¿Cuál fue el precio, Bernal? Acéptalo. No sólo nos separamos de ese niño que era lo nuestro, lo propio. Al rato, embarcados en nuestras carreras políticas, nos separamos tú y yo. Nunca dejamos de querernos, vernos, hablarnos, conspirar juntos… Pero ya no fuimos idiotas, ya no fuimos lo nuestro, ya no vivimos juntos, a veces salimos a un bar, a veces, incluso, volvimos a acostarnos juntos. No funcionó. Ya no había pasión. Preferimos abstenernos para no amargar nuestra gran amistad.
Eres un hombre bueno y por eso no podíamos vivir juntos. Sin ti, pude darle curso a la parte oscura de mi alma, la parte que heredé de mi padre, sin dañarte a ti.
Te he contado todos mis amores antes de que llegase hasta ti la ponzoña del chisme. Ya sé que en política los argumentos los gana la habilidad, no la verdad. Ya te dije en otra ocasión que "más pronto cae un mentiroso que un cojo". Mentir con éxito es una carrera de tiempo completo. Habría que dedicarse enteramente a cultivar la mentira. Que es precisamente lo que autoriza la política.
En otras épocas, el mentiroso era enviado a purgar sus culpas a un monasterio. Pero México no es un convento. Es un burdel. Y n has sido el monje austero del prostíbulo político mexicano. Esta ha sido tu fuerza. La moral. El contraste. Los has cultivado a fin de tener toda la justificación necesaria para lo que hace años se llamó "la renovación moral". Has sido duro y pragmático cuando hizo falta, justo y legalista cuando era preciso.
Tú nunca me contaste nada de tu vida privada y a veces imagino que realmente no tuviste vida privada. O como decía cínicamente mi padre Leonardo Barroso Junior,
– Todos tenemos derecho a la vida privada. Siempre y cuando tengamos con qué pagarla.
He colaborado contigo sin reservas… Sabía de la enfermedad mortal de Lorenzo Terán desde que llegó a la Presidencia. No fue el primer hombre enfermo que ocupó el poder. Francois Mitterrand sabía que iba a morir en el Elíseo al ser elegido Presidente de Francia. Lo sabía Roosevelt cuando se dejó reelegir por cuarta vez. Acaso saberlo les dio la fuerza de voluntad para sobrevivir con la energía que sabemos. Guardar el secreto como Terán el suyo. En mí confió siempre y por eso preparé a un joven sin experiencia, "casi imberbe", le dije, mera arcilla en mis manos, para ocupar la Presidencia en caso de muerte de Terán -Presidente Interino si Terán muriese en los dos primeros años de su mandato; Presidente Sustituto si Terán muriese en los cuatro últimos años de su ejercicio-, pero sólo pasajero, Nicolás Valdivia sería sólo pasajero, el puente hacia tu propia Presidencia, Bernal, una vez eliminado Tácito, tu adversario.
Valdivia cumplió puntualmente con lo que yo deseaba. Siguió mis instrucciones al pie de la letra. Pero siempre creyó que cuando le dije,
– Tú serás Presidente,
me refería a un sexenio completo solito para él. No sospechaba que, sabiendo que el Presidente Terán estaba enfermo, a Valdivia sólo lo consideré como aspirante a Interino o Sustituto. Un nuevo Portes Gil. Fue obediente y fiel. No controló lo que nadie podía controlar. Las mañas de El Anciano del Portal. La pueril pasión amorosa de esa regiomontana de telenovela, la Dulce como se llame. El impenetrable misterio de Ulúa. El caso Moro que tú y yo quisimos hacer invisible eliminándolo del discurso público, como si no existiera, un secreto para siempre sellado en el fondo del mar…
En cambio, qué bien nos sirvió Valdivia para deshacer las intrigas del expresidente León, las conspiraciones del siniestro general Arruza (jamás imaginamos que Nicolás, por su parte, se nos adelantara a tener relación secreta con el general Von Bertrab y averiguar todos los movimientos de Arruza), las estúpidas pretensiones de la puta yucateca Almazán y de su pozo de ciencia económica y de imbecilidad política, Andino.
Todo bajo control y por favorecerte, Bernal. La fortuna te sonreía. El camino estaba despejado. El presidente del Congreso Onésimo Canabal navega con bandera de pendejo pero es más listo que un bucanero y sabe para dónde sopla el viento. Todos traemos nuestras propias vendettas entre pecho y espalda. La de Canabal era desquitarse de las humillaciones que imprudentemente le impuso César León (no hay adversario despreciable), el terrible ex. Eliminar a César León ha sido obsesivo fantasma interno de Onésimo. Andino le daba risa, pero la Pepa no, porque conocía los amores secretos de la Pompadour peninsular con Tácito y con Arruza. Pero buena chucha cuerera que es, Onésimo calculó que estos amores del engaño acabarían, como el cojo y mentiroso mentados, por irse de bruces… Además, Onésimo sabe aprovechar al Congreso balcanizado que padecemos para dividir e imperar.
Lo que no calculamos para nada tú y yo, Bernal Herrera, es que, más hábil de lo que creíamos, Onésimo se valdría de un oscuro agente, una vieja sin glamour, más mimética que una lagartija, confundida con el desierto de Chihuahua y con la selva de Tabasco, la fulanita Tardegarda con su pinta de monja, virgen y mártir. Tardegarda no sólo ha sido el pozo de información de Onésimo sino algo peor, algo que francamente me arde, Bernal.
Yo le prometí a- Nicolás Valdivia:
– Tú serás Presidente de México.
Subtexto: -Yo te haré Presidente de México.
No fue así. La que llevó a Valdivia a la Presidencia fue la fugitiva del convento, Paulina Tardegarda. A ella y a Onésimo, no a mí ni a ti, le debe Valdivia el estar sentado hoy en la Silla del Águila.
Me arde, Bernal. A ti te lo confieso. Me arde y me alarma.
Nicolás Valdivia iba a ser el Don Tancredo de nuestra gran corrida monumental, el bufón inmóvil que despista al toro cuando entra al ruedo dejándose embestir para que el matador se luzca. Pues mira nada más. Ahora resulta que tú y yo hemos sido el Señor y la Señora Tancredo y que Nicolás Valdivia le debe el poder a Onésimo y a Paulina, no a ti ni a mí.
No me alarmo, sin embargo. Tú eres quien eres, mi viejo amor, y tu candidatura es la más seria y con mayor ventaja para los comicios del 2024. Pero sorpresas nos da la vida, como cantase el bardo panameño don Rubén Blades. Pueden surgir otras candidaturas. Es normal. Más bien, debemos provocar que surjan otras candidaturas. Oteo el horizonte. Y no veo a nadie más fuerte que tú. En todo caso, respira tranquilo. El artículo 82 de la Constitución prohíbe al ciudadano que haya desempeñado el cargo de Presidente de la República, electo, interino, provisional o sustituto, volver a desempeñar el puesto. Por ningún motivo, dice la Ley Suprema. Por eso quería César León intimidar a Onésimo Canabal e iniciar el complicado proceso de reformar la Constitución para eliminar el dicho artículo y permitirle regresar al poder. Bendita reelección, Bernal. Nadie tiene derecho a jodernos dos veces.