Johnnie Summerhayes movió afirmativamente la cabeza. Disimulando el asombro y maravilla que le causaba el hecho de que la insípida Edna pudiera tener suficiente atractivo para que la buscaran dos hombres, concentróse en el aspecto prác tico del asunto.
—No quiere ir a decírselo a Bert Hayling —dijo, comprendiendo en seguida.
—Justo, señor.
Summerhayes reflexionó.
—Me temo que es preciso que lo sepa la Policía —dijo con dulzura.
—Eso es lo que yo le dije, señor.
—Esta dará muestras seguramente de tacto y diplomacia en cuanto a las circunstancias se refiere. Es posible que no tenga que presentarse a declarar. Y lo que ella les diga se lo callarán. Podría llamar por teléfono a Spence y pedirle que viniera... no, será mejor que me lleve a Edna a Kilchester en el coche. Si se presenta allí en la Comisaría, no es necesario que se entere nadie del pueblo. Les telefonearé primero, anunciándoles nuestra visita.
Y así fue como, tras una breve llamada telefónica, Edna, sorbiendo sin parar, se abrochó la chaqueta y, animada por una palmadita que le dio en el hombro mistress Sweetiman, subió a la rubia del comandante y emprendió en ella, el camino de Kilchester.
Capítulo XX
Hércules Poirot se hallaba en el despacho del superintendente Spence en Kilchester. Estaba retrepado en una silla, con los ojos cerrados y las manos juntas, tocándose las yemas de los dedos.
El superintendente recibió algunos informes, dio instrucciones a un sargento y, por último, miró a su compañero.
—¿Alguna idea, monsieur Poirot?
—Reflexiono —le contestó éste—. Paso revista.
—Olvidé preguntarle ¿Le sacó a algo de utilidad cuando le vio?
Poirot sacudió la cabeza. Frunció el entrecejo. Había estado pensando en James Bentley precisamente.
Era molesto, pensó Poirot, exasperado, que en un caso como aquel, en el que había ofrecido sus servicios gratuitamente, nada más que por amistad y por el respeto que le inspiraba un funcionario de tanta integridad, la víctima de las circunstancias anduviera tan desprovista de atractivo romántico. De haberse tratado de una mujer joven y hermosa, aturdida e inocente, o de un joven de noble porte, aturdido también, pero cuya "cabeza está ensangrentada, pero se mantiene erguida", pensó Poirot, que había leído últimamente mucha poesía inglesa en una antología, hubiera sido otra cosa. En lugar de eso, se encontraba con James Bentley, caso patológico, egocéntrico, individuo que jamás había pensado gran cosa en nadie más que en sí mismo. Un hombre que no agradecía los esfuerzos que se estaban haciendo por salvarle... que apenas si experimentaba interés en ellos...
"La verdad —pensó Poirot—, casi daría igual dejar que le ahorcaran, puesto que no parece importarle."
No; no llegaría tan lejos.
La voz del superintendente irrumpió en estas reflexiones.
—Nuestra entrevista —repuso entonces— fue, por por decirlo así, singularmente improductiva. Cualquier cosa útil que hubiera podido recordar Bentley, no la recordó... lo que sí le acudió a la memoria fue tan vago e inseguro, que no podemos usarlo como base constructiva. Pero, de todas formas, de lo que aparentemente no cabe duda es de que el artículo del Sunday Comet excitó a mistress McGinty. Le habló de él a Bentley, haciendo especial referencia a "alguien relacionado con el caso", que en la actualidad tenía su residencia en Broadhinny.
—¿Con qué caso? —inquirió vivamente Spence.
—Nuestro amigo no estaba seguro del todo. Dijo, dubitativo, el caso Craig... pero quizá le acudió a la memoria ese nombre por ser el caso Craig el único del que había oído hablar en su vida. El "alguien", no obstante, era una mujer. Hasta citó las palabras de McGinty. Alguien que "no tendría tanto de qué enorgullecerse si todo se supiera".
—¿Enorgullecerse?
—Mais oui. Una palabra muy sugestiva, ¿no es cierto?
—¿No hay indicio de quién era la orgullosa dama?
—Bentley sugirió a mistress Upward... aunque sin base sólida alguna, que yo vea.
Spence sacudió la cabeza.
—Probablemente se le ocurrió por ser mistress Upward una mujer orgullosa y autoritaria... y lo era en grado sumo, por cierto. Pero no puede haber sido ella, puesto que la han dado muerte... y por la misma razón que a mistress McGinty: porque reconoció el retrato.
Poirot dijo con tristeza:
—Se lo advertí.
Spence murmuró, irritado:
—¡Lily Gamboll! Teniendo en cuenta la edad, no hay más que dos posibilidades: mistress Rendell y mistress Carpenter. A la Henderson no la cuento... tiene antecedentes conocidos.
—¿Y las otras no?
Spence exhaló un suspiro...
—Ya sabe usted cómo andan las cosas en estos tiempos. La guerra lo ha revuelto todo, y ha revuelto a todos. Una bomba de aviación le dio de lleno al reformatorio en que estuvo recluida Lily Gamboll, destruyendo los archivos. En cuanto a la gente... no hay cosa tan difícil como reconstruir la vida de una persona. Broadhinny, por ejemplo... De la única gente de Broadhinny que sabemos algo es de la familia Summerhayes, que lleva, trescientos anos afincada en el pueblo... y de Guy Carpenter, que es uno de los Carpenter de la casa de ingeniería. Todos los demás se encuentran... ¿cómo diré?... ¿en estado de fluidez? El doctor Rendell figura en el Registro de Médicos, y sabemos dónde estuvo y dónde ha ejercido, pero no conocemos nada de sus antecedentes domésticos. Su esposa es oriunda de la vecindad de Dublín. Eve Selkirk, como se llamaba antes de su matrimonio con Guy Carpenter, era una linda viudita de guerra. Fíjese en los Wetherby... parecen haber andado errantes por el mundo... haber estado allí, allá y en todas partes. ¿Por qué? ¿Hay alguna razón? ¿Malversó él los fondos de un Banco? ¿Dieron algún escándalo? Yo no digo que no podamos descubrir datos. Sí que nos es posible, pero para eso hace falta tiempo. Los interesados no nos ayudarán...
—Porque tienen algo que ocultar —dijo Poirot—; pero eso no quiere decir que se trate necesariamente de un asesinato. ¡Vaya usted a saber lo que cometieron!
—Justo. Puede ser que hayan tenido alguna escaramuza con la Ley, o que son de humilde procedencia, o que se trate de algún escándalo. Pero sea lo que fuere, han tomado toda suerte de precauciones para ocultarlo, y eso dificulta la investigación.
—Pero no la hace imposible.
—¡Oh, no!; imposible, no. Solo que se necesita tiempo. Como he dicho, si Lily Gamboll se halla en Broadhinny, o es Eve Carpenter o Shelagh Rendell. Las he interrogado... por puro formulismo: esa fue la explicación que di, por lo menos. Las dos dicen que estuvieron en su casa solas. Mistress Carpenter se mostró, como siempre, la ingenua de ojos muy abiertos. Mistress Rendell estaba nerviosa, pero es una mujer todo nervios y no puede uno guiarse por su estado.
—Sí —murmuró Poirot—; es de temperamento nervioso.
Estaba pensando en su encuentro con ella en el jardín de Long Meadows. Mistress Rendell había recibido un anónimo, o así lo había dado a entender.. Se preguntó, como se había preguntado con anterioridad, el alcance de semejante declaración.
Spence prosiguió:
—Y hemos de andar con cuidado... porque, aun cuando una de ellas sea culpable, la otra es inocente...
—Y Guy Carpenter es diputado en perspectiva e importante personaje local.
—De nada le serviría eso como resultara ser culpable de asesinato, cómplice o encubridor —repuso Spence con dureza.
—Eso lo sé. Pero es necesario estar seguro, ¿no es cierto?
—En efecto. Sea como fuere, está usted de acuerdo en que ha de ser una de las dos, ¿verdad?