– Este era un gato con los pies de trapo -interrumpió el perico…
– El símbolo que le dé nuevas esperanzas.
– ¿Otra vez?
Ahora sí que calló. Me atreví a hablar en nombre de él.
– Lo acaba usted de decir. Todo en México requiere un simbolismo. ¿Lo tiene usted?
Afirmó con la cabeza entrecana. Las vastas entradas en la frente le daban gran nobleza a sus facciones. Alzó la mirada.
– ¿No se ha preguntado por que no vuelan los zopilotes sobre Ulúa?
Ahora me tocó a mí negar sin palabras, con otro movimiento de cabeza.
– Tuve un ministro muy bruto e indiscreto. Lo metí al orden diciéndole: Ten cuidado. Te andan acusando.
– ¿De qué, señor Presidente?
– De andar diciendo la verdad. Guardó silencio, María del Rosario. Creo que entendí, María del Rosario. -¿Aún no es el momento? -No. Aún no.
– ¿Qué mensaje me llevo a la capital? -Cuando los coyotes aúllan, aúlla con ellos. No vayan a creer que eres gato.
– ¿Quieres que te lo cuente otra vez? -canturreó el loro.
– Gracias, señor Presidente. ¿Eso es todo? -No. Hay algo más. Pero es sólo para ti, Valdivia. -Lo escucho, señor.
– Mi único pesar es que conozco todas las historias, pero jamás conoceré toda la historia.
Miró de vuelta hacia San Juan de Ulúa.
– Yo te mandaré llamar, muchacho, llegado el momento.
En sus ojeras no estaban las palmeras borrachas de sol.
– Mientras tanto, te ofrezco el título de una novela por escribir.
Esperé a que me lo dijera.
– El Hombre de la Máscara de Nopal
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General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab
Señor general, si alguien respeta el orden jerárquico, ese soy yo, su fiel servidor Cícero Arruza. Perdone que le insista. Esta vez le mando una cinta con mi fiel asistente "El Máuser" y mi voz grabada para que oiga vivamente mi franqueza y mi angustia. Ora es cuando, mi general. Algo está pasando y es la oportunidad de acción para que pase lo que queremos usted y yo. Lo único que no se puede permitir es un vacío de poder, pero a esa barranca vamos derechito. Pregúntese, ¿desde cuándo no se ve en público al Presidente? Yo se lo digo, yo llevo la cuenta. Desde principios de enero, cuando leyó su informe y nos provocó el mandarriazo de los gringos. ¡Tres meses sin verle la careta al llamado jefe de la Nación! Si eso no es el vacío de poder tan mentado, ¿qué clase de hoyo será? Hoyos, hoyos, todo en la vida es puro hoyo, salir del hoyo, caer en el hoyo, cagar por el hoyo, meterla o dejar que nos la metan por el hoyo… Voy a serle sincero, mi general. O actuamos ya o nos la meten a usted y a mí. Lo noto indeciso. Lo noto hasta distanciado de su fiel subordinado Cícero Arruza. ¿Qué pasa, tan tarde me descubre usted tal como soy, mi general? Perdone la franqueza. Estoy diciendo este mensaje y estoy de vuelta de donde salí, que es una cantina, señor general, ya que a los militares nos choteán diciendo que sólo ganamos nuestras batallas en las camas y en las cantinas. ¿Recuerda a ese tabasqueño González Pedrero que nos hizo la vida de cuadritos a todos con eso que llamaban el dardo de la verdad? ¿No dijo González Pedrero que hubo un millón de muertos en la Revolución Mexicana, pero no murieron en las batallas sino en las cantinas, tiroteándose entre sí? Es para decirle que usted sabe quién soy yo, de dónde vengo y de qué soy capaz. Se lo recuerdo porque quiero que esté seguro de una cosa: las violencias me las puede cargar a mi cuenta. Los muertitos son de mi peculio… Yo no me guardo nada, señor general, sepa con quién trata y nunca se engañará como el marido de la canción… "¿De quién es esa pistola, de quién es ese reloj, de quién es ese caballo que en el corral relinchó?"… Perdone mi voz. Cuando bebo, me entran unas ganas locas de cantar… Sepa quién es su aliado… Ya le dije una vez que añoro la violencia de a de veras, no esos encarguitos de disolver asambleas soltando ratones y vaciando chis desde los balcones. Déjeme presentarle mis credenciales, para su seguridad. Como comandante de zona en diversos estados de la Unión, mi general, yo he acabado con los revoltosos y descontentos de un solo golpe genial. A los jefes de la oposición en Nayarit los liquidé poniéndoles benzedrinas en las cubas cuando celebraban una dizque victoria electoral. Ya no tienen nada que celebrar. El candidato de la oposición en Guadalajara desapareció tranquilamente en una excavación del Metro. Excavación chiles, mi general. Tumbita, diría yo… A los estudiantes revoltosos de la
Universidad, hará diez años, los liquidé encerrándolos en un laboratorio lleno de conejos infectados. Y con el hambre no se juega, mi general… A los rebeldes de Chiapas los mandé fusilar en una lavandería de Tuxtla Gutiérrez, para que se notara más la sangre entre las sábanas… Cuando Yucatán se quiso separar otra vez de la Federación, con gran apoyo popular y oficial, hice desaparecer a la burocracia entera (no me pregunte dónde terminaron) y luego invité a la población a visitar las oficinas vacías del gobierno. No había un alma.
– Ocupen las mesas -les ordené-. Siéntense a trabajar, ¿no ven que los de antes ya no van a regresar?
Cuando el enésimo levantamiento zapatista, esta vez en Guerrero, ordené a la tropa pintar cruces en cada dos de tres casas en Chilpancingo, con un letrero que decía "Aquí murieron todos por oponerse al general Cícero Arruza y al gobierno".
¿Ya sabía usted todo esto, mi general? Puede que sí, puede que no. No importa. Ahora que el alcohol me vuelve sincero, quiero que quede constancia de con quién trata usted, sepa que yo no lo engaño, conmigo puede contar para los trabajos de lavandería como ése que le rememoro de Tuxtla Gutiérrez, usted siga con los guantes blancos, que yo no permitiré que nadie se los ensucie… (Largo silencio, seguido de grito de mariachi.) Jayjayjay, aquí está Cícero Arruza, un generalizo capaz de ofrecer un cerote de mierda como caramelo a sus enemigos. ¿Enemigos a mí? Ah, qué la chingada… (Eso bórralo, Máuser, el general Bombón es muy decente y se nos puede ofender por apretado… aprende a distinguir, pinche Máuser, entre los pelados como tú y yo y los fifis como mi general Bombón.)