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MAMAÉ

Voy a llamar a los criados para que la acompañen a la puerta, señora Carlota.

SEÑORA CARLOTA

Y si trasladan a Joaquín, abandonaré a mi marido y a mis hijos y lo seguiré. Y tus dudas, tu suplicio, continuarán. He venido a que sepas hasta dónde puede llegar una mujer enamorada. ¿Ves?

MAMAÉ

Sí, señora, veo. Tal vez sea cierto lo que dice. Yo no sería capaz de actuar así. Para mí el amor no puede ser una enfermedad. No la entiendo. Es usted bella, elegante, su marido una persona tan distinguida, a quien todo Tacna respeta. Y sus hijos, unos chiquilines tan ricos. ¿Qué más se puede desear en la vida?

SEÑORA CARLOTA

Pues bien, quizá así lo entiendas. Estoy dispuesta a sacrificar todo eso que te parece envidiable, por una palabra de Joaquín. A irme al infierno, si es el precio para seguir con él.

MAMAÉ

Dios la está oyendo, señora Carlota.

SEÑORA CARLOTA

Entonces, sabe que es verdad. Cuando Joaquín me tiene en sus brazos, y me estruja, y me somete a sus caprichos, nada más existe en el mundo: ni marido, ni hijos, ni reputación, ni Dios. Sólo él. Eso, no me lo vas a quitar.

MAMAÉ

¿Hace cuánto tiempo que es usted la… la… el amor de Joaquín?

SEÑORA CARLOTA

¿La amante de Joaquín? Dos años. Te voy a contar algo más. Nos vemos todas las semanas en una cabaña de La Mar, al ponerse el sol. A esa hora los negros regresan de las haciendas, cantando. Los oímos. Hemos aprendido sus canciones de tanto oírlas. ¿Qué otra cosa quieres saber?

MAMAÉ

Nada más, señora. Le ruego que se vaya ahora.

SEÑORA CARLOTA

Tú no podrías vivir con Joaquín. Eres demasiado pura para un hombre tan ardiente. Lo dice él mismo. Tienes que buscarte un joven lánguido. Tú no podrías ser soldadera de nadie. Te falta sangre, malicia, imaginación.

MAMAÉ

¡Tiene que irse! ¡Mis tíos llegarán en cualquier momento, señora!

SEÑORA CARLOTA

Que me vean. Que estalle de una vez el escándalo.

MAMAÉ

No estallará por mi culpa. No he oído nada, no sé nada, no quiero saber nada.

SEÑORA CARLOTA

Y, sin embargo, has oído y lo sabes todo. Y ahora, el gusanito comenzará a roerte el corazón. "¿Será verdad que se casa conmigo por conveniencia?» "¿Será verdad

que la quiere a ella?» "¿Será verdad que la llama soldadera cuando la tiene en sus brazos?»

La Señora Carlota sale. Belisario, que al principio del diálogo de ésta con la Mamaé ha estado escribiendo, anotando, echando papeles al suelo, de pronto quedó pensativo, luego interesado en lo que decían las dos mujeres, y, al final, ha ido a acuclillarse como un niño junto al sillón de la Mamaé.

MAMAÉ

(Está regresando hacia su sillón y, viejita de nuevo, habla para sí misma)

¿Será verdad que le dice que soy una niñita de mírame y no me toques? ¿Una

remilgada que nunca sabrá hacerlo feliz como sabe ella? ¿Será verdad que estuvo con

ella ayer, que está con ella ahora, que estará con ella mañana?

Se acurruca en su sillón. Belisario está a sus pies, como un niño, escuchándola.

BELISARIO

O sea que la mujer mala le hizo dar unos celos terribles a la señorita que estaba de novia.

MAMAÉ

Peor todavía. La inquietó, la turbó, le llenó la cabecita inocente de víboras y pajarracos.

BELISARIO

¿Cuáles son los pajarracos, Mamaé? ¿Los gallinazos?

MAMAÉ

(Sigue el cuento)

Y la pobre señorita pensaba, con los ojos llenos de lágrimas: «O sea que no me quiere a mí sino a mi apellido y a la posición de mi familia en Tacna. O sea que ese joven que yo quiero tanto es un sinvergüenza, un aprovechador».

BELISARIO

Pero eso no es cierto, Mamaé. ¡Quién se va a casar por un apellido, por una posición social! Que se quería casar con la señorita porque ella iba a heredar una hacienda, me lo creo, pero lo otro…

MAMAÉ

Lo de la hacienda era falso. El oficial chileno sabía que esa hacienda la habían rematado para pagar las deudas del papá de la señorita.

BELISARIO

Ya estás enredando el cuento, Mamaé.

MAMAÉ

Así que el oficial chileno le había mentido a la mujer mala. Que la señorita iba a heredar una hacienda. Para que lo de casarse por interés, no por amor, resultara más convincente. O sea que no sólo engañaba a la señorita sino también a la señora Carlota.

BELISARIO

¿La mujer mala se llamaba Carlota?

MAMAÉ

Sí. Tenía un apodo feísimo. Le decían: «La soldadera».

BELISARIO

¿Qué quiere decir soldadera, Mamaé?

MAMAÉ

Aj, es una mala palabra. (Distrayéndose, hablándose a sí misma.) Pero no era tonta, decía verdades. Como: «Una mujer sólo puede ser orgullosa si renuncia al amor».

BELISARIO

Ya te fuiste otra vez por tu lado y me dejaste en la luna, Mamaé.

Se pone de pie y regresa a su mesa de trabajo, hablando entre dientes, mientras la Mamaé mueve los labios un momento, como si siguiera contando el cuento. Luego, se adormece.

BELISARIO

La mujer mala… Nunca faltaba en los cuentos. Y muy bien hecho, en las historias románticas debe haber mujeres malas. No tengas miedo, Belisario, aprende de la Mamaé. Por lo demás ¿el papel no aguanta todo? Que la historia se llene de mujeres malas, son siempre más interesantes. ¿Había dos, no, Mamaé? A veces se llamaba Carlota y era una señora traviesa, en Tacna, a principios de siglo. A veces, era una india de Camaná, que, en los años veinte, por una razón muy enigmática, había sido azotada por un caballero. (Se ha puesto a escribir.) A menudo se confundían, entreveraban, y había también ese abanico de nácar que, de repente, irrumpía en los cuentos con un verso garabateado en él por un poeta romántico.

ABUELA

(Entrando)

¡Elvira! ¡Elvira! ¡Pero qué has hecho! ¿Te has vuelto loca? ¡Pero cómo es posible! ¡Tu vestido de novia! ¡Tan lindo, todo bordado de encaje, con su velo que parecía espuma!

MAMAÉ

Me costó media caja de fósforos y quemarme las yemas de los dedos. Por fin se me ocurrió echarle un poco de parafina. Así ardió.

ABUELA

(Desolada)

Pero si la boda es mañana. Si la gente está viniendo para el matrimonio desde Moquegua, desde Iquique, desde Arica. ¿Te has peleado con Joaquín? ¿La víspera de tu boda, Elvirita? O sea que la casa ha sido arreglada con todos esos ramos de cartuchos y de rosas, para nada. O sea que hace un mes que preparamos dulces y pastas por gusto. Hasta acaban de traer la torta.

MAMAÉ

¿De tres pisos? ¿Como en la novelita de Gustavo Flaubert? ¿Con columnas de mazapán y amorcillos de almendra? Ah, aunque no haya boda nos la comeremos. Estoy segura que el italiano Máspoli se ha esmerado, él siempre me hace tanto cariño…

ABUELA

¿No vas a contarme qué pasa? Nunca hemos tenido secretos. ¿Por qué has quemado tu vestido de novia?

MAMAÉ

Porque ya no quiero casarme.

ABUELA

¿Pero por qué? Hasta anoche estabas tan enamorada. ¿Qué te ha hecho Joaquín?

MAMAÉ

Nada. He descubierto que no me gusta el matrimonio. Prefiero vivir soltera.

ABUELA

¿No te gusta el matrimonio? A mí no puedes engañarme, Elvirita. Es la ambición de todas las muchachas y también la tuya. Hemos crecido soñando con el día que formaríamos nuestros propios hogares, adivinando las caras que tendrían nuestros maridos, escogiendo nombres para nuestros hijos. ¿Ya te has olvidado?

MAMAÉ

Sí, ñatita. Ya me he olvidado de todo eso.

ABUELA

No te has olvidado, no es verdad.

La Abuela y la Mamaé continúan su diálogo en silencio. Belisario, que ha levantado el lápiz del papel y está pensativo, concentrado en sus pensamientos, habla como si las estuviera viendo, oyendo:

BELISARIO

Las casas de las dos iban a ser tan ordenadas y tan limpias como la del cónsul inglés. Las sirvientas de las dos iban a estar siempre impecables, con sus mandiles y tocas con mucho almidón, y la abuelita y la Mamaé las iban a mandar al catecismo y las iban a hacer rezar el rosario con la familia. Y ambas se iban a conservar siempre bellas, para que sus maridos siguieran enamorados de las dos y no las engañaran. E iban a educar bien machitos a sus hijos y bien mujercitas a sus hijas. La abuela tendría cuatro, la Mamaé seis, ocho…