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Esta obra se estrenó en Buenos Aires el 26 de mayo de 1981 en el Teatro Blanca

Podestá, con el siguiente reparto:

Mamaé Norma Aleandro

Belisario Franklin Caicedo

Abuelo Pedro Leal Rey

Abuela Carmen Adriana Aizenberg

Sra. Carlota Camila Perissé

Joaquín Patricio Contreras

Amelia Tina Serrano

César Jesús Berenguer

Agustín Rubén Stella

Escenografía: Jorge Sarudiansky

Vestuario: María Julia Bertotto

Dirección Generaclass="underline" Emilio Alfaro

PRIMER ACTO

El escenario está a oscuras. Se oye —desasosegada, angustiada, tumultuosa— la voz de la Mamaé. Se ilumina su cara inmemoriaclass="underline" un haz de arrugas.

MAMAÉ

Los ríos, se salen los ríos… El agua, la espuma, los globitos, la lluvia lo está empapando todo, se vienen las olas, se está chorreando el mundo, la inundación, se pasa el agua, se sale, se escapa. Las cataratas, las burbujas, el diluvio, los globitos, el río… ¡Ayyy!

El escenario se ilumina del todo. La Mamaé está acurrucada en su viejo sillón y hay un pequeño charco a sus pies. Belisario se halla sentado en su mesa de trabajo, escribiendo con furia. Tiene los ojos encandilados y, mientras el lápiz corre por el papel, mueve los labios como si se dictara a sí mismo lo que escribe.

AMELIA

(Entrando)

¡Caramba, Mamaé, ya te hiciste pipí otra vez en la sala! ¿Por qué no pides, para llevarte al baño? Cuántas veces se te ha dicho. ¿Crees que no me da asco? ¡Ya me tienes harta con esas porquerías! (Huele.) Espero que no te hayas hecho también otra cosa.

Hace un gesto de fastidio y la Mamaé le responde con una venia sonriente. Casi en el acto, cae adormecida. Amelia comienza a secar los orines con un trapo. A medida que Amelia hablaba, Belisario se ha ido distrayendo, como si una idea súbita, intrusa, hubiera venido a interferir con lo que estaba escribiendo. Levanta el lápiz del papel, su expresión parece de pronto desalentada. Habla para sí, al principio entre dientes.

BELISARIO

¿Qué vienes a hacer tú en una historia de amor, Mamaé? ¿Qué puede hacer una viejecita que se orinaba y se hacía la caca en los calzones, y a la que había que acostar, vestir, desvestir, limpiar, porque las manos y los pies ya no le obedecían, en una historia de amor, Belisario? (Bruscamente encolerizado, arroja el lápiz al suelo.) ¿Vas a escribir una historia de amor, o qué? Voy a escribir o qué. (Se ríe de sí mismo, se deprime.) El comienzo es siempre lo peor, lo más difícil, cuando las dudas y la sensación de impotencia son más paralizantes. (Mira a la Mamaé.) Cada vez que comienzo, me siento como tú, Mamaé: un viejo de ochenta, de cien años, y mi cabeza es una olla de grillos, como la tuya, cuando eras esa cosa pequeñita, complicada e inútil que daba risa, compasión y algo de susto. (Se levanta, se acerca a la Mamaé, da vueltas en torno a ella, con el lápiz que ha recogido del suelo entre los labios.) Pero tu memoria aún hervía de vida ¿no? ¿Ya habías perdido los dientes? Claro. Y tampoco podías usar la dentadura postiza que te regalaron el tío Agustín y el tío César, porque te raspaba las encías. ¿Qué vienes a hacer aquí? ¿Quién te invitó? ¿No te das cuenta que me estorbas? (Se sonríe y vuelve a su mesa de trabajo, acicateado por una nueva idea.) Mamaé… Mamaé… ¿Alguna vez alguien le dijo Elvira? No, ni la abuela, ni el abuelo, ni mi mamá, ni mis tíos. (Se sienta en su mesa de trabajo y comienza a hacer correr el lápiz sobre los papeles, al principio despacio, luego de manera más fluida?) La palabra sonaba tan rara a la gente que no era de la familia. ¿Por qué le dicen así? ¿Qué significa, de dónde viene? Pero ellos también terminaban diciéndole Mamaé.

Amelia, que ha terminado de limpiar el suelo, sale. Con las últimas palabras de Belisario entra Joaquín, el oficial chileno. Viste un uniforme de principios de siglo, de

colores vivos, con entorchados. Belisario seguirá escribiendo, a lo largo de toda la próxima escena; la mayor parte del tiempo está concentrado en sus papeles, pero, a veces, levanta el lápiz y se lo lleva a la boca y lo mordisquea, mientras inventa o recuerda. A ratos, como distrayéndose, se vuelve a mirar a la Mamaé y a Joaquín y se interesa un momento en lo que dicen. Luego, vuelve a sus papeles y escribe o relee con expresiones cambiantes.

JOAQUÍN

(Susurra, como inclinado ante una reja o balcón)

Elvira. Elvira. Elvira…

La Mamaé abre los ojos. Escucha; sonríe con malicia, mira a todos lados azorada. Sus movimientos y su voz son ahora los de una joven.

MAMAÉ

¡Joaquín! Pero, se ha vuelto loco. ¡A estas horas! Lo van a oír mis tíos.

JOAQUÍN

Sé que estás ahí, que me estás oyendo. Asómate un segundo, Elvira. Tengo que decirte algo importante. ¿Sabes qué, no es cierto? Que eres linda, que te quiero, que te deseo. Que cuento las horas que faltan para el domingo.

La Mamaé se incorpora y —alborozada, modosa, reticente— se acerca a la reja o balcón.

MAMAÉ

¡Cómo se te ocurre venir a estas horas, Joaquín! ¿No te ha visto nadie? Vas a arruinar mi reputación. Las paredes de Tacna tienen oídos.

JOAQUÍN

(Devora a besos las manos de la Mamaé)

Ya estaba acostado, amor mío. Pero de pronto sentí como la orden de un general, aquí en el pecho: si te apuras la encontrarás despierta, vuela a su casa. Es cierto, Elvira. Necesitaba verte. Tocarte. (La Mamaé esquiva las manos ávidas de Joaquín que tratan de cogerle la cintura.) Si no te veía, esta noche no hubiera pegado los ojos.

MAMAÉ

¿Acaso no hemos estado juntos toda la tarde? Qué lindo paseo dimos por las huertas con mi prima, ¿no? Cuando te oí, justamente estaba acordándome de los granados, de los peros, de los membrillos, de los duraznos. ¿Y el río no estaba lindo, también? Me gustaría volver a zambullirme en el Caplina, alguna vez, como lo hacía de chiquita.

JOAQUÍN

En el verano, si estamos todavía en Tacna, te llevaré al Caplina sin que nadie nos vea. De noche. Al remanso donde merendamos esta tarde. Nos quitaremos la ropa…

MAMAÉ

¡Cállate, Joaquín, no empieces!

JOAQUÍN

…y nos bañaremos desnudos. Jugaremos en el agua. Te perseguiré y cuando te atrape…

MAMAÉ

¡Por favor, Joaquín! No seas vulgar.

JOAQUÍN

Pero si vamos a casarnos el domingo.

MAMAÉ

Tampoco dejaré que me faltes cuando sea tu mujer.

JOAQUÍN

Eres lo que más respeto en el mundo, Elvira. Mira, te respeto más que a mi uniforme. ¿Sabes lo que significa el uniforme para un militar, no? Aunque quisiera, no podría faltarte. Te hago enojar a propósito. Porque me gusta que seas así.

MAMAÉ ¿Cómo soy?

JOAQUÍN

Una niñita de mírame y no me toques. Todo te parece malo, todo te da miedo, todo te hace ruborizar.

MAMAÉ

¿No debe ser así una señorita decente?

JOAQUÍN

Claro que sí. No puedes imaginar con qué ansia espero el domingo, Elvira. Tenerte para mí solo, sin chaperonas, saber que dependes de mí para la más pequeña cosa. Cómo voy a divertirme contigo, cuando estemos solos: te sentaré en mis rodillas, haré que me rasguñes en la oscuridad como una gatita. Ah y esa apuesta te la voy a ganar. Contaré tus cabellos y verás que tienes más de cinco mil.

MAMAÉ

¿Los contarás la noche de bodas?

JOAQUÍN