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Me propongo establecer una presunción de culpa jure et de jure para los piratas corporativos, que a ellos les tocará desmentir ante los tribunales. Le repito: voy a proteger al pequeño accionista defraudado porque careció de la información confidencial de los jefes de empresa y sus contadores. Pero voy a mirar hacia el futuro, no hacia el pasado. El castigo del pasado sólo demuestra incapacidad para administrar el presente o proyectar el futuro. No caeré en ese error. Pero su expediente sigue vivo, De la Canal, como crimen que puede ser indispensable sacar a luz, no para condenar el pasado, sino para apuntalar el futuro.

A partir de estos principios, queda advertido de que no iniciaré acción alguna contra usted ni contra sus co-conspiradores en el fraude. En cambio, si usted mueve las aguas para salvar, imprudentemente, su propio pellejo o para hundirse acompañado de sus cómplices o para tener la satisfacción masoquista de suicidarse con tal de que se mueran otros, en ese caso, señor De la Canal, todo el peso de la ley caerá sobre su desguarnecida cabeza.

Considérese pues, de aquí en adelante, bajo la espada de Damocles.

Quedo de usted atento y seguro servidor.

Nicolás Valdivia

Subsecretario de Gobernación

Encargado del Despacho

53

Tácito de la Canal a Andino Almazán

Señor secretario y fino amigo, acudo a usted desde la sima del precipicio al que me han arrojado mis enemigos políticos. Así es. Unos ganan y otros pierden. Pero la política da muchas vueltas. Quizá mi desgracia actual y el bajo perfil que debo mantener sean la mejor máscara para volver a actuar sorpresivamente.

Dicen que todo se vale en la guerra y en el amor. Valdría añadir "y en la política y en los negocios". Sé que el señor secretario de Gobernación y antiguo subordinado mío le ha hecho llegar documentos que me comprometen en el caso MEXEN. Él mismo me ha dicho que no me perseguirá porque arrastraría conmigo a demasiados poderes de hecho. Alegué que no hice sino seguir instrucciones del Presidente en turno, don César León. Nicolás Valdivia me miró fríamente.

– El Presidente es intocable. El secretario no.

– Los principios son buenos criados de amos perversos.

– Así es, licenciado De la Canal. Usted ya no se preocupe de nada. De ahora en adelante, usted tendrá manos puras. Porque ya no tendrá manos…

No me rindo, señor secretario Almazán. Ni manco me rindo porque me quedan pies para patalear.

He acudido a los poderes dichos por Valdivia para recordarles que nuestra suerte está casada. Que yo sólo rubriqué los papeles por orden del señor Presidente César León.

Se han reído de mí. Le transcribo literalmente mi conversación con el banquero que mayor intervención tuvo en el manejo del complejo empresarial de MEXEN:

– Vengo a tratarle asunto de MEXEN -le dije.

– No sé de qué me habla.

– De las acciones de MEXEN.

– De eso usted no sabe nada, ¿verdad?

– ¿Perdón? -admito que me asombré pero creí entender su juego y respondí-. No. Por eso estoy aquí y se lo pregunto. Para enterarme.

– Siga sin saber nada. Le conviene más.

– ¿Por qué? -insistí.

– Porque es asunto secreto -cedió por un instante, como el pescador que pasea una lombriz frente al pez, y concluyó-: Y más vale dejarlo así.

– ¿Secreto? -me permití el asombro- ¿Secreto para mí, que lo hice posible con mi firma?

– Usted sólo fue un instrumento -me contestó disimulando apenas su desprecio.

– ¿Para qué?

– Para que el asunto fuese secreto.

Me miró traspasándome como a la ventana.

– No pierda su eficiencia, señor De la Canal…

– Pero yo…

– Gracias. Buenas tardes.

No me he dado por vencido, señor Almazán.

Hablé con uno de los magnates de la prensa que más deudas tenía conmigo, un hombre que siempre encontró abiertas las puertas del despacho presidencial gracias a mí durante el gobierno del finado Lorenzo Terán. Seré breve.

Cuando le pedí que me defendiera, al menos, escribiendo una semblanza favorable y, si lo juzgaba conveniente, iniciando una campaña de rehabilitación de mi persona, me dijo con sorna mal disimulada:

– Un buen periodista nunca fastidia al público elogiando a nadie. Sólo ataca. El elogio aburre.

Admito que me encabroné, Andino.

– Usted me debe mucho.

– Es cierto. Siempre hace falta caridad hacia el poderoso.

– Basta una orden suya a uno de sus achichincles…

– ¡Señor De la Canal! ¡Jamás he hecho semejante cosa! ¡Mis colaboradores son gente independiente!

– ¿Quiere que le pruebe lo contrario? -le grité indignado- ¿Quiere que soborne a uno de sus periodistas?

Esperaba una mirada fría del empresario. En vez, me observó con esa caridad que acababa de invocar:

– Señor De la Canal. Mis periodistas no son deshonestos. Son incapaces.