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Lo que no calculamos para nada tú y yo, Bernal Herrera, es que, más hábil de lo que creíamos, Onésimo se valdría de un oscuro agente, una vieja sin glamour, más mimética que una lagartija, confundida con el desierto de Chihuahua y con la selva de Tabasco, la fulanita Tardegarda con su pinta de monja, virgen y mártir. Tardegarda no sólo ha sido el pozo de información de Onésimo sino algo peor, algo que francamente me arde, Bernal.

Yo le prometí a- Nicolás Valdivia:

– Tú serás Presidente de México.

Subtexto: -Yo te haré Presidente de México.

No fue así. La que llevó a Valdivia a la Presidencia fue la fugitiva del convento, Paulina Tardegarda. A ella y a Onésimo, no a mí ni a ti, le debe Valdivia el estar sentado hoy en la Silla del Águila.

Me arde, Bernal. A ti te lo confieso. Me arde y me alarma.

Nicolás Valdivia iba a ser el Don Tancredo de nuestra gran corrida monumental, el bufón inmóvil que despista al toro cuando entra al ruedo dejándose embestir para que el matador se luzca. Pues mira nada más. Ahora resulta que tú y yo hemos sido el Señor y la Señora Tancredo y que Nicolás Valdivia le debe el poder a Onésimo y a Paulina, no a ti ni a mí.

No me alarmo, sin embargo. Tú eres quien eres, mi viejo amor, y tu candidatura es la más seria y con mayor ventaja para los comicios del 2024. Pero sorpresas nos da la vida, como cantase el bardo panameño don Rubén Blades. Pueden surgir otras candidaturas. Es normal. Más bien, debemos provocar que surjan otras candidaturas. Oteo el horizonte. Y no veo a nadie más fuerte que tú. En todo caso, respira tranquilo. El artículo 82 de la Constitución prohíbe al ciudadano que haya desempeñado el cargo de Presidente de la República, electo, interino, provisional o sustituto, volver a desempeñar el puesto. Por ningún motivo, dice la Ley Suprema. Por eso quería César León intimidar a Onésimo Canabal e iniciar el complicado proceso de reformar la Constitución para eliminar el dicho artículo y permitirle regresar al poder. Bendita reelección, Bernal. Nadie tiene derecho a jodernos dos veces.

¿Salvo Nicolás Valdivia?

Mi hechura.

Mi tapado á la mode démocratique.

El manipulable títere que nos iba a llevar sin tropiezos a la Presidencia.

Pues mira nomás. La criada nos salió respondona.

No, no creo que seas derrotado en comicios libres y democráticos. Ten por segura tu victoria. Lo que temo, Bernal, es que Valdivia encuentre la manera de perpetuarse en la Silla del Águila. ¿Tú crees que se va a conformar con dos añitos y pico en la Presidencia? ¿Tú crees que no está intrigando ya con la Paulina esa sobre la manera de seguir en la Silla?

Puede que no. Pero más vale estar prevenidos. Piensa siempre que en todo caso no debemos perdonarle su duplicidad a Nicolás Valdivia. Eso déjamelo a mí. Si perdonas al que te hizo mal, tus enemigos se darán cuenta y duplicarán el mal que puedan hacerte.

Te lo digo, mi buen Bernal, porque tú siempre andas diciendo,

– No puedo ser injusto con un enemigo.

Te equivocas. Selo. Porque el enemigo será injusto contigo.

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Paulina Tardegarda a Nicolás Valdivia

Nicolás, creo que todos tus frentes están atendidos. Has hecho bien en mantener intacto el gabinete del difunto Presidente Terán, con la excepción de los secretarios de Obras Públicas, Antonio Bejarano, y de Comunicaciones, Felipe Aguirre. Sus corruptelas eran demasiado bien conocidas. Sacrificándolos, satisfaces a la opinión pública y demuestras tu apego a la justicia. Por allí ha cojeado siempre el sistema: la justicia. No tenemos una cultura de la legalidad y nos conformamos con echarle carne a los leones cada seis años. Pero el sistema no cambia.

Creo que una obligación inmediata y redituable para ti será reformar a fondo el Poder Judicial en todos aquellos estados donde hacerlo no comprometa nuestro poder político. El público se fijará tanto en los actos de justicia que lleves a cabo en Oaxaca y Guerrero, en Nayarit y Jalisco, en Hidalgo y Michoacán, que no tendrán tiempo de pensar que en Sonora y Baja California, en Tamaulipas y San Luis Potosí, no has tocado a los viejos caciques de provincia. Con todos ellos he hablado. Con Cabezas, Maldonado, Quintero y Delgado. Todos son bien listos y entienden tu propuesta. Perfil bajo. Ningún alarde.

Invisibilidad. Los poderes locales colaborarán con ellos y harán lo que ellos digan, pero todo con la mayor discreción.

– ¿Qué quieren, dinero o fama? -les advertí en tu nombre-. Porque hay que escoger, señores. Fama la tienen, mucha y mala. Dinero tienen mucho también y pueden tener muchísimo más. Y lana mala es una contradicción. Nomás no la hay. Dinero o fama. No se puede ser bígamo político.

Claro, prefieren el dinero. Serán tus silenciosos aliados. Manejan los hilos de la represión y de la persuasión también. Todo a la chita callando. Saben que tienes la mano dura. Tu decisión de extraditar al capo di tutti capi Silvestre Pardo les ha infundido pavor. Saben que, si lo quieres, puedes ligar a cualquiera de los otros caciques con el narco y expulsarlos a los USA, donde los espera la pena de muerte. Y a ti, la gratitud de la Casa Blanca.

Otro éxito tuyo inmediato. Los gringos nos han perdonado la vida. Tu decisión de apoyar la intervención militar norteamericana en Colombia es presentada como parte del combate antidrogas. ¿Qué sería de los centros financieros norteamericanos sin el lavado de dinero del narcotráfico? Y en cuanto al petróleo, has convencido a la Presidenta Condolezza Rice de que dejarás que el mercado decida el precio, sin necesidad de declaraciones nuestras de apoyo a los árabes.

– La necesidad no tiene ley le dijiste por teléfono a Condolezza, un argumento que ella entiende perfectamente.

¡Por teléfono, Nicolás! ¿Te das cuenta? Te han bastado un par de actos de obsecuencia (de "achichincle", diría un tonto folklórico) para que Washington nos levante las sanciones. Y como el Presidente Terán tuvo la discreción necesaria de nunca protestar, lo que sucedió de enero a mayo pues nada más no sucedió.

– Hay páginas blancas en todos los libros de historia -te dijo doña Condolezza.

El hecho es que desde hoy se reestablecen todas las comunicaciones y esta engorrosa tarea de escribirnos cartas ha terminado.

¿Por qué, entonces, te escribo?

Para dejar constancia.

¿Sabes? Me encanta hurgar en los archivos. Igual que tú. Gracias al distraído don Cástulo Magón le freíste los camotes al despreciable Tácito de la Canal. Desde que vi tu fólder de la ENA de París, me puse a atar cabos y como una Sherlock Holmes cualquiera, me puse a investigar. Sherlock Holmes. ¿Así está bien escrito? Porque tuve un amigo cubano al que sólo le salía decir "Chelmojones". Era uno de esos pintorescos cubanos que se reinventan una biografía con el pretexto de que todo lo pronuncian mal. ¿Cómo vas a saber quién era un actor de cine famoso que ellos pronuncian "Cagable"? ¿O un soplón literario que ellos llaman "Letamal"? ¿De dónde sacan que hay una película llamada "Ciudadano Caín"? ¡Abel, chico! ¡Abel!

Total, que me puse a inducir. De lo particular a lo general, pieza por pieza.

A México llegaste de la ENA en París y te instalaste en tu ciudad "natal", Juárez, cruzando la frontera al diario para consultar en la biblioteca de la U. de Texas en El Paso y devorarte en la hemeroteca todo lo relativo a política mexicana de Salinas para acá. Acabaste reclamando residencia en Juárez y produjiste tu acta de nacimiento difusa, confusa, hijo de padre mexicano y de madre norteamericana, ambos contadores de profesión, a sueldo de compañías maquiladoras que a su vez eran frentes de grandes empresas yanquis con doble y hasta triple contabilidad, presidida por el magnate Leonardo Barroso padre. Es decir: tu biografía familiar pertenecía a sombras irrevelables que comprometían a empresas de acá y de allá. Se justificaba el secreto. Naciste en clínica texana, pero mexicano de nacimiento en virtud del artículo 30, fracción A. II, los nacidos en el extranjero de padre mexicano. Fortuna que no tuvieron José Córdoba o Rogerio de la Selva, hombres fuertes de los gobiernos de Carlos Salinas y de Miguel Alemán, pero impedidos constitucionalmente por su extranjería de llegar a la Silla del Águila. Pero esto lo sabes porque nadie tiene más fresca la historia política de México, dado que la estudiaste tan a fondo y hace tan poco tiempo… No como los demás, que la aprendimos en la escuela primaria. O la mamamos.