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Me miró con franco desprecio.

– ¿Qué se cree usted?

Hizo una pausa.

– Es necesario haber perdido mucho para ser alguien antes y después de ejercer el poder.

– Pero a veces el que pierde con tanto secreto, tanta intriga palaciega, tanta ambición personal, no es el poderoso, es el pueblo. Y eso es una catástrofe -dije con mi tono más digno.

– Las catástrofes son buenas -se relamió el viejo como el gato de Alicia-. Refuerzan el estoicismo del pueblo.

– ¿Más? -dije con cierta exasperación.

El Anciano me miró con una mezcla de piedad, simpatía e impaciencia.

– Mire: Todos creen que me pueden encerrar en un asilo de ancianos. No cuentan con mi astucia. Yo me hago indispensable con mi astucia. El papaloteo verbal se lo dejo al perico. Por eso está usted aquí, porque yo sé algo que todos quisieran saber y que podría ser la clave para la sucesión presidencial.

Angostó diabólicamente la mirada, María del Rosario.

– ¿Cree que voy a soltar prenda para que me tiren a la basura? ¿Está usted pendejo o nomás se hace?

– Yo lo respeto, señor Presidente.

– Lo dicho. Sigo con la boca cerrada.

– Créame que su franqueza no disminuirá mi respeto.

Rió. Se atrevió a reír.

– Será que soy muy mañoso, camarada Valdivia. Creo en la ley de la compensación política. Lo que doy con una mano, lo quito con la otra. Si yo le doy lo que quiere, ¿qué le quito en cambio?

Inquirí, inquieto:

– Quiere usted decir, ¿qué espera de mí?

Contestó como una flecha:

– O de quienes lo mandaron aquí.

– Mi protección -murmuré, dándome cuenta inmediata de mi estupidez.

El Anciano que nunca reía dejó de hacerlo pero mantuvo una gran sonrisa.

– Nunca crea en lo improbable. Sólo crea en lo increíble.

Cogí la ocasión del rabo:

– Pero usted no me ofrece ni lo improbable ni lo increíble. No me da nada.

Ah qué caray. ¿Qué tal si le digo que México necesita la esperanza? ¿Crear ilusiones absolutas y realidades relativas? ¿Animar la fantasía?

– Creeré que me engaña.

– ¿Ya ve? Y sin embargo le estoy diciendo la puritita verdad. Y le doy, además, la clave de mi secreto, por si de veras quiere entenderla.

– Me regala usted una piedrecita. Yo quiero la roca entera, señor Presidente.

– Una piedrecita arrojada al agua hace una ola chiquitita, pero la ola chica hace las olas grandes.

Pausa. Suspiro. Resignación.

– Y al cabo, todas las olas son igualitas.

Recuperó en un instante el vigor que se le iba como las olas si el Golfo de México fuese una gigantesca coladera. Y quizá, esa tarde, lo era. En mi primera visita, El Anciano había evocado las mareas de invasores que entraron a México por Veracruz. Lo propio de las mareas, sin embargo, es retirarse, llevándose consigo parte de la tierra, quizá la tierra que la tierra ya usó, ya no quiere o ya no necesita. ¿Qué se llevaban las corrientes del Golfo? Todo, pensé, si el Viejo lo permitía. Nada, si su terquedad le prohibía al mismísimo mar moverse.

– La bruma de la conspiración cubre a México y nadie tiene la cabeza más alta que el aire que respira -dijo, por primera vez, con ensoñación (una ensoñación contradictoria y poco justificada), mirando hacia los muelles, el Castillo, el mar…

– Un aire contaminado, señor.

– Yo sólo le digo una cosa -repuso El Anciano con su mirada, su tono habituales-. Para respirar a gusto, para disipar la bruma, para acabar con las conspiraciones, se necesita devolverle al país una ilusión.

– ¿Otra vez? -pregunté, resignado.

– Hablo de un símbolo -la voz del expresidente ganó en autoridad-. Engañado, perdido, corrupto, nuestro país sólo se salva si encuentra el símbolo que le dé nuevas esperanzas.

– No hemos hecho más que renovar esperanzas cada seis años para perderlas en seguida. ¿Usted tiene la clave de la esperanza perpetua?

Ahora sí que calló y pensó largo rato. Evité mirarlo, por simple buena educación. Me di cuenta de que los zopilotes ya no volaban sobre Ulúa. Me pregunté si eso ya lo había notado en enero, cuando vine a ver al Anciano por vez primera. La sensación de que los zopites no circulaban en los cielos era quizá sólo una repetición, una reprise, de algo que ya había visto y que ahora, como si la vida fuese un sueño, veía por primera vez, habiéndolo sólo soñado antes. ¿O era al revés? ¿Lo vi ayer para soñarlo hoy?

– Este era un gato con los pies de trapo -interrumpió el perico…

– El símbolo que le dé nuevas esperanzas.

– ¿Otra vez?

Ahora sí que calló. Me atreví a hablar en nombre de él.

– Lo acaba usted de decir. Todo en México requiere un simbolismo. ¿Lo tiene usted?

Afirmó con la cabeza entrecana. Las vastas entradas en la frente le daban gran nobleza a sus facciones. Alzó la mirada.

– ¿No se ha preguntado por que no vuelan los zopilotes sobre Ulúa?

Ahora me tocó a mí negar sin palabras, con otro movimiento de cabeza.

– Tuve un ministro muy bruto e indiscreto. Lo metí al orden diciéndole: Ten cuidado. Te andan acusando.

– ¿De qué, señor Presidente?

– De andar diciendo la verdad. Guardó silencio, María del Rosario. Creo que entendí, María del Rosario. -¿Aún no es el momento? -No. Aún no.

– ¿Qué mensaje me llevo a la capital? -Cuando los coyotes aúllan, aúlla con ellos. No vayan a creer que eres gato.

– ¿Quieres que te lo cuente otra vez? -canturreó el loro.

– Gracias, señor Presidente. ¿Eso es todo? -No. Hay algo más. Pero es sólo para ti, Valdivia. -Lo escucho, señor.

– Mi único pesar es que conozco todas las historias, pero jamás conoceré toda la historia.

Miró de vuelta hacia San Juan de Ulúa.

– Yo te mandaré llamar, muchacho, llegado el momento.

En sus ojeras no estaban las palmeras borrachas de sol.

– Mientras tanto, te ofrezco el título de una novela por escribir.

Esperé a que me lo dijera.

– El Hombre de la Máscara de Nopal

45

General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab

Señor general, si alguien respeta el orden jerárquico, ese soy yo, su fiel servidor Cícero Arruza. Perdone que le insista. Esta vez le mando una cinta con mi fiel asistente "El Máuser" y mi voz grabada para que oiga vivamente mi franqueza y mi angustia. Ora es cuando, mi general. Algo está pasando y es la oportunidad de acción para que pase lo que queremos usted y yo. Lo único que no se puede permitir es un vacío de poder, pero a esa barranca vamos derechito. Pregúntese, ¿desde cuándo no se ve en público al Presidente? Yo se lo digo, yo llevo la cuenta. Desde principios de enero, cuando leyó su informe y nos provocó el mandarriazo de los gringos. ¡Tres meses sin verle la careta al llamado jefe de la Nación! Si eso no es el vacío de poder tan mentado, ¿qué clase de hoyo será? Hoyos, hoyos, todo en la vida es puro hoyo, salir del hoyo, caer en el hoyo, cagar por el hoyo, meterla o dejar que nos la metan por el hoyo… Voy a serle sincero, mi general. O actuamos ya o nos la meten a usted y a mí. Lo noto indeciso. Lo noto hasta distanciado de su fiel subordinado Cícero Arruza. ¿Qué pasa, tan tarde me descubre usted tal como soy, mi general? Perdone la franqueza. Estoy diciendo este mensaje y estoy de vuelta de donde salí, que es una cantina, señor general, ya que a los militares nos choteán diciendo que sólo ganamos nuestras batallas en las camas y en las cantinas. ¿Recuerda a ese tabasqueño González Pedrero que nos hizo la vida de cuadritos a todos con eso que llamaban el dardo de la verdad? ¿No dijo González Pedrero que hubo un millón de muertos en la Revolución Mexicana, pero no murieron en las batallas sino en las cantinas, tiroteándose entre sí? Es para decirle que usted sabe quién soy yo, de dónde vengo y de qué soy capaz. Se lo recuerdo porque quiero que esté seguro de una cosa: las violencias me las puede cargar a mi cuenta. Los muertitos son de mi peculio… Yo no me guardo nada, señor general, sepa con quién trata y nunca se engañará como el marido de la canción… "¿De quién es esa pistola, de quién es ese reloj, de quién es ese caballo que en el corral relinchó?"… Perdone mi voz. Cuando bebo, me entran unas ganas locas de cantar… Sepa quién es su aliado… Ya le dije una vez que añoro la violencia de a de veras, no esos encarguitos de disolver asambleas soltando ratones y vaciando chis desde los balcones. Déjeme presentarle mis credenciales, para su seguridad. Como comandante de zona en diversos estados de la Unión, mi general, yo he acabado con los revoltosos y descontentos de un solo golpe genial. A los jefes de la oposición en Nayarit los liquidé poniéndoles benzedrinas en las cubas cuando celebraban una dizque victoria electoral. Ya no tienen nada que celebrar. El candidato de la oposición en Guadalajara desapareció tranquilamente en una excavación del Metro. Excavación chiles, mi general. Tumbita, diría yo… A los estudiantes revoltosos de la