Mientras Belisario monologa, tocan la puerta. Entran César y Agustín, que besan a los Abuelos y a la Mamaé.
AGUSTÍN
¿Cómo te sientes, papá?
ABUELO
Bien, hijo, muy bien.
ABUELA
No es verdad, Agustín. No sé qué le pasa a tu padre, pero anda cada día más abatido. Da vueltas por la casa como un fantasma.
AGUSTÍN
Te voy a dar una noticia que te va a levantar el ánimo. Me llamaron de la Policía. Figúrate que han pescado al ladrón.
ABUELO
(Sin saber de qué se trata)
¿Ah, sí? Qué bien, qué bien.
AMELIA
El que te asaltó al bajar del tranvía, papá.
AGUSTÍN
Y lo mejor es que encontraron tu reloj, entre las cosas robadas que tenía el tipo en una covacha, por Surquillo.
ABUELO
Vaya, es una buena noticia (Dudando, a la Abuela) ¿Se habían robado un reloj?
CÉSAR
Lo descubrieron por la fecha, grabada en la parte de atrás: Piura, octubre de 1946.
Se van apagando sus voces, que permanecen, sin embargo, como un lejano murmullo. Belisario deja de escribir y queda jugando con el lápiz entre los dedos, pensativo:
BELISARIO
Piura, octubre de 1946… Ahí están los Vocales de la Corte Superior, regalándole el reloj; ahí está el Abuelo agradeciendo el regalo, a los postres del banquete en el Club Grau. Y ahí está el pequeño Belisario, orondo como un pavo real, por ser el nieto del Prefecto. (Se vuelve a mirar a la familia.) ¿Fue ésa la última época buena, abuelos, mamá, tíos, Mamaé? Después, la lluvia de calamidades: falta de trabajo, de dinero, de salud, de lucidez. Pero en Piura ustedes se acordaban con nostalgia de Bolivia: allí la vida había sido mucho mejor… Y en Bolivia recordaban Arequipa: allí la vida había sido mucho mejor… (En la mesa, los Abuelos siguen charlando con los hijos.) ¿Fue en Arequipa la época de oro, cuando el Abuelo iba y venía a Camaná?
ABUELO
(Joven, risueño, optimista)
Esta vez sí. Vamos a cosechar los frutos de diez años de paciencia. El algodón ha prendido maravillosamente. Los rozos están cargados como nunca nos atrevimos a soñar. Los señores Saíd estuvieron en Camaná la semana pasada. Trajeron a un técnico de Lima, lleno de títulos. Se quedó asombrado al ver los rozos. No podía creerlo, ñatita.
ABUELA
La verdad es que te lo mereces, Pedro. Después de tanto sacrificio, enterrado en esas soledades.
ABUELO
El técnico dijo que, si no nos falla el agua —y no hay razón para que falle pues el río está más lleno que nunca— este año tendremos una cosecha mejor que las mejores haciendas de Ica.
AGUSTÍN
¿Y entonces me comprarás ese mandil y esos aparatos de médico, papá? Porque he cambiado de idea. Ya no quiero ser un gran abogado, como mi abuelo. Seré un gran médico.
El Abuelo asiente.
CÉSAR
¿Y a mí me comprarás el traje de explorador, papá?
El Abuelo asiente.
AMELIA
(Sentándose en las rodillas del Abuelo)
¿Y a mí la muñeca de chocolate que hay en la vitrina de la Ibérica, papacito?
ABUELO
Para la cosecha, ya la habrán vendido, sonsa. Pero te mandaré hacer una muñeca especial, la más grande de Arequipa. (Señalando a la Abuela) ¿Y a esta ñata buenamoza qué le vamos a regalar si la cosecha es como esperamos?
MAMAÉ
¿No se te ocurre? ¡Sombreros! ¡Muchos sombreros! Grandes, de colores, con cintas, con gasas, con pájaros, con flores.
Todos ríen. Belisario, que se ha puesto a escribir, ríe también, mientras sigue escribiendo.
AMELIA
¿Por qué te gustan tanto los sombreros, mamá
ABUELA
Es la moda en Argentina, hijita. ¿Para qué crees que estoy suscrita a Para Ti y Leoplán? Con mis sombreros, estoy trayendo la civilización a Arequipa. Tú también usarás sombreros, para verte más linda.
MAMAÉ
A ver si así conquistas a un abogado. (Al Abuelo) Tendrás que contentarte con un yerno leguleyo, en vista de que tus hijos no parecen entusiasmados con el foro.
AGUSTÍN
¿Y a la Mamaé qué le vas a regalar si la cosecha es buena, papá?
ABUELO
¿Qué es eso de la Mamaé? ¿A Elvira le dicen Mamaé? ¿Y por qué?
AMELIA
Yo te digo, papacito. Mamá–Elvira, Mamá–é, la E es por Elvira ¿ves? Yo lo inventé.
CÉSAR
Mentira, a mí se me ocurrió.
AGUSTÍN
Yo fui, tramposos. ¿No es cierto que fui yo, Mamaé?
ABUELA
Díganle Mamá o Elvira, pero Mamaé es feísimo.
AMELIA
Pero Mamá ya eres tú, ¿cómo vamos a tener dos Mamás?
AGUSTÍN
Ella es una Mamá sin serlo. (Se dirige a la Mamaé) ¿Y a ti qué quieres que te regale el papá con la cosecha de algodón, Mamaé?
MAMAÉ
Un cacho quemado.
CÉSAR
Anda, Mamaé, en serio, ¿qué te gustaría?
MAMAÉ
(Viejita de nuevo)
Damascos de Locumba y una copita del mosto que destilan los mandingos.
Los hermanos, adultos otra vez, se miran intrigados.
AGUSTÍN
¿Damascos de Locumba? ¿El mosto de los mandingos? ¿De qué hablas, Mamaé?
CÉSAR
Algo que habrá oído en los radioteatros de Pedro Camacho.
ABUELA
Cosas de su infancia, como siempre. Había unas huertas en Locumba, cuando éramos chicas, de donde llevaban a Tacna canastas de damascos. Grandes, dulces, jugosos. Y un vino moscatel, que mi padre nos daba a probar con una cucharita. Los
mandingos eran los negros de las haciendas. La Mamaé dice que cuando ella nació todavía había esclavos. Pero ya no había ¿no es cierto?
CÉSAR
Siempre con tus fantasías, Mamaé. Como cuando nos contabas cuentos. Ahora los vives en tu cabeza ¿no, viejita?
AMELIA (Con amargura)
Vaya, es verdad. A lo mejor tú tienes la culpa de lo que le pasa a mi hijo. Tanto hacerle aprender poesías de memoria, Mamaé.
BELISARIO
(Soltando el lápiz, alzando la cabeza)
No, no es verdad, mamá. Era el abuelo, más bien, el de las poesías. La Mamaé me hizo aprender una sola. ¿Te acuerdas que la recitábamos juntos, un verso cada uno, Mamaé? Ese soneto que le había escrito a la señorita un poeta melenudo, en un abanico de nácar… (Se dirige a Agustín.) Tengo que contarte algo, tío Agustín. Pero prométeme que me guardarás el secreto. Ni una palabra a nadie. Sobre todo a mi mamá, tío.
AGUSTÍN
Claro, sobrino, no te preocupes. Si me lo pides, no diré una palabra. ¿Qué te pasa?
BELISARIO
No quiero ser abogado, tío. Odio los códigos, los reglamentos, las leyes, todo lo que hay que aprender en la Facultad. Los memorizo para los exámenes y al instante se hacen humo. Te juro. Tampoco podría ser diplomático, tío. Lo siento, ya sé que para mi mamá, para ti, para los abuelos será una desilusión. Pero qué voy a hacer, tío, no he nacido para eso. Sino para otra cosa. No se lo he dicho a nadie todavía.
AGUSTÍN
¿Y para qué crees que has nacido, Belisario?
BELISARIO Para ser poeta, tío.
AGUSTÍN
(Se ríe)
No me río de ti, sobrino, no te enojes. Sino de mí. Creí que me ibas a decir que eras maricón. O que te querías meter de cura. Poeta es menos grave, después de todo. (Regresa hacia el comedor y se dirige a Amelia.) O sea que no sigas soñando, Belisario no nos sacará de pobres. Haz lo que te he aconsejado, más bien: pon a trabajar al muchacho de una vez.