"Séneca", el pobre, era el anti-Tácito. Lucía demasiado su inteligencia. Era eso que los fastidiosos ingleses deploran en una persona. He is too clever by half. El brillo excesivo ciega a quienes viven en la penumbra de la mediocridad. Séneca ofendía por su inteligencia, como Tácito por su hipocresía. Se criticaba a sí mismo:
– Mis principios son excelentes, pero mi práctica es pésima. No tendré más remedio que acabar en cínico.
No. Se suicidó. Y eso que nunca contrajo matrimonio, que es la antesala más segura del suicidio…
César León, ahí lo tienes, discreto con quien le convenía, pero brutalmente indiscreto con los que despreciaba. La indiscreción venció a la discreción. En el fondo, era un sentimental. Fuera de la política, se sentía desterrado. Como si sólo existiese la tierra que habitó como Presidente. En un drama teatral, le atribuiría este parlamento:
– Yo le hablé de tú al destino. Desafié a la fortuna. Le dije: Atrévete, cabrona. Soy invulnerable en el bien. Y lo que tiene más chiste, soy invulnerable en el mal.
¿Tú sabes que siempre trae en el bolsillo una guillotina miniatura con la que juguetea como otros hombres con el pene?
El Presidente Lorenzo Terán era, en cambio, demasiado discreto. No decía nada o decía muy poco. Es cierto que tenía reflejos musculares perfectos. Debió ser avión. Por eso manejaba bien las relaciones públicas. Sabía que por fortuna, en México las fuerzas de la naturaleza nos favorecen. Si no hay un terremoto, hay una inundación, una sequía o un huracán. Los funcionarios mexicanos convierten los desastres naturales en dividendos políticos. A un Presidente le basta hacer una aparición en el lugar del desastre y desaparecer de nuevo. Así se ahorra la necesidad de resolver los problemas gobernando a fondo.
Pero dime tú si había alguien más inconspicuo que Onésimo Canabal, el presidente del Congreso, ese fugitivo de los lavabos públicos. Mediocre, sumiso, acomplejado por su fealdad física y su origen humilde, como tantos políticos mexicanos. Pero, ¿no nació Jesucristo en un pesebre? Donde menos se espera, salta la liebre. Nadie iba a imaginar que el verdadero kingmaker de esta sucesión sería el pobre canchanchán político Onésimo Canabal.
Nadie sabía, tampoco, que estaba aliado con una víbora capaz de llevar los colores del Infierno al Paraíso, tu íntima amiga Paulina Tardegarda. ¡Y yo que me creía la doble perfecta de Madame de Maintenon, la preceptora de príncipes que acaba casándose con el Rey! ¿Retirarme, como la otra amante de Luis XIV, Madame de Montespan, a un convento a educar monjitas para que sean mejores cortesanas que yo? ¿O crees que tu poder actual, Nico, evapora el proceso sucesorio, las elecciones del 2024 que llevarán -te lo juro- a Bernal Herrera a la Presidencia? Sí, a Bernal Herrera. Por el bien del país, Nicolás. Porque Bernal es el más discreto, si la palabra "discreción" significa reserva, prudencia, pero también tacto, buen juicio y es más, uso mesurado e inteligente, pero inapelable, de la fuerza.
Vamos a pelear, tú y yo, Nicolás Valdivia, porque a mi tú no me engañas. Tú has llegado a la Presidencia como simple sustituto del 2020 al 2024. ¿Crees que no adivino tu ambición? No puedes sucederte a ti mismo. Pero puedes eternizarte. Eso es lo que temo. Una colosal treta tuya para quedarte en el poder.
Hay un arsenal de pretextos. Crisis económica, estallidos revolucionarios internos, invasión extranjera, vacíos de poder. ¡Lo que no se puede invocar para perpetuarse! Todos menos aspirar al Premio Nobel de la Paz. Eso te hunde irremediablemente. Pero en lo demás, te temo. Esta es ahora la lucha. Bernal Herrera y yo haremos lo necesario para que abandones la Presidencia en 2024. Lo necesario y hasta lo imposible. Como tú harás lo necesario y hasta lo imposible para seguir eternamente en la Silla del Águila.
No eres Lorenzo Terán, un hombre bueno y demócrata que no estaba enamorado del poder. Ah, siempre hace falta una figura noble que con su dignidad redima la abyección de todos los demás. Ese hombre es ahora Bernal Herrera, como antes lo fue Lorenzo Terán, pero él estaba enfermo. Tú te crees interminable. Y cuentas con una virtud, lo reconozco. Representas la sangre nueva. Te volverás viejo apenas empieces a derramar la sangre de los demás, cosa que harás si quieres perpetuarte. Pero recuerda el precio de la sangre. Tlatelolco, el dos de octubre de 1968, duró una noche pero se proyectó un siglo.
Hoy eres elogiado como un funcionario limpio y juvenil. Una esperanza. Digno de detentar el poder.
Pero a ti el poder te va a corromper. Te lo digo yo. Tú no resistes las tentaciones. Ya te conozco. No sabes detenerte. Lo has demostrado, eficaz pero precipitadamente, desde que llegaste a la Presidencia. Has eliminado a Tácito desde antes, ahora a César León de nuevo exiliado, a Cícero Arruza asesinado, a Andino Almazán cornamentado, a Moro enterrado para siempre en ceremonia pública de cuerpo presente y con cadáver indudable y balaceado en Veracruz, despojando de paso de toda raison d'étre al Anciano del Portal, que sin el secreto de Moro se convierte en un lastimoso jugador de dominó jarocho. Te falta lidiar con el gabinete que heredaste de Lorenzo Terán. Y con los caciques del interior. A ver cómo le haces. Te estoy observando.
¿Sabes una cosa, Nicolás? Un hombre puede dejar de actuar en política. Lo que nunca deja de actuar son las consecuencias de sus actos políticos. Tú lo sabes y ese será tu dilema. Por más que tapes los hoyos de tus errores (¿y de tus crímenes?), por cada hoyo cubierto se descubrirán otros tres. Se llaman "consecuencias". La pasividad del Presidente Terán se debió a eso. No quiso tener "consecuencias". Quería vivir en paz al retirarse. Se le cruzó un cáncer de la sangre, una leucemia doblada con enfisema pulmonar. Pero siempre temió que las "consecuencias" de sus actos -o de su inactividad, que también es un acto, acaso el más peligroso- lo persiguieran más allá de su tiempo en la Silla del Águila. Intervino el destino. No fue así. Vamos a ver cómo lo recuerda la historia.