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Es usted moralmente admirable, señor Presidente. Que la sociedad se limpie a sí misma. Que los impuros sean purgados por los puros -o que se purguen a sí mismos-. Perdone, nuevamente, mi franqueza y permítame, señor Presidente, mitigar mis críticas. Usted mismo se ha dado cuenta de que hay zonas tan oscuras de la vida mexicana que sólo gente con manos sucias puede controlarlas. Al mismo tiempo, se esmera usted en elevar a funcionarios probos que le dan la cara bonita del régimen al público. Prueba de esto último es su secretario de la Defensa, un militar de honorabilidad comprobada, el general Mondragón von Bertrab. Prueba también es el secretario de Gobernación, Bernal Herrera, un profesional honesto que cumple con la ley pero que conoce bien la máxima latina dura lex, sed lex. La ley es dura pero es la ley. En cambio, tanto usted como Von Bertrab saben perfectamente que el jefe de la policía, Cícero Arruza, es un matón brutal que no se anda por las ramas para reprimir con o sin razón.

¿Un mal necesario? Quizá. Pero hay otro caso, señor Presidente, que usted se niega a contemplar y es el de su jefe de Gabinete Tácito de la Canal. Ya sé que me expongo terriblemente: acuso sin pruebas. Está bien. Me remito a una simple observación moral. ¿Puede ser honesto un hombre tan zalamero como Tácito? ¿No sospecha usted que detrás de tanto servilismo tiene que haber un pozo de hipocresía? ¿No cree que Tácito de la Canal merece una mirada más acuciosa de parte suya? ¿O debo imaginar que usted se hace el ciego por conveniencia y deja que Tácito sea su cancerbero servil y antipático sólo para que usted viva en paz, halagado por su esclavo y defendido por su perro? Le juro que entiendo la necesidad de tener a un enano mal encarado a la puerta del castillo para librarse de los latosos, los indeseables, los ambiciosos. ¿Ha pensado usted que su mastín de utilería le ahuyenta también al honrado consejero, al amigo leal, al técnico útil, al intelectual preocupado, sólo porque en ellos Tácito ve, con mayor razón que en los sinvergüenzas, a sus peores rivales por la atención presidencial?

Le repito señor Presidente, perdone la franqueza a veces brutal de mi análisis, pero para eso me dio usted función: para decirle la verdad. Se lo advertí desde el primer día. El político puede pagarle al intelectual. Pero no puede confiar en él. El intelectual acabará por disentir y para el político esta será siempre una traición. Malicioso o ingenuo, maquiavélico o utópico, el poderoso siempre creerá que tiene la razón y el que se opone a él es un traidor o, por lo menos, alguien dispensable.

9

María del Rosario Galván a Bernal Herrera

Comprendo, Bernal, que debas efectuar un chequeo completo de seguridad antes de admitir en el centro neurálgico de la Presidencia a un desconocido como Nicolás Valdivia. Leo con detenimiento la ficha que me envías. Nacido el 12 de diciembre de 1989 en Ciudad Juárez, Chihuahua. Padre mexicano, madre norteamericana. Ambos trabajando en El Paso, Texas, pero domiciliados en México. Registro de Nicolás consta en Archivos de Ciudad Juárez. Padres muertos en accidente de carretera cuando Valdivia tenía quince años.

Luego hay un gran hueco hasta que Valdivia aparece estudiando en París en la misma escuela que tú y yo. Lo he sondeado. Conoce bien las materias y los maestros. Conoció en la Embajada de México en Francia al general Mondragón von Bertrab, entonces attaché militar de la Misión. Von Bertrab utilizó al joven estudiante de la ENA para hacer informes, recabar datos, etc. Él lo trajo de vuelta a México, donde Valdivia permaneció cinco años dedicado a estudiar por cuenta propia en su nativa Chihuahua.

¿Qué fue de su vida entre los quince y los veinticinco años? Le he pedido información al ahora secretario de la Defensa, Von Bertrab. Sonrió. ¿Quién conoce en realidad la vida de un adolescente huérfano obligado a ganarse la vida?

Von Bertrab me tranquilizó. Habla con él si quieres rubricar lo dicho. Nicolás vivió una vida andariega, en buques-tanque mexicanos, cargueros holandeses, tocando regularmente el puerto de Tampico, leyendo mucho, estudiando a tropezones, presentando materias a título de suficiencia, hasta lograr el ingreso a la ENA gracias a una solicitud del general con la documentación que comprueba la difícil educación de Valdivia, su empeño, su desvelo. Vaya, una juventud a la Jack London o Ernest Hemingway…

¿Quieres recomendación mejor, Bernal? Quizás haya una que otra travesura en una vida así. Confía (una vez más) en mi intuición femenina. Nicolás Valdivia me mira con cara angelical. Dice que me quiere. Lo dejo quererme. Pero yo sé mirar la otra mirada, la furtiva, la de este joven cuando cree que yo no lo miro. Esa mirada "flaca y hambrienta" descrita por Shakespeare en julio César. Es la mirada de la ambición. ¿Un pequeño demonio con cara de ángel? ¿Qué queremos sino esto, querido amigo, para vencer a Tácito de la Canal? Que Valdivia nos lo deba todo y nos lo entregue todo. La intuición me dice que es nuestro agente ideal.

Tú me indicas que en política la sangre nueva es necesaria pero peligrosa. Déjame, querido, que sea yo quien corra el riesgo y, en su caso, pague el precio de los daños si es que los hay. Tú y yo estamos en un juego de política realista. Idealista a ratos, como lo ha comprobado desastrosamente nuestro Presidente este 10 de enero. Pero finalmente, por fuerza, realista, así sea debido a la respuesta de facto que provocan nuestros desplantes de jure. Lo bueno de la realpolitik es que la puedes revertir en un instante, dejando intactos los principios permanentes. Nicolás Valdivia es un accidente de la realpolitik tuya y mía. Como lo recogimos, igual lo echamos a la basura.

Imagínate, yo he ido al extremo lúdico de decirle que seré suya sexualmente cuando él llegue a la Presidencia. ¡Creó que me lo creyó! O en todo caso, que mi propuesta le encendió la imaginación y le acicateó el deseo.

Sea como fuere, necesitábamos un operador nuestro en la cueva donde habita la tarántula. Si nuestra hormiguita Valdivia se deja picar y muere, tant pis pour lui. Lo sustituimos. Por el momento, él es nuestro hombre en Los Pinos. Déjame a mí engañarlo y manipularlo. Ten la seguridad de que, si es inteligente, nos servirá puntualmente.

Cuando le dije:

– Tú serás Presidente de México, el joven Valdivia no se inmutó. No demostró asombro. Acaso pensó, como tú, “¿Qué tal si nos. traiciona, qué tal si revela nuestro plan, por indiscreción o por ambición?”

Creo que este chico es muy inteligente. Sabe leer miradas. Leyó la mía: “Si me traicionas, nadie te creerá. Creerán que eres sólo un pequeño ambicioso y quizás hasta un gran tonto. No me haces falta como víctima. Te necesito como aliado. Un Luzbel como tú me hace falta.”

Es tan astuto como vanidoso. Cree en mí. El problema va a ser cuando se desengañe. Puede reaccionar como víctima vengativa. Hay que asegurarse de que nuestras víctimas no tengan armas para la venganza.

10

"La Pepa" Almazán a Tácito de la Canal

Amo mío, mi peloncito de oro, mi huevo salado, dime nomás si a mí me va a importar escribirte cartas si no he hecho otra cosa desde que nos hicimos novios y tuve el cuidado, ahora más que nunca, amorcito, de no mencionar tu nombre santo. Tú lo sabes: quiero que un día, pasado mucho tiempo, sí, descubran en el baúl de mi abuelita yucateca el paquete de mis cartas de amor, que para entonces ya no serán cartas de casada infiel, sino de apasionada y romántica amante, que es exactamente lo que soy para ti, mi panzoncito pelón, mi peor-es-nada dirán las malas lenguas porque no conocen tu buena lengua tan sabrosa, larga y templada cuando me recorres a besos mi cuerpo ideal de Venus alabastrina, como acostumbras llamarme… Pero basta de placeres, amorcito anónimo, y vamos a lo que te truje, que es la cercanía cada vez mayor de la intrigante MR con tu rival el secre BH. A veces te pasas de bueno, cariño santo, y por tu lealtad al P no miras a quienes quieren hundirte pintándote como un lambiscón sin escrúpulos. Esa es toda la tirada de la parejita infame, hacerte aparecer como un ambicioso lameculos sin moralidad cual ninguna que se aprovecha de la cercanía del P para escalar y llegar a ser, tú también, P en la siguiente vuelta. Porque no nos hagamos pes, mi querido T, ya pasó el tercer año del "periodo" (y no me refiero a mis divinas hormonas) y lo único que importa en P es la sucesión del P.