Nadie sabía, tampoco, que estaba aliado con una víbora capaz de llevar los colores del Infierno al Paraíso, tu íntima amiga Paulina Tardegarda. ¡Y yo que me creía la doble perfecta de Madame de Maintenon, la preceptora de príncipes que acaba casándose con el Rey! ¿Retirarme, como la otra amante de Luis XIV, Madame de Montespan, a un convento a educar monjitas para que sean mejores cortesanas que yo? ¿O crees que tu poder actual, Nico, evapora el proceso sucesorio, las elecciones del 2024 que llevarán -te lo juro- a Bernal Herrera a la Presidencia? Sí, a Bernal Herrera. Por el bien del país, Nicolás. Porque Bernal es el más discreto, si la palabra "discreción" significa reserva, prudencia, pero también tacto, buen juicio y es más, uso mesurado e inteligente, pero inapelable, de la fuerza.
Vamos a pelear, tú y yo, Nicolás Valdivia, porque a mi tú no me engañas. Tú has llegado a la Presidencia como simple sustituto del 2020 al 2024. ¿Crees que no adivino tu ambición? No puedes sucederte a ti mismo. Pero puedes eternizarte. Eso es lo que temo. Una colosal treta tuya para quedarte en el poder.
Hay un arsenal de pretextos. Crisis económica, estallidos revolucionarios internos, invasión extranjera, vacíos de poder. ¡Lo que no se puede invocar para perpetuarse! Todos menos aspirar al Premio Nobel de la Paz. Eso te hunde irremediablemente. Pero en lo demás, te temo. Esta es ahora la lucha. Bernal Herrera y yo haremos lo necesario para que abandones la Presidencia en 2024. Lo necesario y hasta lo imposible. Como tú harás lo necesario y hasta lo imposible para seguir eternamente en la Silla del Águila.
No eres Lorenzo Terán, un hombre bueno y demócrata que no estaba enamorado del poder. Ah, siempre hace falta una figura noble que con su dignidad redima la abyección de todos los demás. Ese hombre es ahora Bernal Herrera, como antes lo fue Lorenzo Terán, pero él estaba enfermo. Tú te crees interminable. Y cuentas con una virtud, lo reconozco. Representas la sangre nueva. Te volverás viejo apenas empieces a derramar la sangre de los demás, cosa que harás si quieres perpetuarte. Pero recuerda el precio de la sangre. Tlatelolco, el dos de octubre de 1968, duró una noche pero se proyectó un siglo.
Hoy eres elogiado como un funcionario limpio y juvenil. Una esperanza. Digno de detentar el poder.
Pero a ti el poder te va a corromper. Te lo digo yo. Tú no resistes las tentaciones. Ya te conozco. No sabes detenerte. Lo has demostrado, eficaz pero precipitadamente, desde que llegaste a la Presidencia. Has eliminado a Tácito desde antes, ahora a César León de nuevo exiliado, a Cícero Arruza asesinado, a Andino Almazán cornamentado, a Moro enterrado para siempre en ceremonia pública de cuerpo presente y con cadáver indudable y balaceado en Veracruz, despojando de paso de toda raison d'étre al Anciano del Portal, que sin el secreto de Moro se convierte en un lastimoso jugador de dominó jarocho. Te falta lidiar con el gabinete que heredaste de Lorenzo Terán. Y con los caciques del interior. A ver cómo le haces. Te estoy observando.
¿Sabes una cosa, Nicolás? Un hombre puede dejar de actuar en política. Lo que nunca deja de actuar son las consecuencias de sus actos políticos. Tú lo sabes y ese será tu dilema. Por más que tapes los hoyos de tus errores (¿y de tus crímenes?), por cada hoyo cubierto se descubrirán otros tres. Se llaman "consecuencias". La pasividad del Presidente Terán se debió a eso. No quiso tener "consecuencias". Quería vivir en paz al retirarse. Se le cruzó un cáncer de la sangre, una leucemia doblada con enfisema pulmonar. Pero siempre temió que las "consecuencias" de sus actos -o de su inactividad, que también es un acto, acaso el más peligroso- lo persiguieran más allá de su tiempo en la Silla del Águila. Intervino el destino. No fue así. Vamos a ver cómo lo recuerda la historia.
La historia. Para ti apenas comienza, Valdivia. Recuerda que gobernarás a un país destructivo que se protege, engañándose a sí mismo, con psicologismos postizos y sensibilidades prestadas por el sufrimiento al arte y a la muerte. Tú has querido, inútilmente, cultivar el área neutral. No te quedaba más remedio cuando no eras nadie. Pero ya habita en ti -y yo te lo adelanté, lo admito- eso que los alemanes llaman el dunker-instinkt, el deseo mal entendido pero profundo de tener poder y de ejercerlo con estilo.
El estilo es el hombre, dicen. El estilo lo es todo.
¿Y la belleza? ¿Es parte del estilo? No. Sólo los tontos lo creen. La belleza, como el estilo, es cuestión de voluntad. También la belleza es poder. Mírame a mí, mi rendido galán. ¿Crees que no me veo al espejo todas las mañanas? ¿Sin maquillaje? ¿Crees que me engaño a mí misma? Coquetamente, engaño sin mucho éxito a los demás. ¿Te dije que tenía cuarenta y cinco, cuarenta y siete años? Ya no me acuerdo. No es cierto. Ya cumplí los cuarenta y nueve. El caso es que cada mañana tengo que construir mi belleza como se pinta un cuadro, se esculpe una máquina o, más peyorativamente, como se pega un anuncio a la pared. La verdad es que no quiero convencer. Quiero ser admirada para salirme con la mía. Admirada pero intocable. Quisiera ser estatua. Un amante me dijo un día,
– Lo malo es que eres tan bella por fuera que debes ser espantosa por dentro.
– No -le contesté-. Lo malo de la belleza es que te condena al sexo y lo malo del sexo es que siendo un placer, no transforma las malas noticias en buenas.
– Pero quizá te salva a pesar de lo malo -dijo mi olvidado galán.
– Yo quiero salvarme a pesar de lo bueno -le dije, confundiéndolo para siempre y obligándole a huir de todo lo que no entendía, que era mucho.
¿Me entiendes tú, mi pobre, pequeño Nicolás? Mírame bien. La edad es el asesino impune de una mujer. Tú has de haber creído que, diez años menor que yo, podrías gozar de mi madurez y acaso ser el último godible de mi vida.
¿Te desengañaste ayer, tontito?
Sabes, te vi el día que asumiste la Presidencia en San Lázaro. Vi en ti una peligrosa sonrisa que desconocía. Me diste miedo. Era una sonrisa, más que de poder, de engaño. De picardía suprema. La sonrisa del pícaro. La sonrisa que decía, "les he tomado el pelo a todos", "no saben a quién han elevado, güeyes". Decidí allí mismo que iba a hacerte sufrir por lo que yo he sufrido en toda mi vida, no porque tú me hayas hecho daño.
Te asumí como la razón de todo lo malo que me haya podido ocurrir -como el saco en el que quería meter todos mis pesares, aunque tú no fueras la causa.
Me di cuenta viéndote ceñir la banda del águila y la serpiente.
– Nicolás Valdivia se volvió grande. Pero su amor es pequeño. Es un hombre que no sabe amar.
Te revisé rápidamente, como a un libro abierto. No se te conoce ningún amor. Padre, madre, familia. Novias. Amantes. Eres como una isla cubierta de maleza, solitaria en medio de un río caudaloso. Y tú enredado en las ramas de tu ambición, sin contacto profundo con nadie. Lengüeteado por las aguas del río, pero incapaz de bañarte en ellas. Tú idéntico al islote que no sólo te aísla: te inmoviliza para el amor.
Dime si no hay ausencia de amor que no se cure con la presencia del ser amado. Esa era mi promesa. Te propuse un camino para llegar a mí. Tú lo desviaste. Tú lo pospusiste. Tú me humillaste. Separaste "llegar al poder" de "ella me permitió llegar al poder". ¿Crees que eso te lo puedo perdonar?
Quiero que sufras lo que yo he sufrido. Mira cómo me sincero. Mira cómo me rebajo. Mira cómo me dejo llevar por la pasión, en contra de las advertencias serenas de mi verdadero hombre Bernal Herrera. Pero entiende algo. Quiero que sufras por lo que yo he sufrido desde que nací, no porque tú me hayas hecho daño. Ni porque crea por un solo instante que tú me has querido de veras, ni yo a ti.
Acudiste a la cita frente mi ventana, igual que en enero.
¿Te dolió verme anoche en la ventana?
¿Te dolió verme desnuda otra vez?
¿Te dolió verme en brazos de otro hombre?