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ABUELA

¿No se te ha aflojado un tornillo? Quedarte a vivir en La Mar. ¿Qué te ha dado por La Mar? Primero, oír Misa ahí; luego, ver las puestas del sol en esa barriada. Y ahora que vas a vivir ahí, con la María Murga. ¿Te ha hecho brujería algún mandingo de La Mar? Bueno, se está haciendo tardísimo, y ya me cansé de discutir. Haré yo tus maletas y, si es necesario, Pedro te subirá mañana al ferrocarril de Arica a la fuerza.

La Abuela regresa al comedor. Se sienta y reanuda su comida.

MAMAÉ

¿Cuál es la diferencia en que siga aquí o me vaya donde la María Murga? ¿No es éste un cuchitril tan miserable como una choza de La Mar? (Pausa.) Bueno, allá la gente va a pata pelada y nosotros usamos zapatos. Allá todos tienen piojos en la cabeza,

como dice el tío Menelao, y nosotros (Se lleva la mano a la cabeza.)… Quién sabe, a lo mejor por eso me pica…

El Abuelo se pone de pie y avanza hacia la Mamaé. La Abuela y Amelia siguen comiendo.

ABUELO

Buenas tardes, Elvira. La estaba buscando. Quisiera hablar unas palabras con usted.

MAMAÉ

(Lo observa un momento. Luego, habla al cielo)

Es difícil entenderte, Dios mío. Parece que prefirieras a los locos y a los pícaros en vez de los hombres buenos. ¿Por qué, si Pedro fue siempre tan justo, tan honrado, le diste tan mala vida?

Belisario se levanta de su mesa de trabajo y avanza hacia la Mamaé.

BELISARIO

¿No era pecado que la señorita le reprochara cosas a Dios, Mamaé? Él sabe lo que hace y si hizo sufrir tanto al caballero por algo sería. Tal vez, para premiarlo mejor en el cielo.

ABUELO

Usted es como hermana de Carmen y yo la considero también mi hermana. No será nunca una forastera en mi casa. Le advierto que no partiremos de Tacna sin usted.

MAMAÉ

Tal vez, chiquitín. Pero la señorita no podía entenderlo. Y se quemaba el cerebro, pensando: ¿Fue por la india de la carta, Dios santo, que hiciste padecer tanto al caballero? ¿Por ese pecadito hiciste que la helada quemara el algodón de Camaná el año en que se iba a hacer rico?

BELISARIO

(Colocándose a los pies de la Mamaé, en la postura en que escucha los cuentos)

¿El caballero había cometido un pecado? Eso nunca me lo contaste, Mamaé.

ABUELO

Le estoy agradecido porque sé que ha ayudado mucho a Carmen, como amiga y consejera. Vivirá siempre con nosotros. ¿Sabe que he dejado el empleo que tenía en la Casa Gibson? Entré allá a los quince años, al morir mi padre. Yo hubiera querido ser abogado, como él, pero no fue posible. Ahora voy a administrar la hacienda de los señores Saíd, en Camaná. Vamos a sembrar algodón. En unos cuantos años tal vez pueda independizarme, comprar una tierrita. Carmen tendrá que pasar largas temporadas en Arequipa. Usted la acompañará. ¿Ya ve que no será una carga sino una ayuda en la casa?

MAMAÉ

Fue un solo pecado, en una vida noble y limpia. Uno solo, es decir nada. Y no por culpa del caballero, sino de una perversa que lo indujo a actuar mal. La señorita no

podía entender esa injusticia. (Habla al cielo.) ¿Fue por la india de la carta que hiciste que las plagas destruyeran también el algodón de Santa Cruz? ¿Por eso hiciste que aceptara esa Prefectura de la que salió más pobre de lo que entró?

BELISARIO

Pero, Mamaé, ya sé que a la señorita le daba pena que él estuviera siempre de malas. Qué me importa ahora la señorita. Cuéntame el pecado del caballero.

ABUELO

La casa que he alquilado en Arequipa le gustará. Está en un barrio nuevo, El Vallecito, junto al río Chilina. Se oye pasar el agua, cantando entre las piedras. Y el cuarto suyo tiene vista sobre los tres volcanes.

MAMAÉ (Siempre al cielo)

¿Por la india hiciste que, al salir de la Prefectura, ya no consiguiera trabajo nunca más?

BELISARIO

Me voy a enojar contigo, Mamaé. Voy a vomitar todo el almuerzo, la comida y el desayuno de mañana. ¡Que se muera la señorita de Tacna! ¡Cuéntame del caballero! ¿Robó algo? ¿La mató a esa india?

ABUELO

Es grande, de cinco dormitorios, con una huerta donde plantaremos árboles. Ya están amueblados el cuarto nuestro y el de usted. Los otros, para la familia que vendrá —si Dios quiere—, los iremos amueblando con ayuda de la Providencia y del algodón de Camaná. Estoy optimista con el nuevo trabajo, Elvira. Las pruebas que hemos hecho son óptimas: el algodón se aclimata. Con empeño y un poco de suerte, saldré adelante.

MAMAÉ

No mató ni robó a nadie. Se dejó engatuzar por un diablo con faldas. No fue algo tan grave como para que Dios lo tuviera mendigando un puesto que nadie le daba. Para que lo hiciera vivir de la caridad cuando todavía era lúcido y fuerte. (Ha comentado hablándole a Belisario pero se ha distraído y ahora está hablándose a sí misma.) Para que lo hiciera sentirse un inútil y vivir tan angustiado que un día le estalló la cabeza y se olvidó de donde estaba su casa…

Belisario se pone de pie y retorna a su mesa de trabajo, junto al proscenio.

BELISARIO

(Escribiendo muy de prisa)

Te voy a decir una cosa, Mamaé. La señorita de Tacna estaba enamorada de ese señor. Está clarísimo, aunque ella no lo supiera y aunque no se dijera en tus cuentos. Pero en mi historia sí se va a decir.

ABUELO

Se lo ruego, Elvira. Venga a vivir con nosotros. Para siempre. O, mejor dicho, por el tiempo que quiera. Yo sé que no será para siempre. Es usted joven, atractiva, los

mozos de Arequipa se volverán locos por usted y alguno de ellos, un día, le gustará y se casarán.

MAMAÉ (Levantándose)

En eso está equivocado, Pedro. No me casaré nunca. Pero lo que ha dicho me ha conmovido. Se lo agradezco de todo corazón.

La Abuela, que se ha levantado de la mesa, se acerca a ellos.

ABUELA

Listo, Elvirita, ya están tus maletas. Sólo falta el bolsón de viaje. Tienes que hacerlo tú misma, con lo que quieras llevar a la mano. El baúl irá con el resto del equipaje. Ah, y por favor, a partir de ahora se tutean. Qué es eso de seguir usteándose. ¿Dónde se ha visto, entre hermanos?

Hace que se abracen. Los Abuelos llevan a la Mamaé hacia la mesa, donde retorna cada uno a su sitio. Reanudan la comida.

Belisario, que durante el diálogo de la Mamaé y los Abuelos ha estado escribiendo muy animado, de pronto interrumpe su trabajo, con una expresión de desaliento.

BELISARIO

¿Es ésta una historia de amor? ¿No ibas a escribir una historia de amor? (Se golpea la cabeza.) Siempre lo estropeas todo, lo desvías todo, Belisario. Al final, te morirás sin haber escrito lo que realmente querías escribir. Mira, puede ser una definición (Anotando): escritor es aquel que escribe, no lo que quiere escribir —ése es el hombre normal— sino lo que sus demonios quieren. (Mira a los viejecitos, que siguen comiendo.) ¿Son ustedes mis demonios? Les debo todo y ahora que ya estoy viejo y ustedes están muertos, todavía me siguen ayudando, salvando, todavía les sigo debiendo más y más. (Coge sus papeles, se levanta, impaciente, exasperado, va hacia el comedor donde la familia sigue comiendo impasible.) Ayúdenme de verdad, entonces: ábranme los ojos, ilumínenme, aclárenme las cosas. ¿Quién era esa india perversa que se metía de repente en los cuentos del caballero y de la señorita de Tacna? Alguien, algo que debía tocar un centro neurálgico de la historia familiar ¿no, Mamaé? Te obsesionaba ¿no es verdad? Había recibido una paliza, se la nombraba en una carta, se te confundía con la señora Carlota por el odio idéntico que les tenías a las dos. (Da vueltas en torno a la mesa, gritando.) ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? ¡Necesito saber qué pasó! Sí, ustedes tres se llevaban maravillosamente. ¿Fue así los cuarenta o cincuenta años de vida en común? Nunca cogió el caballero la mano, a escondidas, a la señorita? ¿Nunca la enamoró, la besó? ¿Nunca pasaron entre ellos esas cosas que pasan? ¿O ustedes dominaban los instintos a fuerza de convicción moral y pulverizaban las tentaciones con la voluntad? (Está regresando a su mesa de trabajo, abatido.) Esas cosas sólo pasan en los cuentos, Mamaé.