Ese hombre, ¿eres tú, Nicolás Valdivia? ¿Tan equivocada estoy cuando lo pienso? ¿Tan débil se me ha vuelto mi reputada intuición? ¿Tan afásica me ha vuelto la política cotidiana que la mitad de mi cerebro -la mitad moral- ya no funciona? ¿O es que tú, mi bello amigo, eres quien la revive? ¿Milagrosamente?
Bueno, de manera que si la regla de la discreción se vuelve imposible, quizá las de la hipocresía, la corrupción y la mentira se desvanezcan con ella. De tal manera, te digo, que haré virtud de necesidad y me entregaré, con absoluta imprudencia, a la indiscreción.
Esta carta que te escribo, Nicolás Valdivia, es prueba de ello. Ya no hay otra manera de comunicarse, salvo la verbal, la presencia inmediata que es demasiado peligrosa, o la mediata, menos arriesgada pero al cabo la única que nos queda. La cuestión, mi muy deseado galán, es saber cuál de las dos maneras -la escrita o la oral- es la que, fatalmente, apresurará lo que ambos deseamos, sólo que a ritmos diferentes. El camino a mi lecho no está despejado, mi querido Nicolás. Hay mil puertas que deberás abrir antes de llegar a él. Es casi como en un cuento oriental, ¿recuerdas? Te pondré a prueba día con día. La recompensa depende de ti. Sé que te bastaría mi cariño carnal para sentirte satisfecho. Yo admito que deseo tu cuerpo, pero aún más tu éxito. El sexo puede ser inmediato y luego quedarse en un triste e insatisfactorio
quickie.
En cambio, la fortuna política es un largo orgasmo, querido. El éxito tiene que ser mediato y lento en llegar para ser duradero. Un largo orgasmo, querido. Ve abriendo las puertas, mi niño, una a una. El último umbral es el de mi recámara. El último candado es el de mi cuerpo.
Nicolás Valdivia: yo seré tuya cuando tú seas Presidente de México.
Y te lo aseguro: yo te haré Presidente de México. Por esta cruz de mis dedos te lo juro. Por la santísima Virgen de Guadalupe, te lo prometo con santidad, mi amor.
2
Xavier Zaragoza "Séneca" a María del Rosario Galván
No pretendo que me hagan caso. Un "consejero áulico" cumple con su deber aconsejando con buena voluntad -no basta- y buena información -no se nos da-. Si logro sobrevivir esta desgracia será, precisamente, porque en esta ocasión el señor Presidente, desgraciadamente, sí me hizo caso.
Como es mi costumbre, dilecta amiga, invoqué los principios, que para eso tengo la oreja del Presidente. Soy el Pepito Grillo de su conciencia. Saco del armario mi colección de principios éticos. Acaso mi esperanza secreta, María del Rosario, es que mi conciencia quede a salvo aunque la realpolitik se vaya por el lado del pragmatismo. La realpolitik, sabes, es el culo por donde se expele lo que se come -caviar o nopalito, pato á l’orange o taco de nenepil-. Los principios, en cambio, son la cabeza sin ano. Los principios no van al excusado. La realpolitik atasca los inodoros del mundo y en el mundo del poder tal como es, no tienes más remedio que rendirle tributo a la madre naturaleza.
Pero hoy, por una vez, vencieron los principios. El Presidente decidió, quizá como regalo de Año Nuevo 2020 a una población ansiosa, más que de buenas noticias, de satisfacciones morales, que pediría en su Mensaje al Congreso el abandono de Colombia por las fuerzas de ocupación norteamericanas y, de pilón, prohibir la exportación de petróleo mexicano a los Estados Unidos, a menos que Washington nos pague el precio demandado por la OPEP. Para colmo, anunciamos estas decisiones en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. La respuesta, ya lo viste, no se hizo esperar. Amanecimos el 2 de enero con nuestro petróleo, nuestro gas, nuestros principios, pero incomunicados del mundo. Los Estados Unidos, alegando una falla del satélite de comunicaciones que amablemente nos conceden, nos han dejado sin fax, sin e-mail, sin red y hasta sin teléfonos. Estamos reducidos al mensaje oral o al género epistolar -como lo comprueba esta carta que te escribo con ganas de comerla y tragarla-, ¿por qué demonios me hizo caso el señor Presidente y puso los principios por encima de la cabrona realidad? Ahora me doy de cabezazos contra el muro y me digo:
– Séneca, ¿quién te manda ser hombre de principios?
– Séneca, ¿qué te cuesta ser un poquito más pragmático?
– Séneca, ¿por qué vas en contra de la mayoría del gabinete presidencial?
Pues aquí me tienes, mi querida María del Rosario, aquí tienes a Séneca el cabezón dándose de cabezazos contra la pared de la República -nuestro eterno muro de las lamentaciones mexicanas.
Menos mal, querida amiga, que el muro no es de piedra. Está acolchado, como en los manicomios, que es donde debería estar tu amigo Xavier Zaragoza, bien llamado "Séneca:" por excelentes y pésimas razones. Natural de Córdoba, el filósofo del estoicismo (aprende si no lo sabes y aguanta con paciencia si ya lo sabes pero aún me quieres), acabó suicidándose en la corte de Nerón. Sus principios no se avenían con la práctica imperial. En cambio, hasta el día de hoy "Séneca", en su nativo solar andaluz, significa "sabio", "filósofo".
¿Cuál crees que sea mi destino en la corte presidencial de México, querida María del Rosario? ¿La vida del encanto o la muerte del desencanto? Pues mira que tenemos motivos de desaliento en nuestro país al debutar este año del Señor del 2020 -comunicaciones cortadas, aislamiento mundial, alzamientos aquí y allá, alarmas de fractura social y geográfica… y un Presidente bueno, bien intencionado, débil… y pasivo.
No me culpes de nada, María del Rosario. Tú sabes que mis consejos son sinceros y a veces hasta brutales. Nadie le habla a nuestro Presidente con la franqueza que tú me conoces. Creo apasionadamente que el país necesita por lo menos una voz desinteresada cerca del oído del Presidente Lorenzo Terán. Tal es nuestro acuerdo, querida amiga, el tuyo y el mío. Yo estoy para decir: