió Poirot—; está relacionado con el asesinato de mistress McGinty.
Recordó la expresión levemente humorística de mistress Upward al decir:
"Mistress McGinty ha muerto. ¿Cómo murió?
Arriesgando el cuello, como yo."
Spence seguía hablando:
—Aprovechó una oportunidad que a ella le pareció buena. Su hijo y mistress Oliver se iban al teatro. Telefoneó a la persona interesada y le pidió que fuera a verla. ¿Es así cómo lo ve usted? Estaba jugando a detective.
—Algo así. Curiosidad. Se guardó para sí lo que sabía; pero deseaba descubrir más. No se dio cuenta de que lo que estaba haciendo pudiera resultar peligroso —Poirot exhaló un suspiro—. ¡Hay tanta gente que piensa en el asesinato como si fuera un juego! No es un juego. Se lo dije. Pero no quiso escucharme.
—No. Eso ya lo sabemos. Bueno, eso parece encajar bastante bien. Cuando Robin salió con mistress Oliver y regresó un momento a la casa, su madre acababa de telefonear a alguien. No quiso decir a quién. Se hizo la misteriosa. Robin y mistress Oliver creyeron que habría sido a usted.