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¡Cómo te extraño, mi Pepona! Caliente y cariñosa, pero fiel esposa y cariñosa madre. Qué seguro me siento de que mis "tres tés", Tere, Talita y Tutú, estén contigo, mis trillizas llegadas al mundo en perfecto orden, dándole un aura de gloria virginal a tus tres partos sucesivos pero en realidad simultáneos, pues dime tú, ¿alguien recuerda en qué orden aparecieron las trillizas? Es como si hubiesen bajado, mis tres ángeles, juntitas del cielo a bendecir nuestra unión, mi Josefina, un matrimonio singularmente feliz, por encima de lejanías, chismorreos y beatitudes. Una boda hecha, como nuestras tres hijas, en el Paraíso.

¿Recuerdas la boda?

¿Recuerdas la Hacienda de los Lagartos, engalanada para nuestras nupcias? ¿Recuerdas el jardín con docenas de flamencos color de rosa? ¿Recuerdas el peninsular banquete de papadzules y huevos motuleños, gallina en escabeche y queso relleno? ¿Recuerdas el calor de la noche, nuestra entrega amorosa, la ansiedad de tu madre en la recámara de al lado en el Hotel del Garrafón, esperando que pidieras auxilio si te dolía -¡ay, ay, ay!- o que cantaras La Marsellesa si te gustaba -¡ay, ay, ay, allons enfants de la patrie-. ¡Qué bueno, mi Pepona, que me dejaste tomar la Bastilla de tu apretada cárcel, qué bueno que te gustó la guillotina de Andino!

Bueno, ya ves que sólo contigo me desahogo, vuelvo a ser el Andino Almazán del que te enamoraste hace ya doce años, te casaste hace once y tuviste trillizas hace diez. Y en seguida regreso a mi habitual y obligada tesitura de secretario de Hacienda, totalmente absorto en el mundo de la economía, disfrazándome a mí mismo con la máscara de la estadística, creándome un personaje exterior para disfrazar mi obsesión interna, que sos vos, mi gorda adorable.

Despierto mañana y ya no soy tuyo, Josefina.

Oigo lo que dicen de mí:

– Cuando Andino entra a una oficina, la temperatura desciende.

– Ha entrado el señor secretario. Todos de pie.

– Cuídate. El secretario Almazán sólo tiene dos opiniones. La suya y la equivocada.

Mi alma se muere, mi Pepa. Pero he asumido este compromiso y le debo su cumplimiento al señor Presidente, al país y a mí mismo. Si yo no estuviese en Hacienda, el barco se iría a la deriva. Soy un timonel indispensable. Soy el de la cantinela de rigor, rigor y más rigor. Evitar la inflación. Subir los impuestos. Bajar los salarios. Fijar los precios. Soy el hombre de hielo. Siendo yucateco tropical, paso por avaro regiomontano. Avaro de presupuesto y avaro de palabra.

Y es que me he propuesto ya no decir nada, mi Pepa. Cada vez que abro la boca para castigar al Congreso, sólo asusto a los inversionistas. Mejor me callo. Paso por el perfecto Pacheco. No digo nada porque no tengo nada que decir y por eso me he hecho fama de sabio. Todo lo miro con frialdad imparcial, pero no entiendo nada. Está bien. Alguien tiene que desempeñar este desgraciado papel. He tenido que correr a tres subsecretarios demasiado locuaces. El que dijo:

– La miseria en México es un mito.

El que dijo:

– Si no pasan la ley fiscal nos vamos a derrumbar como la Argentina.

El que dijo:

– Los pobres tienen la virtud de ser discretos.

Me han contratado para sacarle la infección al sistema. Soy el Flit del gobierno. Ando a la caza de insectos.

Y mi vida, mi amor, se me va secando, se me secaría si no fuera porque te tengo a ti y mis tres tés, Tere, Talita y Tutú. Mándame foto reciente de todas ustedes. Hace tiempo que se te olvida hacerlo. Yo ni te olvido un minuto. Tu A.

Posdata: Esta te la envío, para mayor seguridad, con mi buen amigo y colega Tácito de la Canal. Dicen que hay que vivir en el Gabinete como si ya estuviéramos muertos. Tácito es la excepción. Gracias a él entro y salgo sin trabas del despacho presidencial. Es un hombre ágil, con futuro, dúctil cuando es necesario, duro cuando es el caso. Confía en él. Vale. AA.

23

General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab

Mi general, usted y yo estamos en comunicación constante y cordial. Le consta que siempre he reconocido su superioridad jerárquica y, por encima de todo, por encima de usted y de mí, la del señor Presidente de la República, Jefe Nato de las Fuerzas Armadas. Pues bien, mi general, con la franqueza de siempre le advierto que este chingado país se nos está saliendo del huacal. Ah caray, qué orgullosos nos sentimos de que setenta millones de mexicanos tengan veinte años o menos. Un país de niños. ¿Usted los ha oído? ¿Ha acercado la oreja al piso? ¿Cómo cree que esos jóvenes ven a la momiza que los gobierna, es decir los cincuenta millones restantes?

¿Qué edad tiene usted? ¿Cincuenta, cincuenta y dos? Y yo, ¿sesenta y cuatro, sesenta y cinco? Vaya, que los registros de mi pueblo perdido en el estado de Hidalgo no son muy confiables -si es que existe el estado de Hidalgo, una invención para separar a la Ciudad de México de estados rivales y peligrosos como Michoacán y jalisco-. Vaya, el Uruguay de México, nomás que pobre y sin registros. En fin, mi general, que usted y yo estamos en la flor de la edad, decía mi abuelita. Pero la ruquiza entumida, así dicen de nosotros los jóvenes. Andan buscando su líder juvenil. Tan joven como lo fueron Madero, Calles, Obregón, Villa y Zapata al lanzarse a la Revolución: todos menores de treinta años.