Выбрать главу

Yashim comenzó a dirigir a la Valide hacia las grandes puertas de la vieja iglesia de Santa Irene, situada al otro extremo del Gran Patio. Cuando entraron a la sombra del pórtico, ella le dio un golpecito en el brazo, como si aprobara su decisión. Yashim probó con la puertecita y -para sorpresa suya- ésta se abrió.

Entraron en el recinto, y cuando la puerta se cerró con un sonido metálico a sus espaldas, el ruido de la multitud fue bruscamente silenciado, dando paso a un silencio etéreo, el silencio, pensó Yashim, de todo lugar sagrado. ¿No había dicho Lefèvre que Santa Irene nunca había sido secularizada, que nunca había sido convertida en mezquita?

Las viejas armas brillaban en las paredes.

Encontró un banco de piedra bajo una ventana, y la Valide se instaló en él con un gesto de agradecimiento. Se levantó el velo.

– Gracias, Yashim -dijo sonriendo-. Siempre he querido hacer eso. Tal como el sultán hacía… Moverse entre el pueblo, disfrazado.

– El propio Salim conoció a un panadero tan sabio que al día siguiente lo elevó a la dignidad de gran visir -dijo Yashim.

– Alors, Yashim. No estoy segura de haber visto a nadie excepcional -repuso ella cerrando los ojos.

Yashim la observó con atención, cruzando los brazos y apoyándose contra una columna. Se preguntó si no estaría dormida.

– Mi hijo me dijo algo interesante, Yashim, poco antes de morir -dijo la Valide con calma. Yashim pegó un brinco-. Era un secreto, pasado a través de generaciones, de un sultán a otro, y me lo dijo a mí porque su propio hijo no vendría a escucharlo. ¿Sabes por qué?

– No, Valide.

– Porque el muchacho tenía miedo. Pero ¿por qué un chico habría de tener miedo de la muerte?

Yashim no tenía respuesta a eso. La Valide lo miró fijamente.

– El príncipe heredero, Yashim. Ya no es ningún muchacho, quizás.

– Abdul Macid es nuestro sultán ahora -dijo Yashim.

– Sí -dijo ella, e hizo una pausa-. En fin, tú le gustas.

Yashim bajó los ojos.

– Apenas me conoce.

– Vamos, vamos. Un chico habla con su abuela. Me parece que descubrirás que te conoce mejor de lo que piensas.

Yashim parpadeó, pero la Valide no esperó a que su observación calara.

– En la época de la Conquista -continuó ella-, cuando los turcos tomaron Estambul, un cura estaba diciendo misa en la Gran Iglesia. Utilizaba las reliquias más santas de la iglesia bizantina, la copa y el platillo usados en la Última Cena, pero cuando los turcos irrumpieron en el templo, desapareció.

– Ya había oído esa leyenda -admitió Yashim.

– ¿Leyenda, Yashim? -La Valide lo miró-. Es lo que el sultán me dijo antes de morir.

Yashim abatió la cabeza.

– Mehmet el Conquistador -continuó la Valide- había tomado la ciudad a los griegos. Pero posteriormente necesitó su apoyo, por supuesto. El patriarca griego accedió a tratar al sultán como su jefe supremo. Pero, por lo que se refiere a las reliquias, ninguno de los dos pudo aceptar que el otro las poseyera. ¿Comprendes?

– Llegaron a un compromiso, ¿no? Acerca de una tercera parte que protegería las reliquias para siempre, más allá del control de la Iglesia o de los sultanes otomanos.

– Muy bien, Yashim. Quería descargarme de ese secreto porque… Eh bien, yo no soy una iglesia o una estirpe de sultanes. Alguien tiene que contárselo al príncipe heredero si yo no puedo hacerlo. -Abrió los ojos y miró maliciosamente a Yashim-. Pero imagino que tú ya sabes quién fue elegido, ¿no?

– Sí, Valide. Y ellos no tuvieron que mirar muy lejos. Por lo que yo sé, la copa y el platillo estaban ya ocultos en las cisternas, en algún lugar bajo la Gran Iglesia. Estaban bajo la custodia de los guardianes del agua.

– Bravo! El gremio de los guardianes del agua, en efecto. Eran siempre albaneses. Ya sabes lo que eso significa. Algunos católicos, algunos ortodoxos. Y algunos, con el tiempo, fueron musulmanes, también. Pero la primera religión de los albaneses, como ellos dicen, es Albania. Se llaman a sí mismos Hijos del Águila.

– Y ése ha sido su secreto -murmuró Yashim.

Cruzó el ábside hasta un armario de madera que colgaba de la pared. Estaba hecho toscamente, su puerta cerrada con un pestillo de madera. Dentro encontró una copa de cobre de aspecto abollado y un plato de madera, que se había roto y habían reparado con grapas de hierro. Los había vistos antes. Agua y sal, copa y plato.

– Pasé una semana con algunas personas que pensaban que sabían exactamente dónde estaban las reliquias -dijo, dándose la vuelta hacia ella-. Lo dedujeron a partir de libros antiguos.

La Valide aspiró por la nariz.

– Cuando volvamos a los apartamentos, creo que te pediré que me leas un poco. Monsieur Stendhal. -Se apoyó en su bastón y se puso de pie-. Hace frío aquí.

Yashim la tomó del brazo y salieron lentamente de la vieja iglesia. A la sombra del pórtico, la Valide levantó las manos para ajustarse el velo.

– Tus amigos… Supongo que se quedaron muy decepcionados, non?

Yashim bajó la cabeza.

– ¿Decepcionados? Quizás se pueda decir eso. Uno de ellos, de hecho, acabó muerto.

– Bien, bien, Yashim. Estoy segura de que querrás hablar de ello. La vida te enseña que uno no puede creer todo lo que lee en los libros, n'est ce pas?

Dejó caer su velo, y salieron juntos de la sombra al sol, apoyándose mutuamente, muy juntitos, como viejos amigos.

AGRADECIMIENTOS

Me gustaría agradecer a los sospechosos habituales, mi familia y amigos, su aliento y consejo, y no en último lugar a Richard Goodwin, que leyó el manuscrito en una primera fase… y que confía en que Amélie volverá a Estambul algún día.

Berrin Torolsan inspira tanto a cocineros como a eruditos con sus escritos en Cornucopia, esa hermosa e indispensable publicación trimestral dedicada a todas las cosas turcas. No solamente ha compartido ella su conocimiento de la cocina y la historia otomanas conmigo, sino que también leyó el libro con mirada crítica. Debería señalar que todos los errores, desviaciones y flagrantes desnaturalizaciones que aparecen en él se deben sólo a mí. La ficción, me temo, no es respetuosa con los hechos.

Traductores, editores, correctores y dibujantes en todo el mundo dieron vida al debut de Yashim en El Árbol de los Jenízaros en veintidós idiomas. Gracias también a Agnieszka Kuc de Polonia, Nina van Rossem de Holanda, Fortunato Israel y mi traductora al italiano, Cristina Mannella, que hizo de L'Albero dei Giannezzeri un giallo tan exitoso. Me siento agradecido por el entusiasmo de, entre otros, Sylvie Audoly, de París, y Elena Ramírez, de Barcelona.

Sarak Chalfant, de la Wylie Agency, me presentó a este otro mundo. Mi agradecimiento al equipo, pero, por encima de todo, a Charles Buchan, por sus incansables y alegres esfuerzos en nombre de Yashim. He sido afortunado de tener a dos soberbios editores revisando, Julian Loose, de Faber, en el Reino Unido, y Sarah Crichton, de Farrar, Straus and Giroux, en Nueva York, cuya sensatez siempre he reconocido con agradecimiento, y por la que generalmente me he guiado.

Gran parte de este libro fue escrito muy lejos del jaleo de la vida familiar, sin interrupciones, ni batallas por el control del ordenador. Mi hijo, Isaac, ha crecido y aprendido mucho. Este libro es para él.

Jason Goodwin

***