Quisiera que entiendas, María del Rosario, este mensaje de despedida de tu amigo Xavier 7aragoza, llamado "Séneca". Quiero que sientas que mi desesperanza es mi serenidad. O sea, que me quedan las ganas. Lo que he perdido es la esperanza. Dirás que siempre debí tomar en cuenta las realidades enfrentadas por el Presidente y considerar mis ideales -un gobierno ilustrado y justo- como correctivo apenas, un llamado al refugio de la vida interior en tiempos de tormenta. Conformarme con los mendrugos de la utopía. Sí, María del Rosario, tú misma creíste que mi presencia era útil, algo así como el condimento que se olvida si el guiso es sabroso, pero indispensable cuando el comensal dice:
– ¿Dónde está el salero?
Salero de mesas colmadas de platillos bien sazonados, ¿cuántas veces fueron escuchados mis consejos?, ¿por qué me engañé a mí mismo creyendo que mis ideas contarían?, ¿no sabía que la fuerza política del intelectual sólo se deja sentir fuera del poder, aunque aun en la oposición es apenas presión relativa, pero que en el poder ya ni siquiera es relativa? Es nula.
O sea, en un extremo cagas, en el otro tragas mierda. Todo en la vida es miseria.
Veo estos tres años que he pasado en las antecámaras del poder y sólo veo miseria y siento asco. Sí, he visto al Presidente sufrir pensando. A veces le dije:
– No piense demasiado. Para eso estoy yo aquí.
Pero cuando lo hago, otro ya lo salvó del sufrimiento. Tácito, para el mal. Herrera, para el bien. Yo soy el postre de la consolación.
– Es cierto, Séneca. Había otro camino. Quizá lo tome la próxima vez.
Y luego me sonríe; bueno, me sonreía:
– Cabrón, deja de quitarme el sueño.
Debieron quitárselo los lambiscones, los demagogos, los intrigantes de la inevitable corte presidencial.
María del Rosario, este es tu amigo Xavier Zaragoza "Séneca", a quien el señor Presidente oye -oía- con entusiasmo, pero sin convicción.
Estos imbéciles que se quedan creen que el éxito asegura la felicidad. No saben lo que les espera. Me fueron aislando, desacreditando. Sólo la bondad del Presidente me mantuvo en mi puesto de consejero. Fui el tábano. Dije todo lo que debía decirse, por desagradable que fuese.
– Nada me puede convencer de que la sabiduría está en la estadística, Andino.
– Cuando lo veo, el asco inunda mi alma, general Arruza.
– Se puede dormir en la misma cama y soñar sueños distintos, licenciado Herrera.
– Corónese de laureles, señor expresidente León, para que no lo parta un rayo.
– Tu cobardía es como un mal olor que vas dejando detrás de ti, Tácito.
Y tú me dices, María del Rosario:
– Séneca, no bebas veneno para calmar tu sed. No vale la pena.
¿No vale la pena, mi querida amiga? ¿Crees que muero porque me decepciona el mundo? ¿Crees que siendo un idealista sin convicciones sólo me queda el recurso de la muerte? ¿Crees que traiciono la sabiduría estoica de mantener en vilo todas las pasiones del alma, libertad, naturaleza? Dime entonces, ¿no es la muerte una de las pasiones del alma? Y siendo fin inevitable, ¿por qué no apresurarla voluntariamente a fin de no padecerla fatalmente?
No. He puesto a prueba mis convicciones y sé que el pago a la inteligencia es el desencanto. Nada se corresponde con nuestra razón. He vivido demasiado tiempo cerca del Sol y como sólo soy una estatua de nieve, me derrito cuando se apaga el Astro. Vieras, desde que murió mi entrañable amigo Lorenzo Terán, las cosas que siento. Soy como un gato: no entiendo mi reflejo en el espejo. Trato de recordar mi nombre y me cuesta. No debía recordarlo, lo he perdido para siempre, lo sé. Siento que nada vale la pena, nada me satisface. Soy víctima de la acedia. ¿Es esta la prueba de la grandeza moral? ¿Se aburre un perro? Sólo el imbécil no duda. Sólo el idiota no sufre.
Al morir el Presidente, me vi en el espejo de mi alma y vi una imagen oscilante, temblorosa. Era la fluctuación de mis propias emociones. Era el vaivén de mi espíritu entre la vida y la muerte. Era el retrato fiel de mi alternativo deseo de ambas.
Era el inmenso vacío de mi amor, un hueco entre la vida y la muerte. Mi amor por ti, María del Rosario. Mi deseo de poseerte, nunca expresado, callado, prisionero de mi sueño. Y jamás adivinado por ti, estoy seguro.
Era, en fin, la certeza cabal de que nada tenía existencia real sino mi propia interioridad. La fortaleza intocable de mi yo. Mi libertad para disponer si ese yo seguía en el mundo o lo abandonaba.
¿Qué significa frente a esta certidumbre todo lo incierto de la vida pública? Significaba -significa, María del Rosario- que no hay racionalidad que logre imponerse en México. Significa que, una y otra vez, seguiremos matando a la gallina de los huevos de oro -después de robarnos los huevos-. Significa que desde 1800 Humboldt dijo la verdad:
– México es un mendigo sentado sobre una montaña de oro.
Significa que en una historia policiaca sólo sabremos al final quién era el criminal. En México, en cambio, se conoce de antemano al criminal. La víctima es siempre el país. Ah, amiga mía. No le hagas caso a los salvadores demagógicos, nuestros Mahatma Propagandi. Pero cuídate de nuestros represores bufos, nuestros Robespierrot.
Oye al escuadrón de los desesperados.
Oye los rumores de esta Ciudad de México en la que se sabe todo lo que no se dice. Escríbelo. Nadie te creerá.
Cállate. Todos lo sabrán.
Sí, muy amiga más que apreciada. Si fuese político, los traicionaría a todos. Menos mal que sólo soy un intelectual y sé que los políticos me traicionarán a mí.
Sí, mi bella e ilustrada señora, nada tiene valor salvo nuestra intimidad, nuestro ser más callado. No lo repitas. No te entenderán.
Me voy diciéndome que nos parecemos a nuestros sueños. Nada es más semejante a nuestra realidad que nuestra utopía. No tenemos otra, ¿ve usted, señora? Sólo un suicida se atreve a decir esto. No son mis últimas palabras. No pido que las inscriban sobre mi tumba.
AQUÍ YACE XAVIER ZARAGOZA
LLAMADO "EL SÉNECA". 1982-2020
EN MÉXICO, TODO PENSAMIENTO ES UN
CONTRABANDO
A ti, en secreto, te comunico que no hay misterio después de la muerte. El muerto no sabe que estamos vivos. Antes de nacer y después de morir, vivimos, al fin, nuestros propios, intocables mundos. Mi sentencia de despedida, María del Rosario, es mucho más sencilla.
– Me voy antes de que el cielo deje de verse para siempre en México D. F
Y me reprocho a mí mismo irme con rabia, irme sin serenidad…
Me voy con rabia porque me dejé seducir por la política. Descubrí que el arte de la política es la forma más baja de todas las artes.
Me voy con rabia porque no pude convencer al Presidente de que el jefe del Estado no puede pesar solo más que todos y más que el tiempo.
Me voy con rabia porque no supe detener la locura política de cada sexenio, que es la de apropiarse de toda la historia de México y reinventarla cada seis años. ¡Qué locura!
Me voy con rabia porque soy culpable de que el Presidente me hiciera caso cuando le di un buen consejo. La culpa es mía, no suya.
Me voy con rabia porque mi razón y mi lógica no vencieron a la propaganda, que es la comida de los fanáticos.
Me voy con rabia porque no aprendí nunca a cultivar magueyes.
Me voy con rabia porque empecé indignando y terminé irritando.
Me voy con rabia porque prediqué la moral desde la cumbre de una montaña de arena.
Me voy con rabia porque nunca fui capaz de decirte Te amo.
Me voy con rabia porque sólo envidio a los muertos.
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Nicolás Valdivia a Jesús Ricardo Magón
Querido, me cuesta mucho confiar en alguien que no seas tú. No sé cuáles puedan ser las consecuencias de la información que le proporcionaste a María del Rosario, que antes era mi corresponsal obvia… Pero hoy ya no sé. Demasiados hilos se cruzan. Demasiadas tramas se entretejen. ¿Debería quedarme callado? Sería lo más seguro, pero temo mucho que el secreto se vaya conmigo a la tumba. A ese grado te tengo confianza. Desde que te vi por primera vez en la azotea de tu casa y te llevé a trabajar conmigo, ha ido creciendo mi cariño hacia ti. Por fin he encontrado un alma compañera, un hombre con lecturas idénticas y modos de pensar semejantes a los míos. Te siento muy cerca y así quiero conservarte.