Tómelo como quiera. Yo me limito a informar, cumpliendo al pie de la letra (o será desde el corazón de las tinieblas que el señor licenciado esconde detrás de velluda coraza) las instrucciones de mi bella dama, la audacia del susodicho voyeur de vuestra distinguida y delectable desnudez, señora, y ahora exhibicionista él mismo de un amor que -¡confío!- no sea correspondido. La apariencia, la postura, el desdén evidente de Tácito de la Canal hacia sus empleados, produjo un silencio inmediato y la sensación de que una cobija mojada había caído sobre todos los presentes.
Se retiró sin decir nada, me felicitó por mi 'Jocosa' iniciativa y sin quererlo, como reacción a su deprimente presencia, provocó una alegría desmedida apenas se largó. Hay gente así. Mandé escanciar las frías y muy pronto la alegría que le digo se desbordó peligrosamente, como si las masas estuvieran a punto de tomar la Bastilla. Yo fui recorriendo los grupos, animando, alegrando, hasta caer en lo que podríamos llamar el Senado de los Archivistas.
¿Desde cuándo está allí el más viejo? ¿Desde López Mateos? ¿El más joven? ¿Desde López Portillo? ¿Les interesa su trabajo? Cómo no, les exige gran orden para seguir las pautas de temas, calendarios y personalidades. ¿Leen lo que archivan? Miradas en blanco. No. Nunca. Reciben papeles, basta el sello de la oficina, la fecha, el Asunto marcado arriba a la derecha y meter en el expediente del caso. ¿No hay nada marcado, digamos, "confidencial", "secreto", "personal" o algo así? Claro que sí. ¿Recuerda alguno de ustedes algún tema bajo estos rubros? No, ellos se limitan a archivar.
Sus ojos me dijeron que, una de dos: o se aburrían o no entendían. Además, la masa de papel que entraba día con día era tal que apenas daba tiempo de archivar. Y listo.
¿Tenía yo derecho de consultar?
No hice la pregunta porque distinguí en los archivistas, querida amiga, un sentimiento de gremio. Gremio de papel viejo, de sótanos oscuros, de horarios largos, tediosos e invariables, de vacaciones breves y mal pagadas, de familias borrosas y rostros pálidos.
Escogí a uno solo. El que dijo datar de tiempos de López Portillo. El que ni a la hora de la fiesta se quitaba el uniforme del viejo oficinista mexicano: visera verdosa ceñida a un cráneo arrugado y protegiendo una mirada sin curiosidad ni sospecha. Cuello de celuloide sujeto a la camisa por un botón blanco de plástico. Chaleco desabotonado y ligas en las mangas para disimular la desproporción entre largo del brazo y largo de la manga -o, quizá, para evitar que los puños se desgastaran.
– Mi familia es de jalisco -le dije mintiendo, sin provocar la menor reacción.
– Somos parientes de los Gálvez y Gallo -continué.
La mirada se le iluminó.
– ¡El señor secretario particular que más admiro! -dijo con verdadero alborozo.
– El mismo -le sonreí.
– ¡Qué caballero! ¡Casado con una verdadera dama! Fíjese, señor Valdivia, nunca se olvidaron del cumpleaños de uno solo de nosotros, nunca nos faltó un regalo, una sonrisa… ¡Qué diferencia!
– ¿Diferencia con Tácito de la Canal?
– Yo no he dicho eso -el viejo se llevó una mano a la boca-… yo no…
Lo abracé fuerte.
– Pierda cuidado, ¿señor…?
– Cástulo Magón, para servir a usted. Archivista desde 1982. ¡Otros tiempos, señor Valdivia! -Cómo no. Recordar es vivir. Tengo mucho interés en nuestros archivos.
– ¿De veras?
– De veras, don Cástulo.
– Pues a sus órdenes, cuando usted guste baja usted abajo. Con mucho gusto. Pero se lo advierto, son muchos papeles, es mucha historia, uno mismo se pierde en esos vericuetos.
No, le dije: Yo sé lo que busco. No se preocupe.
20
Xavier Zaragoza "Séneca" a Presidente Lorenzo Terán
El tiempo pasa, señor Presidente, y usted no se digna consultarme, en su tercer año de gobierno, ¿qué debo hacer, "Séneca"? Pues figúrese que me remonto nada menos que a Las mil noches y una noche, señor Presidente, y le recuerdo el ejemplo del rey Harún-al-Rachid, que al caer la tarde salía de su palacio vestido con harapos a mezclarse entre la gente y oír lo que en verdad se decía, no lo que sus paniaguados le hacían, cortésmente, saber. Pues, ¿sabe usted, señor Presidente? México es un país de fatalidades dinámicas. Usted profesa una fe excesiva en la sociedad civil, en la libertad popular. Mi consejo bien meditado es: Póngase límites. Si deja a nuestra gente moverse sin guía, al rato la libertad se convertirá en tumulto, sólo que esa dinámica libérrima no tendrá el nombre de la voluntad sino el de la fatalidad.
Este es un país con demasiadas insatisfacciones sepultadas en el tiempo, largos siglos de pobreza, de injusticia, de sueños soterrados.
Si no hay cauce político, si sólo hay libertad irrestricta, el cenote subterráneo saldrá brotando a la superficie, se convertirá en torrente y lo arrasará todo. Ya sé que usted confía en dos cosas. Por una parte, que el pueblo sabrá apreciar las libertades que usted le reconoce. Por la otra, que la fuerza está presente en un ejército profesional (Von Bertrab) y una policía brutal (Arruza). Ellos se encargarán de domar a los caciquillos, que en lugar de desaparecer con la democracia, han proliferado con la libertad.