Tabasco: -Aquí sólo mis chicharrones truenan -te dirá Vidales.
Te dirán, te dirán, te dirán… Mentiras nada más. Pero no tratarán (perdón) de seducirte. Las mentiras vamos a interpretarlas al revés para saber la verdad. La seducción no tendrá lugar, primero porque, por decirlo de alguna manera, inspiras más respeto que la Corregidora doña Josefa Ortiz de Domínguez, heroína de la Independencia, y segundo (te lo repito) porque eres de Hidalgo y ese estado no aparece en el radar político de México.
Tenme al tanto, querida y respetada amiga.
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Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván
Vuelvo porque usted me lo pide. Vuelvo a Veracruz. Vuelvo a la plaza central del puerto. Vuelvo a los portales. Vuelvo al Café de la Parroquia. Vuelvo a encontrar al Anciano.
Es el famoso déjá-vu. El perico sobre el hombro del Viejo. El Viejo, esta vez, sin la corbata de moño. Viste guayabera. La autoriza el calor pegajoso, húmedo, sofocante, bajo un paraguas de nubes negras que presagian una tormenta que no estalla para limpiar la sórdida melancolía del trópico. Pero el Viejo sigue allí, con el vaso de café enfrente y las fichas de dominó dibujando un asimétrico escudo de marfil sobre la mesa.
Creo que duerme la siesta. Me equivoco. Apenas me paro frente a él, abre un ojo. Un solo ojeroso ojo. El otro sigue cerrado. El perico grita o dice o lo que hagan los pericos,
¡SUFRAGIO EFECTIVO! ¡NO REELECCIÓN!
El Anciano abre el otro ojo y me mira sombríamente. No oculta la manera de mirarme. No quiere ocultarla. Quiere que yo sepa que él sabe. Quiere que sepa que sabe que ya no soy el principiante que vino a verlo en enero. Quiere que sepa que sabe que soy el subsecretario encargado del despacho de Gobernación, por renuncia del titular, Bernal Herrera, precandidato a la Presidencia. Quiere que sepa que sabe que yo soy ahora el jefe de la política interior del país.
Y sin embargo, vuelvo a encontrarme con un personaje que actúa como si nada hubiese ocurrido en México desde 1950. Actúa, habla, como si viviésemos en el pasado. Como si las fogatas de la Revolución no terminaran de apagarse. Como si Pancho Villa aún no se bajase del caballo. Como si todos los generales no anduviesen en Cadillac. Como si (como se decía hace medio siglo) la Revolución Mexicana no hubiese desembocado en las Lomas de Chapultepec.
Y sin embargo (cuántos cependants no le cuelgo de sus hermosos lóbulos, mi sagaz y agreste dama) no tardo en darme cuenta de que El Anciano reconoce la presencia de mi juventud política -secretario de Gobernación a los treinta y cinco años de edad- pero quiere advertirme con gatopardismo jarocho que plus ca change, plus c'est la méme chose, que no me haga ilusiones sobre cambios radicales, transformaciones modernizadoras, etc. Que hay un sustrato permanente, una roca madre, no sólo de la política mexicana, sino de la política tout court.
Tiens, que por algún motivo (¿alianza francófona secreta con usted, evocación del mundo compartido de nuestros estudios, empleo de una lengua en desuso que permite comunicaciones crípticas?) utilizo locuciones francesas que no podrían estar más alejadas del profundo arraigo local de El Anciano del Portal.
– ¿De manera que en esto va a terminar la tan cacareada transición democrática de México? -me dice sin mover un músculo de su famosa cara de momia.
– ¿En qué, señor Presidente?
Ah -la sonrisa se le quiebra como una máscara de arena-. Se me olvidaba que usted es de formación gabacha. ¡Señor Presidente! "¡Monsiú le Presidan”.
Hace una pausa para sorber el café.
– Pues figúrese que a veces, para no dejar de educarme ya que la educación -dicen- es algo que nunca termina, yo me junto a jugar dominó aquí en la plaza con intelectuales mexicanos de formación germana. Aquí viene a verme don Cherna Pérez Gay, por ejemplo. Yo nomás le digo:
– Hábleme en alemán, aunque no entienda ni sopes. Me gusta el sonsonete gutural. Tiene un saborcito autoritario. Además, me hace sentirme filosófico.
Pues la última vez que Pérez Gay estuvo aquí, dijo lo siguiente:
– Cuando la Constitución de Weimar abrió la puerta a la democracia en Alemania, por primera vez, en 1919, después de siglos de autoritarismo, los alemanes se detuvieron en el umbral, con los ojos pelones, como campesinos invitados a un palacio…
No crea usted, señora, que hubo mimetismo alguno en las palabras de El Anciano. Mantuvo su sombría y penetrante, ojerosa mirada.
– Pues permítame decirle que lo mismo nos ha pasado en México. Hemos vivido con los ojos pelones, sin saber qué hacer con la democracia. De los aztecas al PRI, con esa pelota nunca hemos jugado aquí.
– Antes, quiero decir en sus tiempos, ¿se hacían mejor las cosas?
– Se le daba tranquilidad a la gente. Había reglas conocidas por todos. Todo era previsible. Se le evitaba al pueblo la congoja de tomar decisiones propias e inciertas. Yo inventé la institución del "sobre lacrado", por ejemplo. Bastaba que un gobernador, un diputado, un presidente municipal, recibiera el sobre lacrado con instrucciones firmadas por mí, para que se hiciera lo que yo decía.
Se detuvo y pareció prepararse como un corsario que asalta el galeón de Indias cargado de oro español.
– Propongan la candidatura de X. Lo demás nos era dado por añadidura. El candidato seleccionado por mí en el sobre lacrado concitaba el apoyo general. Ay del cacique que no se plegara. Ay del gobernador rebelde. Ay del diputado con ínfulas independientes.
Se relamió los dientes dispares.
– Quedaban eliminados para siempre de la política. Y si alguno se atrevía a protestarme, yo nomás le recordaba: "Ya te deleitaste bastante con los salones de palacio. Ahora busca el hoyo de donde saliste. Te lo aconsejo para tu salud."
¿Era posible decir estas amenazas temibles con semejante bonhomía? Por lo visto, para El Anciano la serenidad y la mano de hierro iban juntas. Lección aprendida, María del Rosario.