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Estas operaciones no aparecen en los balances trimestrales de la compañía. Ésta -MEXEN- da a conocer ganancias sólo al pequeño y privilegiado grupo de inversionistas, pero no al extendido y desinformado grupo de accionistas. Es decir, las principales utilidades de la empresa privilegian a unos y dejan fuera a otros.

El nombre del juego es confidencialidad. Pero los gestores juegan triple: engañan a inversionistas y a accionistas, a fin de beneficiarse a sí mismos. Se trata de ocultar conflictos de intereses. Si tú inviertes legítimamente en MEXEN, tu dinero puede ir a dar a una compañía que prohíbe la inversión pública o es del dominio reservado de la nación. Esto no lo saben ni los pequeños accionistas ni los grandes inversores. Aquéllos se contentan con utilidades mínimas y éstos con grandes utilidades. Nadie pregunta nada. Pero los gerentes de MEXEN pueden ser a la vez empleados de la compañía y socios principales. Le reservan el 10% de las ganancias a los accionistas y se guardan el 90% para ellos.

¿Cómo? Multiplicando las empresas duales. Por ejemplo, la subsidiaria "A" de MEXEN es en realidad parte de la subsidiaria "B", pero los directores hacen creer que son dos compañías diferentes. Cuando la subsidiaria "A" reduce ganancias invocando tratos fracasados con la subsidiaria "B" -que sin embargo es, como queda dicho, una simple máscara de la compañía "A"- los directivos de "A" se quedan con las ganancias reales y le cargan a los accionistas las pérdidas imaginarias de "B" como si fuesen pérdidas de "A". Es decir: "A" no es el socio dañado de "B". Es igual a "B" pero hace a "B" culpable de sus pérdidas. Las ganancias se quedan con directivos e inversionistas. Las pérdidas se le cargan a accionistas como doña Penélope.

Sólo que estos pillos han ido más lejos, María del Rosario. Crearon una compañía "C" para captar inversiones y hacer préstamos a la compañía "A". La compañía "A" promete emitir más acciones si caen las inversiones de "C" para mantenerla solvente. La compañía "B" invierte millones en la compañía "C" y ésta, a su vez, invierte en la compañía "A".

Pero aquí viene el error y el desastre. La compañía "A" obliga a la compañía "B" a comprar acciones a precio fijo en seis meses para protegerse de una eventual caída de valores en la Bolsa. Pero "B" se adelanta y compra cuando el precio está bajo, ganando millones. "A" se protege vendiendo acciones a "C". Pero cuando las acciones en efecto descienden, "A" le pasa sus acciones a "C" para mantener solvente a la sociedad. Entonces "A" empieza a emitir más y más acciones hasta diluir los valores en manos de los accionistas como doña Penélope.

En este punto, los inversionistas ya hicieron su agosto y cosecharon sus miles de millones a costillas de los accionistas. Tienen, pues, la libertad de declararse en quiebra porque ya obtuvieron utilidades astronómicas y lo más conveniente es concluir este juego e iniciar uno nuevo antes de caer en las trampas creadas por ellos mismos.

Es como el cuento de un zorro que conoce todas las trampas que le han puesto los cazadores, pero desconoce la trampa que el zorro se puso, para engañar a los cazadores, a sí mismo.

María del Rosario, una de las ventajas de burocracias como la nuestra es que los archivistas no cambian porque nadie piensa en ellos. Son peones olvidados o, en el evento, sacrificables en el gran tablero. Y los veloces alfiles del juego saben que los peones desconocen su propio valor. No saben lo que archivan. María del Rosario: el humilde archivista don Cástulo Magón acaba de decidir la sucesión presidencial en México.

– ¿De dónde salieron estos documentos, don Cástulo?

– Me los entregó personalmente don Tácito de la Canal.

– ¿Le pidió secreto?

– No, qué va. Él cuenta con mi discreción absoluta. Sólo una vez me dijo:

– Destruye esos papeles. No tienen importancia. Nos vamos a ahogar en papeles sin importancia.

Don Cástulo se pasó la mano por el puente de cabellera prestada para disimular su calvicie. Yo estuve a punto de decir:

– Pudo destruirlos él mismo.

Recordé de nuevo a Nixon. Hay que conservar todo testimonio, incluso el del crimen, aunque sólo sea por dos motivos. La importancia histórica que un político le atribuye a todas sus acciones. Y el desafío a la ley porque nos consideramos impunes. Y acaso, también, por un misterioso temor a ser descubierto como el funcionario que destruyó documentos. El culpable sería el pobre Cástulo.

Pero cuando don Cástulo me entregó el fajo incriminatorio, tuve una sorpresa. Los documentos estaban rubricados "De la Canal", de puño y letra de Tácito. Y entonces me pregunté, querida amiga,

– ¿De cuándo acá un criminal rubrica los papeles que lo condenan en un fraude colosal?

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María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

Su información, querido amigo, no tiene precio. Dan ganas de salir al balcón de Palacio, tocar la campana de la Independencia y proclamar la verdad. Pero en política los tiempos cuentan. Es más, hacer política es saber medir los tiempos. Se dice fácil. Es mucho más difícil conciliar la inteligencia con la pasión a fin de cumplir con los deberes.

El deber que nos hemos impuesto es impedir que Tácito de la Canal llegue a la Presidencia. Por fin, gracias a usted, tenemos las cartas en la mano. Olvidémonos de insultar a Tácito. Los insultos se olvidan. Los odios se arman. La irritación cunde. La frustración es inaceptable y provoca sin quererlo el desorden que a su vez provoca las acciones irracionales y protege las aventuras políticas más peligrosas y contraproducentes. En otras palabras, procedamos con método. Nuestro pobre país ha sufrido de un desorden endémico. Ha sufrido hambre y desmoralización casi constantes. México: muchas heridas y poco tiempo para curarlas.