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Cito a nuestro amigo Bernal Herrera:

– Todos estos males se evitan si creamos un país de leyes y las practicamos.

Este es el punto. Tácito de la Canal ha violado la ley flagrantemente. Lo has conocido. Has trabajado con él. Sabes que es un hombre cruel y mezquino. Quizás aún no sepas que la gente más cruel es la más insegura. Son crueles porque tienen miedo de no ser. La crueldad les da cédula de identidad. Es el camino más fácil. Querer, darle la mano al prójimo, ponerle atención a sus necesidades, eso sí que requiere, querido amigo, tiempo y pasión. Pocos lo tienen. Confieso que en ocasiones a mí me falta y hasta me regaño a mí misma:

– Paciencia, mujer. Tranquila.

Pero no te fíes del azar para destruir a Tácito. El azar se encarga de sí mismo y lo que tú y yo y Bernal Herrera debemos hacer es dominar al azar con la voluntad y a la voluntad gobernarla con acciones bien calculadas. Recuerda que las pasiones son formas arbitrarias de la conducta. Deja que sea Tácito quien se fíe del azar y actúe arbitrariamente. El buen político lo convierte todo en ventaja. Suma el accidente de tu encuentro con el archivista como se llame, la existencia de los documentos que no fueron destruidos, la asombrosa (lo admito y reflexiono sobre el particular) rúbrica de Tácito, tu presencia en la oficina de Tácito, nuestra amistad, mi estrecha relación con Bernal Herrera y el calendario político que se nos viene encima sin pedir permiso.

Súmalo todo, Nicolás Valdivia, y mide tus tiempos. Eres dueño de un secreto que has compartido conmigo, afirmando aún más la confianza que yo te tengo y de la cual, a veces, tú pareces dudar o, por lo menos, no corresponderme. No importa. El secreto, sabes, es uno de los peores enemigos políticos. Mira a México, mira a Colombia, mira a Europa o los USA. Asesinatos, negocios turbios, narcotráfico, información confidencial. Todo une a los enemigos. Ahora tenemos la fortuna de que un secreto una a tres amigos. Tú no te imaginas, Nicolás, la de veces que, siendo aún jovencita, confié en la discreción de amigos a los que consideraba seguros, sólo para despertar de mi ingenuo sueño a la realidad de la traición y la indiscreción. Tú me devuelves confianza y amistad.

Bernal, tú y yo, unidos por un secreto.

Y frente a nosotros, allí tienes a los demás, como en el reparto de una obra de teatro. El que engaña y disimula sus pasiones: Tácito de la Canal. El que siempre es inferior a su alarde: Andino Almazán. El que cumple profesionalmente su trabajo: Patricio Palafox. El que sólo quiere hacerse rico: Felipe Aguirre. El que fanfarronea sus vicios y no oculta sus ambiciones: Cícero Arruza. El inescrutable soldado profesional que quizá juega a varias bandas: Mondragón von Bertrab. Y el más peligroso de todos, el que colecciona víctimas como otros estampillas: el expresidente César León.

Y tú y yo y Bernal Herrera.

Y un Presidente que sólo quiere pasar a la historia.

Ayudémosle.

Ah, sí, cómo no, el medio es chico, es mezquino. Pero como no tenemos otra realidad, el medio es poderoso. Y para moverse en él -para volver a mi punto de partida- el secreto es importante. A veces, la información que das y recibes le es más útil a tu enemigo que a tu amigo. Entonces te das cuenta de que nunca debió salir del secreto. A veces, te lo digo, pecas de candoroso. El corazón se te enternece cuando tratas a los humildes, a la secretarita humillada, a la recepcionista estafada, al archivista sin esperanzas… Recuerda que no nacimos para vivir con los pobres ni como los pobres. A los pobres hay que respetarlos… de lejos.

Te lo recomiendo seriamente. Nunca seas sincero con un pobre. Recibirás en pago el desprecio igualitario y eso un político no se lo puede permitir. No dejes que, en recompensa de tu buen corazón, te den trato de igual a igual. No eres igual a los inferiores. No lo eres. Calcula. Manipula. Si no actúas con talento, si revelas o dilapidas nuestro pacto, nos pierdes y te pierdes. Allí termina tu carrera. Y me frustras a mí.

Recuerda lo que te prometí. Espera. Calcula.

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María del Rosario Galván a Bernal Herrera

Mi amor, mi protegido Nicolás Valdivia nos ha servido bien. El lobo ha caído en la trampa y aún no se entera. Tácito es nuestro. Pero se nos puede escapar si nos precipitamos. Observa el cuadro político que se ha venido creando. El perverso César León intenta convencer al presidente del Congreso, Onésimo Canabal, de que el país está a tiempo para cambiar la Constitución y reformar la sucesión en caso de muerte o incapacidad del Presidente. Su propósito es que en vez del Interino si el Presidente deja el cargo en sus dos primeros años (etapa ya rebasada por el Presidente Terán) o en lugar del Sustituto si la falta ocurre durante los cuatro años finales del sexenio (es el caso del actual Presidente), sujetos ambos al azar de una votación en las cámaras, automáticamente sea el Presidente del Congreso (en este caso, Onésimo Canabal) quien pase a ejercer la función del Ejecutivo.

¿Qué quiere el expresidente César León? Él mismo no tiene puesto de elección popular (sus enemigos dicen que nunca lo tuvo). Detesta a Tácito de la Canal. A ti te teme y te odia. Pero Onésimo es un asno que puede dejarse manipular en situación transitoria. ¿Tránsito hacia qué? Yo creo que César León sabe algo que ni tú ni yo conocemos. Es dueño de un misterio. Es un político nato, de eso no te quepa duda. Lo malo es que es como cera blanda. Toma todas las formas, se adapta a todas las novedades y a todas las necesidades. Date cuenta, Bernal, de que este es un duelo de secretos. Tú y yo (y necesariamente Valdivia) tenemos un secreto del cual depende la derrota de Tácito y tu propio éxito. Pero si los revelamos antes de tiempo, Tácito organizará con anticipación su defensa. Es capaz de mandarte matar. ¿Y qué ganas, Bernal, qué pierdes si hablas o no hablas? Cuestión de tiempos. Ganas si hablas a tiempo. Pierdes si hablas a destiempo. Creo tener la solución. En un par de días te lo comunico. PS. Es una indiscreción del asilo enviarte cuentas e información a ti. En este asunto sólo debo aparecer, si es necesario, yo. Sobre ti no debe recaer ninguna sospecha.

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Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

Le agradezco su carta, señora. Y me pregunto si no ha llegado la hora de mi recompensa. Mi amor por usted es manifiesto. Usted me ha pedido ser digno, no de su amor, sino de su misterio. ¿Conduce una cosa a la otra? A veces, usted me obliga a preguntarme si en amor la separación une más que la presencia. Me consuelo pensando que el amor tiene tantas formas y ofrece tantos desafíos como cada uno de los demás sentimientos verificables del mundo. Señora: Yo lo acepto todo de usted menos la indiferencia. Pero acto seguido, me pregunto si merezco ya mi premio: Tutearla.

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María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

¿Quieres recompensa, mi impaciente galán? Pues aquí está mi regalo. Bernal Herrera ha quedado muy impresionado con tus hazañas. Cree, por lo demás, que es no sólo inútil sino peligroso que continúes trabajando en la oficina de Tácito de la Canal. Habló con el señor Presidente. Has sido nombrado subsecretario de Gobernación, segundo de a bordo de Bernal Herrera.

Te repito. Espera. Calcula. Y agradece.

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Nicolás Valdivia a Jesús Ricardo Magón

Quiero decirte que las horas que le robo a la oficina para platicar contigo son las mejores de mi día. Por fortuna, de tres a seis la administración pública mexicana se paraliza. No hay funcionario que se respete que no esté comiendo en un restorán de lujo. En un privado, de ser posible. Siempre con el celular a la mano para contestar llamadas con ceño fruncido y graves asentimientos. ¡Qué manera de afirmar con la cabeza sin romperse la nuca! Claro que ahora, sin telecomunicaciones, esto no es posible. Entonces, no falta el achichincle que se aparece a avisar: