Ahora mírame bien a los ojos. Me niego a ser fantasma. He pagado mi deuda con el pasado, si así quieres verlo. Exiliado, golpeado, befado, calumniado, pero no vencido.
No pongas cara de susto. Tu fantasma está de vuelta y te va a cobrar tus deudas. Te observo, Onésimo, te sientes perfectamente seguro porque sigues actuando el mismo papel y repitiendo las mismas líneas, sin darte cuenta de que el escenario ha cambiado y el autor de la obra también. Estamos en un teatro nuevo y yo quiero ser otra vez la estrella. Tú, mi dilecto amigo, serás quien devuelva mi nombre a la marquesina nacional.
¿Reelección? Palabra maldita de nuestro teatro político. Pero ya no tanto, desde que se reformó el 59 Constitucional y se volvió al espíritu del Constituyente de 1917: la reelección de senadores y diputados que te ha permitido, mi Solón de Solones, permanecer diez años en la Cámara. Pues bien, ahora nos toca entrarle a la grande: admitir la reelección del Presidente. Reformar el pinche artículo 83 y abrirme el camino a mi regreso.
¿Que reformar la Constitución toma tiempo? Lo sé de sobra. Por eso hay que empezar ahoritita mismo, casi tres años antes de la siguiente elección. Consulta con discreción a las fuerzas vivas, caciques, gobernadores, legislaturas locales, empresarios, líderes obreros y campesinos, intelectuales. Así como se acabó por modernizar el estatus de los legisladores, así debemos modernizar la sucesión presidencial. Que viva la reelección.
No creas que paso el tiempo haciendo crucigramas. Ya he hablado con tu némesis Vidales el "Mano Prieta" (aunque no con sus Nueve Hijos Malvados) y él ve con simpatía mi noción. Él ve lejos, porque es jefe de una dinastía. Pero, debo admitirlo, Vidales is his own man. No le gusta deber favores y temo -¡vaya!- que quiera y sepa utilizarme a mí más que yo a él.
Tú, en cambio, eres mi plastilina querida. Tú puedes y debes hacer lo que yo quiera, porque me lo debes todo a mí. Tienes una virtud política que te permite perdurar, Onésimo. Eres feo pero no distinguido. Eres feicito del montón, gordo, prieto, chaparro. Ni a cacarizo llegas. Puedes confundirte con un chofer de camión o con lo que eras cuando te conocí: mozo de orinales. Pero por ser invisible no eres peligroso, y no por ser peligroso sabes apaciguar y manejar a grupos de hombres inseguros. ¿Y hay hombres más inseguros que nuestros vociferantes legisladores?
Ay, Onésimo. Vamos operando juntos. Recuerda que puedes fingir que sirves al actual Presidente estableciendo normas que me resulten útiles a mí. Y a ti, por supuesto. El problema de la sucesión presidencial no es quién, sino cómo. Tú asegúrale al mandatario saliente, Lorenzo Terán, que vas a proteger su propiedad, sus privilegios y su familia. Con esto basta. La seguridad es oro. Más bien dicho, no tiene precio. Todos nos hacemos esa ilusión. Que se la hagan también el Actual y sus allegados.
¿Te das cuenta del banquete de venganzas dentro de tres años? ¿Quién es invulnerable? ¿El sinvergüenza Tácito, con un clóset lleno de cadáveres? ¿El impecable Andino, con una mujer que lo cornamenta el día entero con cuanta bragueta se le acerca? ¿La intocable María del Rosario, helada como un témpano, pero que como buen iceberg tiene las tres cuartas partes sumergidas y muestra sólo un cachito de su verdad y ninguno de sus secretos? ¿El probo y enérgico Bernal, cuyos amores con la antes mencionada son sólo la cortina de otro secreto mayor que no tardará en revelarse? ¿Mi anciano antecesor el del Portal de Veracruz, guardián de otro secreto que se guarda como la doble blanca del dominó, o sea el comodín misterioso de todo este juego? ¿El imberbe Nicolás Valdivia, encaramado por obra y gracia de María del Rosario a la Subsecretaría de Gobernación y, en consecuencia, abocado a ser el secretario del Ramo apenas renuncie Terán para ser candidato?
No hay uno solo, Onésimo, ni uno, te lo digo yo, que no sea sacrificable. Pero te doy tres reglas para tu buena conducta.
Primero, mata a tu enemigo político y llóralo durante un mes.
Segundo, si vas a ser verdugo, asegúrate de ser invisible.
Y tercero, tenle miedo al fantasma del enemigo político que has matado.
O sea, mi cuasi-analfabeta Onésimo, lee una obrita llamada Macbeth y espera siempre el día en que el bosque de tus crímenes camine hasta el castillo de tus poderes.
Y no descartes nunca la pura suerte, el cabroncísimo azar. Ya ves, el día en que me estallaron tres huelgas al mismo tiempo y tuve que reprimirlas con saldo de trece muertos, nadie se dio cuenta porque ese día se murió Axayácatl Pérez, el llamado "Sultán del Chacha-cha", popularísimo músico de la época, y todo mundo se fue a velarlo al salón de baile del Gran León y luego al entierro del ídolo y nadie se acordó de los muertos anónimos. Que eran los de mi peculio, pues.
Te escribo, Onésimo, sin recovecos ni suspicacias. Sé que eres el alma misma de la discreción, simplemente porque nadie cree en tus revelaciones y puedes, cómodamente, esconderte en el silencio. Síguelo haciendo y tenme al tanto.
PS: No te preocupes por conservar esta carta. Apenas termines de leerla, se incendiará químicamente. Ni la podrás copiar ni mostrársela a nadie, cabrón. ¿Qué nunca viste la serie de TV Misión imposible? Hay lecciones del pasado que sirven para nuestro presente inesperado. Tú nomás pregúntate, en estos días aciagos para la República, cuántas cartas, cuántas cintas, cuántos casetes no son destruidos por sus amedrentados destinatarios apenas los leen o escuchan? Imagínate nada más. Y no te vayas a quemar los dedulces con mi mensaje.