Perdone mi sinceridad al respecto. Es la de un cancerbero, lo sé, lo entiendo, lo asumo con humildad. Usted actuará con la libérrima voluntad que le otorga su investidura. Pero, ¿qué pensaría de un jefe de Gabinete -puesto con el que me honra- si no le hablase con sinceridad? Con humor histórico le digo, no soy el secretario al que el General, Presidente y Jefe Máximo Plutarco Elías Calles le preguntó:
– ¿Qué horas son?
y respondió:
– Las que usted guste, señor Presidente.
Soy un hombre acostumbrado a hacer lo que me disgusta.
Disponga de mí.
30
Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván
Mi bella dama, le he mencionado a Penélope, la secretaria que trabaja en la oficina de Tácito de la Canal. Penélope Casas se llama y se la he descrito a usted como una mujer paquebote. Así se desplaza, como un trasatlántico en alta mar, vigilando el trabajo secretarial, animando a las chicas (que en esa oficina cunde el desánimo como el mal aliento de Tácito), sirviéndoles a veces de confidente y consejera, otras de paño de lágrimas. Y es que Penélope es dueña de un regazo tan grande como su busto y su busto es un rebozo del tamaño de una bandera. Cara morena, punteada de viruela infantil que doña Penélope oculta sin mucho cuidado y un poco de polvo mate. Labios muy pintados como para distraer y dos cejas tupidas y unidas como las muy célebres de Frida Kahlo. En cuanto a la cabellera, María del Rosario, yo creo que nuestra portentosa diosa azteca debe levantarse a las cuatro de la mañana para armar esas trenzas con listones, esas torres tambaleantes que la coronan, esa lluvia de flecos que le esconden una frente chata y estrecha.
Si le cuento todo esto, es sólo para reafirmar la imagen de fuerza de nuestra Coatlicue burocrática y para que se imagine usted mi asombro ayer, cuando la encontré inmóvil, bañada en lágrimas, mojando con su llanto el papel secante oportunamente colocado debajo de su rostro pesumbroso.
– Doña Penélope, ¿qué le ocurre?
No logró sofocar el llanto. Levantó el puño apretando unos papeles y sólo entonces pudo decir:
– Bilimbiques, señor Valdivia, patacones argentinos, papel de baño, acciones -no valen nada. ¡Menos que un klínex!
Me pasó el puñado de papeles. Eran acciones de la Mexicana de Energía que ayer de mañana se declaró en quiebra, dejando en la miseria a los miles de humildes accionistas que pusieron su fe en la privatización de la empresa nacional en tiempos del Presidente César León, siguiendo el ejemplo, que le sirvió de hoja de parra, de Fidel Castro cuando permitió a las empresas privadas extranjeras invertir en energía y le calló la boca a los ruidosos nacionalistas mexicanos.
Bueno, ayer la MEXEN se declaró en quiebra y sus accionistas, como doña Penélope, se quedaron en la calle. Pero los inversionistas ya habían ganado millones callándose la quiebra inminente y vendiendo sus propias acciones referenciales cuando valían oro.
Le cuento lo que ya sabe para llegar a lo que no sabe, mi señora.
Voy por pasos.
Cuando se estructuró la MEXEN como empresa privada en tiempos de César León, los directores pusieron normalmente a la venta las acciones como las que adquirió doña Penélope, pero simultáneamente emplearon, como imán para invertir a otras compañías fuertes (aseguradoras, bancos, industrias, comercios) la seguridad de darles información confidencial a fin de duplicar -por lo menos- su inversión inicial en cuestión de meses. Para ello, la MEXEN se constituyó en compañía doble. Una, la empresa pública abierta a los pequeños accionistas. Otra, la empresa secreta reservada a inversionistas fuertes.
Los pequeños accionistas, como doña Penélope, no sólo no tuvieron acceso a la compañía privilegiada: ignoraban su existencia.
¿Cómo sé todo esto? Gracias a nuestro archivista don Cástulo Magón. Flotando sobre el mar de lágrimas de doña Penélope, le dije a Cástulo:
– El archivo de MEXEN. El viejo me dijo:
– ¿Cuál de todos?
Su respuesta me desconcertó.
– ¿Cuántos hay? -le pregunté.
– Bueno, son tres, el oficial, el confidencial y el shredded wheat.
– ¿El shredded wheat?
– Sí, el que me mandaron destruir. El triturado, pues.
– ¿Y por qué no lo hizo?
– Ay, señor licenciado, yo tengo un respeto por los documentos.
Lo observé impasible, dejándole hablar.
– ¿Sabe usted que don Benito Juárez, huyendo del ejército francés de ocupación, fue desde la capital hasta la frontera, del norte con tres diligencias cargadas con los papeles oficiales de la República?
– Sí, Cástulo, lo sé. ¿Qué tiene que ver?
El viejo se sonrojó de orgullo.
– Papel que llega a mis manos, papel que nunca desaparece, señor licenciado.
Y abombando el pecho, agregó:
– Un documento en mis manos es algo sagrado. Nunca se pierde, se lo aseguro.
– ¿Saben los de arriba de esta fidelidad suya?
– No es fidelidad a nadie don Nicolás. Es deber para con la Nación y la Historia.
¿Y cómo estaban clasificados los famosos documentos? Pues los que se querían tener a disposición para consulta, bajo "Mexicana de Energía (MEXEN)". Los secretos, bajo el rubro "Modelos de Privatización. Y los conservados por don Cástulo no tenían título alguno, salvo el del mencionado cereal de desayuno, shredded wheat.
He pasado una noche febril, María del Rosario, reconstruyendo la movida chueca de los directores de MEXEN. Te la resumo. Los ejecutivos le reservan la información confidencial a los grandes inversionistas y se la niegan a los pequeños accionistas. Por ejemplo, le informan a los inversionistas fuertes que la empresa posee un centenar de compañías que no se hacen públicas a fin de mantener en secreto los dividendos y evitar el pago de utilidades. MEXEN es un parapeto, un biombo para inversiones interrelacionadas de lucro multiplicado.