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JOAQUÍN

Hubiéramos hecho una gran pareja, soldadera. ¡Qué lástima que seas casada! En cambio, ese angelito frígido… ¿Será capaz de complacerme cuando sienta, como ahora, una lava que me abrasa aquí adentro? (Le habla al oído.) ¿Quieres que te cuente qué voy a hacer con Elvira cuando sea mi mujer?

MAMAÉ

(Tapándose los oídos) No quiero saberlo. ¡Cállate, cállate!

Nota del escaneador: aparece así en la edición en papel y no la forma correcta «beneficencia»

CÉSAR

Está bien. Entonces, no he dicho nada. Olvidémonos del Asilo. Yo trato de ayudar, de dar ideas. Y ustedes terminan por hacerme sentir un malvado.

JOAQUÍN

La desnudaré con estas manos. Le quitaré el velo de novia, el vestido, las enaguas, el sostén. Las medias. La descalzaré. Despacio, viéndola ruborizarse, perder el habla, no saber qué hacer, dónde mirar. Me excita la idea de una muchachita aturdida de miedo y de vergüenza.

AGUSTÍN

Pon los pies en la tierra, César. No vas a resolverme el problema con propuestas descabelladas. Si en vez de esos proyectos irrealizables, dieras cincuenta libras más para los gastos de esta casa, me aliviarías de verdad.

En su mesa de trabajo, en la que ha estado alternativamente escribiendo o escuchando y observando a los hermanos y a la Mamaé y a Joaquín, Belisario comienza a bostezar. Se le nota soñoliento, trabajando cada vez más a desgana.

JOAQUÍN

Y cada vez que vaya apareciendo un poquito de piel, erizada por el susto, me inclinaré a olerla, a gustarla, a afiebrarla a besos. ¿Te da celos, soldadera? ¿Me imaginas pasando los labios, los ojos, las manos, por ese cuerpecito tierno? ¿Te la imaginas a ella, temblando, con los ojos cerrados? ¿Te da celos? Quiero que te de celos, Carlota.

MAMAÉ

No te oigo. Me tapo los oídos y me libro de ti. Cierro los ojos y tampoco te veo. Por más que trates no puedes ofenderme, rebajarme a tu vulgaridad. Ay, cabecita loca…

Se golpea la cabeza, para castigarla por esas visiones.

AMELIA

Ahí está el papá, cállense ahora.

Entran el Abuelo y la Abuela. Agustín y César se adelantan a besar a su padre. Belisario ha dejado la pluma y apoya la cabeza en un brazo para descansar un momento.

BELISARIO (Entre bostezos)

La tierra no va a dejar de dar vueltas porque seas incapaz de terminar una historia. Anda, echa un sueñecito, Belisario.

ABUELO

Se han asustado en vano, hijitos. Estoy muy bien, el… el pirata ése no me hizo nada. Al menos, esto ha servido para tenerlos aquí de visita. Hace tantas semanas que no venían.

CÉSAR

Pero si ayer estuvimos aquí toda la tarde, papá…

JOAQUÍN

Y luego, cuando haya dejado de defenderse, y tenga el cuerpo húmedo de tantos besos, haré que ella, a su vez, me desnude. Como lo haces tú. La enseñaré a obedecer. La educaré como a mi caballo; mansa conmigo y arisca con los otros. Y mientras me va desnudando, estaré pensando en ti. En las cosas que sabes hacerme tú. Eso me irá caldeando más la sangre. Demoraré mucho en amarla, y, cuando lo haga, mentalmente estaré amándote a ti, Carlota.

Acaricia los pechos de la Mamaé.

MAMAÉ

No, no, anda vete, sal de aquí, no te permito, ni en sueños, ni siendo tu esposa. ¡Tía Amelia! ¡Tío Menelao! ¡Carmencita! ¡Ayyy! ¡Ayyy!

Joaquín, con una sonrisa, desaparece. Los tres hermanos y los abuelos, al oír los gritos, se vuelven a mirar a la Mamaé.

ABUELA

¿Qué te pasa, Mamaé? ¿Por qué das todo el tiempo esos gritos de loca?

MAMAÉ

(Sofocada, avergonzada)

Soñé que mi novio trataba de tocarme los pechos, ñatita. ¡Estos chilenos tan atrevidos! ¡Hasta en el sueño hacen indecencias! ¡Estos chilenos!

Se santigua, llena de horror. Belisario se ha ido quedando dormido sobre sus papeles. El lápiz se desprende de sus manos y cae al suelo. Se lo oye roncar.

FIN DEL PRIMER ACTO

SEGUNDO ACTO

Al levantarse el telón, los Abuelos están oyendo la Misa del Domingo, por el viejo aparato de radio que tienen en la sólita de la casa, la voz del sacerdote salmodia en el aparato y la Abuela y la Mamaé hacen las genuflexiones y se persignan en los momentos correspondientes. El Abuelo escucha la Misa con desgana. A ratos, se oye pasar el tranvía. Amelia está disponiendo la mesa para la comida: entra y sale de la pieza sin prestar atención a la Misa radiada. En su mesa de trabajo, Belisario está despertando de su sueño. Bosteza, se frota los ojos, relee algo de lo que ha escrito. Y en ese momento, recuerda o se le ocurre algo que, muy excitado, lo hace levantarse de un salto, coger la sillita en que está sentado, y, apoyándose en ella como un viejecito que no puede andar, comienza a avanzar por el escenario arrastrándose, dando pequeños brinquitos (exactamente como veremos después que hace la Mamaé).

BELISARIO

Cuando el robo al Abuelo ¿todavía podía andar? ¿Podías, Mamaé? Sí, era así, en tu sillita de madera, como un niño que juega al caballito. De tu cuarto al baño, del baño al sillón, del sillón al comedor, del comedor a tu cuarto: la geografía de tu mundo. (Piensa. Repite, engolosinado con la frase.) La geo–gra–fía de tu mundo, Mamaé. ¡Me gusta, Belisario! (Corre a su escritorio y escribe. Luego, empieza a mordisquear su lápiz ganado por los recuerdos.) Claro que todavía andabas. Dejaste de andar cuando murió el Abuelo. «No se ha dado cuenta», decía mi mamá. «No entiende», decían el tío César, el tío Agustín. (Mira a la Mamaé.) ¿No te dabas cuenta que había un fantasma más en esa casa llena de fantasmas? ¡Claro que te dabas, Mamaé! (Toma unas notas rápidas en sus papeles.) ¿Querías mucho al Abuelo, no, Mamaé? ¿Cuánto, de qué manera lo querías? ¿Y esa carta? ¿Y esa paliza? ¿Y la india mala de Camaná? El caballero siempre aparecía vinculado a esa carta y a esa india en los cuentos de la señorita de Tacna. ¿Cuál era el fondo de esa historia tan misteriosa, tan escandalosa, tan pecaminosa, Mamaé? ¡Misteriosa, escandalosa, pecaminosa! ¡Me gusta! ¡Me gusta! (Se pone a escribir, con furia.)

AMELIA

(Que ha servido ya la sopa)

¡La comida!

La Misa ha terminado y, en la radio, ha comenzado una tanda publicitaria, con los anuncios del Chocolate Sublime. Amelia la apaga. Los Abuelos van a sentarse a la mesa. Se nota al Abuelo muy abatido. Con gran esfuerzo, la Mamaé se incorpora de su sillón y da un pasito. Amelia corre a sostenerla.

AMELIA

¿Quieres romperte una pierna? ¿Adónde vas sin tu silla, Mamaé?

La lleva del brazo hacia la mesa.

MAMAÉ

A la Iglesia quiero ir. A rezar. A Misa, a confesarme. Estoy harta de oír Misa por radio. No es lo mismo. Aunque el cura diga que sí. No lo es. Una se distrae, no toma la Misa en serio.

La Mamaé y Amelia se sientan. Comienzan a comer.

ABUELA

Tendría que llevarte cargada mi marido, Mamaé. Con tu sillita, te demorarías horas en llegar a la Iglesia de Fátima. (Al Abuelo.) ¿Te acuerdas, Pedro, cómo nos hacías pasar el río cargadas, cuando íbamos a visitarte a Camaná? ¡Qué gritos dábamos!

El Abuelo asiente, desganado.

AMELIA

¿Qué te pasa, papá? Hoy no has abierto la boca.

ABUELA

Te hablo y mueves la cabeza, como un cabezudo de Feria. Me haces sentirme una tonta. ¿Te sientes mal?

ABUELO

No, ñatita, no me pasa nada. Estoy bien. Es que, estaba terminando este… aparato, antes de que se enfríe.