Por lo menos podemos disfrazar nuestros nombres, como lo hace desde siempre Xavier Zaragoza, conocido por todos como "Séneca". Bueno, pues te cuadre o no, yo soy "Augusto" y tú eres "Calígula". Y déjame decirte, pobre pendejo, no te creas César cuando seas caballo. Voy al grano: tú te hiciste poderoso conmigo, a mi sombra, me enterraste un puñal y diste la triste orden:
– No le den el gusto de insultarlo siquiera. No lo vuelvan a mencionar.
¡Silencio en la noche, el músculo duerme! Pero la ambición no descansa, ¿eh tarugo? ¿Sabes lo que es, en términos de espionaje, un mole? Es una palabra en inglés de múltiples significados. Es un lunar peludo. Es un insectívoro de ojitos u orejas pequeñitas, pero con patas como espadones para cavar sus lares subterráneos. Es una barrera para protegerse contra la fuerza de la marea. Es un anclaje en puerto seguro. Es la carne floja y sangrienta del útero. Es el racimo de uvas de la placenta. Y es, finalmente, el espía que infiltra una organización enemiga, se muestra fiel y paciente largo rato y al cabo traiciona a quienes lo acogieron para servir a quienes lo nombraron. (Ah, claro, y también es un riquísimo plato de la cocina mexicana, el mole, y significa hacer sangrar a golpes a un adversario, sacarle el mole.)
Bueno, pues yo te designo mi espía, mi mole allí donde tú sabes. Mira que soy generoso contigo, pinche cucaracha. Si gano, ganas conmigo. Si pierdo, ganas con mis enemigos. Mejor trato político no se le ha ofrecido nunca a nadie, desde que a Rudolf Hess, en vez de colgarlo, lo condenaron a prisión perpetua. Confórmate. Sabes que la piel de un hombre cambia cada siete años. Somos serpientes y lo sabemos. Pero en cuestión de política, la piel cambia cada seis años en México.
Piénsalo, Calígula, y decídete a cambiar de piel antes de que te la arranquen. Para desollados, el Xipe Totec del Museo de Antropología. Cada seis años hay que cambiar de lealtades, de esposas (bueno, de querida en tu caso), de convicciones. Prepárate, mi leal amigo. Prepárate. Tú nomás mantén una ilusión:
– Esta noche dormiré en la cama del vencido.
Lo malo es que si llegas a ese lecho, vas a dormir debajo del colchón. Porque encima estaré yo. No lo dudes.
Soy Augusto
Posdata: ¡Cómo odio los sexenios! Son como un pastel dividido en rebanadas que no puedes terminar de comer cuando de veras te entra el gusto. Y te advierto, ni se te ocurra acusarme ante tu jefe. Mis trincheras con él están no sólo cavadas, sino compartidas. Es un buen hombre. Crédulo. No le vayas con cuentos contra mí. Te considerará un intrigante, un metiche. Y tus pretensiones se irán a la purísima chingada. Vale.
22
Andino Almazán a "La Pepa' Almazán
Pepona, mi amor añorado, esta insólita situación nacional nos aleja aún más, pero nos acerca espiritualmente más que nunca… La lejanía siempre me ha aproximado a ti, amor mío, porque estar separados significa desearnos más, con más intensidad. ¿No te pasa lo mismo, cariño? Tú en Mérida, yo en la capital. Tú en una ciudad bella, amable y serena. Yo en esta metrópoli asfixiada, tumultuosa, grosera, insalubre. Tú rodeada de gente graciosa, cordial y sencilla. Yo ahogado dentro de un automóvil que me lleva del apartamento a la oficina y de regreso bien tarde cada noche, sin más compensación, hasta hace unos días, que nuestra conversación telefónica al sonar las doce. Ahora ni eso. Se me escapa tu dulce voz, debo imaginarla, me limito a escribirte. Y aquí me tienes, rodeado todo el día de enemigos, objeto de ataques y caricaturas en la prensa ("Andino, ándate ya del gobierno", "Andino a los Andes, el Presidente a la Madre… Sierra", etc.) y de intrigas y zancadillas en los corredores de la burocracia.
¡Qué contraria a mi verdadera naturaleza es esta máscara de tecnócrata helado y eficiente que debo colocarme cada mañana! Antes, necesitaba un espejo para ensayar mi rostro de burócrata implacable. Ya no hace falta, mi Pepona. La máscara se ha convertido en la cara, severa, cejijunta, de labios apretados y nariz de huelemierda. Cejas circunflejadas por la duda. Orejas alertas a la mentira. Y ojos, ojos, amor mío, si no de odio, sí de frialdad, desprecio, desinterés… He aprendido a hablar como anglosajón, sin artículos o contextos.
– Exacto.
– Servido.
– Nada.
– Cuidado.
– Perfecto.
– Advertido.
– Aténgase.
Con eso digo y corto. Mi mirada impide el paso a una conversación, sea amable o no, sea desagradable o sincera, equívoca o impertinente. Todo lo que dicen los demás representa para mí un peligro. El de la contradicción, el menos malo. El de la persuasión, el peor de todos…
Doy de mí lo que de mí se espera. Mi expertise técnico. Mi conocimiento de los mercados internacionales. Mis parámetros macroeconómicos. Mi atención a la paridad de la moneda, las reservas en divisas, el pago de la deuda externa, el monto de la interna, el déficit comercial, los respaldos europeos y norteamericanos, mi obligada fraternidad con los banqueros centrales de Washington, Berlín, Londres, Madrid…
Pero no doy lo que quisiera dar: mi humanidad. Vas a reírte de mí, Josefina, con esas carcajadas ruidosas que los envidiosos llaman "vulgares", como si tu vitalidad, que tanto me atrae, fuese de manera alguna "vulgar". ¿Vulgar tu capacidad de alegría, broma y choteo? ¿Criticables, tus divertidísimas asociaciones y albures? Ay mi amor, si esa es tu "vulgaridad", vieras tú qué falta me hace, cómo me vivifican tus chistes léperos, tus ademanes procaces, todo lo que provoca mi fidelidad porque tengo -te lo digo al oído, mi amor-, tengo mi puta en casa, no necesito andar buscando "viejas", como mis obtusos colegas del gabinete, yo ya tengo mi "vieja" malhablada, cachonda, dispuesta a todas las posturas y placeres, la tengo en mi propia casa…
¡Cómo te extraño, mi Pepona! Caliente y cariñosa, pero fiel esposa y cariñosa madre. Qué seguro me siento de que mis "tres tés", Tere, Talita y Tutú, estén contigo, mis trillizas llegadas al mundo en perfecto orden, dándole un aura de gloria virginal a tus tres partos sucesivos pero en realidad simultáneos, pues dime tú, ¿alguien recuerda en qué orden aparecieron las trillizas? Es como si hubiesen bajado, mis tres ángeles, juntitas del cielo a bendecir nuestra unión, mi Josefina, un matrimonio singularmente feliz, por encima de lejanías, chismorreos y beatitudes. Una boda hecha, como nuestras tres hijas, en el Paraíso.
¿Recuerdas la boda?
¿Recuerdas la Hacienda de los Lagartos, engalanada para nuestras nupcias? ¿Recuerdas el jardín con docenas de flamencos color de rosa? ¿Recuerdas el peninsular banquete de papadzules y huevos motuleños, gallina en escabeche y queso relleno? ¿Recuerdas el calor de la noche, nuestra entrega amorosa, la ansiedad de tu madre en la recámara de al lado en el Hotel del Garrafón, esperando que pidieras auxilio si te dolía -¡ay, ay, ay!- o que cantaras La Marsellesa si te gustaba -¡ay, ay, ay, allons enfants de la patrie-. ¡Qué bueno, mi Pepona, que me dejaste tomar la Bastilla de tu apretada cárcel, qué bueno que te gustó la guillotina de Andino!
Bueno, ya ves que sólo contigo me desahogo, vuelvo a ser el Andino Almazán del que te enamoraste hace ya doce años, te casaste hace once y tuviste trillizas hace diez. Y en seguida regreso a mi habitual y obligada tesitura de secretario de Hacienda, totalmente absorto en el mundo de la economía, disfrazándome a mí mismo con la máscara de la estadística, creándome un personaje exterior para disfrazar mi obsesión interna, que sos vos, mi gorda adorable.
Despierto mañana y ya no soy tuyo, Josefina.
Oigo lo que dicen de mí:
– Cuando Andino entra a una oficina, la temperatura desciende.
– Ha entrado el señor secretario. Todos de pie.
– Cuídate. El secretario Almazán sólo tiene dos opiniones. La suya y la equivocada.